Como México está lleno de oportunidades, el cubano Jorge Luis (Wichy) García Fuentes (Marianao, 1967) investigó sobre las culturas locales de Hermosillo, la ciudad del norte del país donde fue dejado por la divina providencia. Allí se casó y se colocó como profesor de teatro. Escribe columnas de opinión en periódicos de la zona y muy recientemente consiguió apoyo de una universidad privada, de los jesuitas, para rodar un largometraje de ficción, escrito y dirigido por él.
Cosas de la vida. Nunca lo logró en La Habana, donde sí hizo televisión y tuvo su grupo de teatro (La Balanza).Trabajó como director dramático en El Expreso. Escribió y asesoró los teleplays El Club de los Perdedores, Karma, y La Luna en el Agua, entre los más populares. Creó series de comedia como Terapia de Grupo y La Hiena Ilustrada.
Lo curioso es que ahora se atrevió con una historia local, arrastrando en su aventura a sus alumnos de artes escénicas y a un hijo pequeño. Se metió de lleno en el tema del narcotráfico, que subyace –o vive- en la música.
La historia de un grupo de rock olvidado puede ser un buen pretexto para rodar una película, en un lugar donde aparentemente hay calma, bellas mujeres, mucho calor y mucho frío cuando toca; excelente ganado vacuno, un desierto cerca y la frontera con los Estados Unidos a pocas horas de camino.
De entrada, parece interesante el nombre del sitio: Hermosillo.
¿Cómo surgió la idea de esta película?
-Estando a cargo de la compañía teatral de la Universidad Kino, de los mismos actores --un grupo de estudiantes de diferentes carreras que reciben becas universitarias por el trabajo escénico, al igual que deportistas o músicos- surge la idea de lanzarnos a rodar un largometraje. Después de varias puestas de teatro me pareció una buena idea esta aventura, asumiendo el proceso un poquito al revés, es decir, en lugar de buscar el casting a partir de un guión, teníamos ya un elenco de diez jóvenes; queríamos fabricar una historia coral en la que cada uno tuviese su parte.
-En estos tiempos no resulta tan difícil contar con cámaras que graben en Full HD, y aunque no se cuente con mucho equipamiento técnico, es más factible arriesgarse con un proyecto de esta índole, siempre que se cuente con algún apoyo institucional o patrocinadores. En este caso, la Universidad Kino puso a nuestra disposición al departamento de audiovisuales, una buena parte de las locaciones, así como la representación legal y el rostro ante los medios de comunicación.
¿Corazón de madera forma parte de eso que tú mismo denominaste, en tu columna del diario El Expreso, “el lento parto del cine sonorense”?
-Eso pretendemos. México es un país con amplia producción cinematográfica, desde aquellos años de la época de oro. Hoy día se sigue haciendo mucho cine, pero sólo una pequeña parte llega a los circuitos comerciales. El cine aquí es ampliamente apoyado por instituciones gubernamentales, a menudo con buenas críticas y premios, pero a gran escala no consigue atraer la atención del gran público, quizás también por esa costumbre habitual en los realizadores emergentes, que buscan expresarse a través de temas de agobio social, marginalidad y pobreza, con historias que no siempre pueden competir con las más entretenidas del cine americano más comercial.
-Pero México también es una conjunción de nacionalidades y Sonora ofrece muchas tonalidades propias, únicas. Por eso creímos pertinente poner un ladrillo más en el propósito de construir una cinematografía de la región.
El tema de la violencia parece ser muy normal en México y tú lo tocas al estilo de Quentin Tarantino, según expresas en entrevistas... ¿Te gusta ese estilo o fue necesario?
-Hermosillo, la capital de Sonora, es una ciudad muy tranquila en la que, no obstante, se percibe al crimen organizado como un vecino no tan lejano. Cuando hay alguna ejecución relacionada con el narco, normalmente se vincula a ajustes de cuentas entre ellos mismos, pero a veces aparecen lazos inusitados con personas comunes, y esto me condujo quizás a esa suerte de reflejo caricaturesco de la violencia, no como burla sino más al estilo cómic de un Quentin Tarantino.
-Me gusta mucho su filmografía, pero también me vino como anillo al dedo al armar el personaje de un capo del narco que, influido por los libros de autoayuda que le presta su novia universitaria, se anima a estructurar a su banda según los preceptos de esa pseudo literatura que son los libros de liderazgo.
Con esta película te alejas totalmente del nacionalismo cubano, tan recurrente en los artistas de la isla. ¿Por qué?
-No fue algo a propósito. Estoy viviendo en una región, en una realidad que poco o nada tiene que ver con mi cultura. Ni siquiera es como en otras partes de México donde se baila salsa y las mexicanas “mueven la cintura y los hombros igualito que las cubanas”. Esta es una región vaquera, de bandas norteñas y costumbres muy gringas.
-Es cierto que a menudo el realizador o el escritor cubano arrastra su identidad y su contexto hacia donde quiera que va, sobre todo si termina residiendo en Miami -que es tan parecido a la Cuba que imaginamos, la que debería ser hoy día-, pero en mi caso opté por adaptarme a la jerga local, a los modismos. En mi vida personal sigo hablando con mi acento habanero y marianense, pero desde que empecé a escribir obras de teatro para este público, y ahora con la película, me resulta divertido copiar estos patrones culturales, con el difícil reto de hacerlo tan certeramente, como si hubiese nacido aquí.
Generalmente, la ópera prima de los cineastas son cortometrajes. En tu caso fue un largo. ¿Cómo ha sido el proceso? ¿Agotador?
-Desde que trabajé varios años en la televisión cubana tuve un buen entrenamiento que me acercó a la pantalla grande. Con unos cuantos telefilmes y programas de todo tipo, me mantuve muy cerca de los mejores. A la experiencia propia que ya tenía de dirigir teatro le añadí todo aquello que se me pegó de excelentes directores audiovisuales como Charly Medina, Magda González Grau y Ernesto Daranas, entre otros compañeros en la División de Dramatizados del ICRT.
-El proceso fue agotador como el de cualquier largometraje, sobre todo al trabajar con equipo mínimo –básicamente una sola persona, el fotógrafo y editor Jorge I. Villafuerte- pero estimula mucho contar con la colaboración de actores invitados de experiencia, algunos con escenas largas, así como la música original de Rolando Salgado, un compositor increíble que lo mismo te arma un rock duro que una banda norteña. También con un grupo de muchachos que lo mismo actuaban que aguantaban el boom (micrófono de exteriores) en otras escenas.
México es un país que consume y produce mucho cine, igual que música. ¿Crees que fuiste a parar al país ideal para presentar proyectos artísticos?
-De hecho, la trama central de la película es un homenaje a un grupo de rock and roll fundacional de México, Los Lukens, oriundos de Hermosillo y quienes grabaron por primera vez en el país -y uno de los primeros en el mundo- con letras en español. Presentar este proyecto ha sido también un compromiso cultural con esta, mi otra patria, colaborando en el rescate para la memoria regional de uno de sus íconos, uno que ha sido virtualmente olvidado.
-En general, presentar proyectos artísticos aquí no es algo tan quimérico. Existen convocatorias para cortos y largometrajes, con apoyo de las autoridades culturales, con fondos discretos y apreciables. Ahora mismo estoy aplicando para un fondo que ofrece el Instituto Sonorense de Cultura para un cortometraje, y esperando por otros aportes oficiales para un segundo largometraje que quiero hacer, esta vez con mejor técnica, en la comunidad indígena conca’ac, en Punta Chueca, a las afueras de Hermosillo.
¿Echas de menos tu país o se te olvida a cada rato rodeado como estás de una excelente gastronomía y cultura?-Tener al alcance de la mano a la mejor carne de res de México (y una de las mejores del planeta) no quita que de vez en cuando se eche de menos a la yuca o las frituritas de malanga. Aquí los tacos de asada son la gloria -nada que ver con los Taco Bell de tortilla insípida-, y cuando me siento a comerlos en un puesto ambulante que hay cerca de casa, me digo que para sacarme de Hermosillo tendrían que hacerlo por la fuerza. Pero con los años uno aprende que cada rincón del mundo tiene su propio encanto, su propio sabor y su propia belleza. Quizás también su propio cine.