Datos históricos demuestran que mucho antes de Colón, ya América había sido descubierta. Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, fue un explorador vikingo que en el año 1003 consiguió llegar a una tierra que él bautizó como “Viland” y que por su descripción, y restos encontrados, podría ser Terranova. Zheng He, el famoso militar chino, según su bitácora de viajes, entre 1405 y 1433 tocó en varias ocasiones las costas del continente americano. Khashkhash Ibn Saeed Ibn Aswad fue un marino musulmán que cruzó el océano Atlántico y regresó a Europa con evidencias de su viaje en el año 889. También conocemos la leyenda de Hui Shum, monje budista que por allá por el año 485 estuvo predicando en la península de Yucatán. Los indúes hablan de Votan, un mitológico navegante que vivió entre los antiguos Mayas. La presencia de kumara en las Islas Cook, una planta nativa de América, muy similar al boniato, ha sido citada como evidencia de que los nativos americanos podrían haber llegado a Oceanía. Y por si esto fuera poco, recientes estudios científicos documentan el hallazgo de restos de cocaína y nicotina americana en los cuerpos de momias egipcias.
Sin embargo, y pese a todos estos datos, el 12 de octubre de 1492 continúa marcando los libros de historia. A veces, con insistente reiteración perdemos el tiempo buscando un día, o un acontecimiento fechado, para armar una algarabía mayor a la que provoca en cualquier estación ferroviaria la llegada de un tren con retraso.
Igual nos pasa a los cubanos. No son pocos los apasionados que, atrapados en las trampas del almanaque, coinciden en que si no hubiésemos tenido un 10 de octubre de 1868, nuestra historia no habría recogido un 10 de febrero de 1878, un 24 de febrero de 1895 ni un 20 de mayo de 1902; tampoco habríamos padecido un 10 de marzo del 52, un 26 de julio del 53, un 13 de marzo del 57, y muchísimo menos un 1ro de enero de 1959.
Personalmente considero que los hechos mencionados habrían ocurrido tal y como hoy los conocemos.
Pero historia aparte, y muy a pesar de aquellos que solo miran hacia atrás con el respetable, repetido y no menos aburrido afán del constante teorizar para intentar enderezar un mundo que ya de por sí ni es redondo, hoy se avecina el momento de poder predecir con facilidad lo que el gobierno cubano nos ha ido dosificando y diseñando como futuro, eso que llaman “reformas”.
La pregunta es, “¿Hacia dónde vamos?”. La respuesta, el próximo 2 de diciembre cuando se den a conocer los ascensos militares y con ello la escalada o no a General del hoy Coronel Alejandro Castro Espín. Promoción que, por un lado podría crear descontento y división en la jerarquía militar; y, por otro, develarnos si las denominadas “medidas para la actualización del modelo” es el camino hacia las postrimerías de la llamada era de los Castro, si son aperturas que conducen hacia una socialdemocracia (militarizada) donde se vayan imponiendo poco a poco las libertades de cada individuo, o si solo han sido sutiles maniobras dirigidas al reacomodo de una estructura estatal que garantice únicamente una sucesión donde el poder cubano transite de mano en mano, y de Castro a Castro.
El gobierno de cada país tiene derecho a diseñar el mañana de su pueblo; de igual forma, el pueblo tiene el legítimo derecho de aceptar ese esquema de futuro, o rechazarlo.
Sin embargo, y pese a todos estos datos, el 12 de octubre de 1492 continúa marcando los libros de historia. A veces, con insistente reiteración perdemos el tiempo buscando un día, o un acontecimiento fechado, para armar una algarabía mayor a la que provoca en cualquier estación ferroviaria la llegada de un tren con retraso.
Igual nos pasa a los cubanos. No son pocos los apasionados que, atrapados en las trampas del almanaque, coinciden en que si no hubiésemos tenido un 10 de octubre de 1868, nuestra historia no habría recogido un 10 de febrero de 1878, un 24 de febrero de 1895 ni un 20 de mayo de 1902; tampoco habríamos padecido un 10 de marzo del 52, un 26 de julio del 53, un 13 de marzo del 57, y muchísimo menos un 1ro de enero de 1959.
Personalmente considero que los hechos mencionados habrían ocurrido tal y como hoy los conocemos.
Pero historia aparte, y muy a pesar de aquellos que solo miran hacia atrás con el respetable, repetido y no menos aburrido afán del constante teorizar para intentar enderezar un mundo que ya de por sí ni es redondo, hoy se avecina el momento de poder predecir con facilidad lo que el gobierno cubano nos ha ido dosificando y diseñando como futuro, eso que llaman “reformas”.
La pregunta es, “¿Hacia dónde vamos?”. La respuesta, el próximo 2 de diciembre cuando se den a conocer los ascensos militares y con ello la escalada o no a General del hoy Coronel Alejandro Castro Espín. Promoción que, por un lado podría crear descontento y división en la jerarquía militar; y, por otro, develarnos si las denominadas “medidas para la actualización del modelo” es el camino hacia las postrimerías de la llamada era de los Castro, si son aperturas que conducen hacia una socialdemocracia (militarizada) donde se vayan imponiendo poco a poco las libertades de cada individuo, o si solo han sido sutiles maniobras dirigidas al reacomodo de una estructura estatal que garantice únicamente una sucesión donde el poder cubano transite de mano en mano, y de Castro a Castro.
El gobierno de cada país tiene derecho a diseñar el mañana de su pueblo; de igual forma, el pueblo tiene el legítimo derecho de aceptar ese esquema de futuro, o rechazarlo.