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¿Quiénes se están enriqueciendo en Cuba?


Varios turistas almuerzan en un restaurante privado en La Habana (Cuba).
Varios turistas almuerzan en un restaurante privado en La Habana (Cuba).

¿Quiénes se están enriqueciendo en Cuba? ¿A dónde está yendo a parar ese dinero? Son dos preguntas a las que no pueden responder con exactitud ninguna de las estadísticas ofrecidas hasta el momento, basadas en las noticias y en la observación “in situ” más que en los datos reales, sobre el crecimiento del llamado “sector cuentapropista”.

A todas luces existe un auge de los emprendedores cubanos. Incluso ya se habla en algunos grupos de economistas sobre ganancias anuales que se acercan a los 1000 millones de dólares tan solo en el sector gastronómico (paladares, bares, centros nocturnos), así como de cifras similares para negocios relacionados con la estética corporal (salones de belleza, barberías, etcétera) más la renta de habitaciones a extranjeros. La tríada de oro del cuentapropismo.

Pareciera que Cuba comienza a enrumbar hacia un “camino correcto” por vez primera en su existencia como nación comunista y que esa prosperidad del individuo, en apariencias independizado de la sociedad restrictiva donde vive, finalmente habrá de lograr dar al traste con el viejo sistema e instaurar un nuevo orden político, en resonancia con la actualidad.

Pero nada más alejado de la realidad. Ninguna de las cifras ofrecidas por los analistas puede decir nada real, objetivo, bien aterrizado, sobre lo que sucede ahora, en este momento, y mucho menos sobre lo que habrá de suceder en los próximos años.

Decir que el sector gastronómico independiente está generando ganancias anuales considerables y ejemplarizar esa prosperidad con un listado de sitios cada día en aumento, sin analizar los verdaderos fenómenos que no solo están ocurriendo alrededor de esa “bonanza” sino que la generan e impulsan, solo alcanza a distraer la atención sobre lo que está ocurriendo y que, en corto plazo, puede hacer que toda la estructura se derrumbe como un castillo de naipes.

¿Quiénes están disfrutando de los beneficios de esos cerca de 2000 millones de dólares anuales que se le calcula tan solo a las, llamémosles, “tres puntas de lanza” de los emprendedores cubanos?

A muchos conviene responder que son los propios cubanos. Al gobierno de la isla, por ejemplo, porque, entre otras cosas, eso lo ayuda a reforzar la imagen de cambio que desea proyectar hacia el exterior; a los principales protagonistas de ese sector privado incipiente, porque es lo que se espera de ellos, al menos discursivamente, en algunos ambientes de las políticas interna y externa donde son observados como un todo y no como realmente son, es decir, un sector heterogéneo, profundo y muy pero muy difícil de sondear por las relaciones que guardan con la economía subterránea, el capital exterior, el tráfico de influencias dentro del aparato estatal, más un largo etcétera que haría colocar grandes comillas a las palabras “independiente”, “emprendedor” y “cuentapropista”.

Inmediata a las cifras que sirven a algunos analistas para demostrar que el “movimiento” de los emprendedores cubanos es exitoso, prometedor y generador de cambios en potencia, debiera pegarse una extensa retahíla de preguntas y dudas sobre todo que indaguen por quiénes son los dueños de esos negocios, de dónde provino el capital inicial, de cuánto fue la cifra y en qué tiempo fue amortizada, a cuánto asciende la ganancia real y cuánto es la ganancia declarada, qué relaciones guardan los dueños de estos negocios con el sector estatal y si realmente conviene, tanto a algunas facciones del gobierno como a la mayoría de aquellos, la existencia de un mercado desregulado, mayorista e incluso la libre importación de mercancías, así como el reconocimiento de una personalidad jurídica y la integración, sin mediación de instituciones estatales, a mecanismos internacionales de comercio y de ayuda para el desarrollo.

Según me ha confesado el “administrador” de un exitoso centro nocturno de la Habana Vieja, que pudiera ser ejemplo de otra decena de sitios similares en la capital, su establecimiento genera diariamente unos 5 mil dólares (hablo de CUC, que al cambio es casi similar al USD).

Incluso en las jornadas más desastrosas (días lluviosos, dificultades con la oferta o los servicios, baja afluencia de turistas), la ganancia neta nunca ha sido inferior a los 3 mil dólares.

Sin embargo, este “administrador”, que figura como beneficiario de la licencia otorgada por la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT), apenas recibe unos 500 dólares diarios (una verdadera fortuna en Cuba) ya que, de los 5 mil que tiene como plan regular, la mitad debe llegar, todos los días, religiosamente, sin mediación del banco nacional, a las manos del verdadero dueño del club nocturno, un cubano residente en los Estados Unidos, quien invirtió unos 150 mil dólares en la ejecución de este proyecto, así como ha invertido en otras empresas análogas que existen en la isla.

Del dinero que ha generado el establecimiento del que hablamos, solo ha quedado en Cuba una mínima parte y, tengamos en cuenta, no toda ha ido a parar a las arcas del Estado, o al menos no a aquella “parte más transparente” de tal agujero negro.

Me explica un amigo, exfuncionario de la ONAT y actualmente “tenedor de libros” por cuenta propia, que la inmensa mayoría de los negocios particulares que generan grandes ganancias no las declaran. Se llega a un arreglo entre funcionarios corruptos de las instituciones impositivas y los “licenciatarios” (imposible hablar de “dueños”, debido a que casi la totalidad son mediadores que desempeñan el papel de propietarios), y este acuerdo “por la izquierda” se realiza regularmente a través de intermediarios que casi siempre son los propios “tenedores de libros”, antiguos fiscales de la ONAT o familiarizados con esta, expertos en el entramado legal y, por tanto, en cómo burlarlo exitosamente.

Mientras el capital fluye hacia el exterior, quizás hasta generando cambios fuera de Cuba, solo una parte muy mínima de las ganancias se traduce en beneficio directo para el ciudadano común y, por tanto, jamás surgirán clases sociales diferentes a las ya establecidas por el grado de cercanía al poder político.

Apenas unos 2 mil dólares mensuales invierte el administrador del club nocturno mencionado líneas atrás en el pago a unos trabajadores entrenados (por vivir tantos años sin derecho a la protesta ni a las demandas judiciales) en el arte de aguantar callados ante cualquier atropello.

Al grueso de los productos que integran el menú gastronómico tampoco dedica demasiado este gerente emprendedor cubano, puesto que adquiere la mayoría en el mercado negro (fuertemente conectado a la empresa estatal socialista), con lo cual nunca se le ha creado la necesidad de la existencia de un almacén mayorista estatal porque, como él mismo afirma entre risas, “¿acaso no ha existido siempre?”.

El total de las inversiones en los negocios “privados” que actualmente existen en Cuba ha llegado desde el exterior y, por tanto, no será en la isla que termine la mayor parte de las ganancias generadas. En principio, porque el sistema bancario cubano no fue diseñado para funcionar como tal y, en consecuencia, existe poca confianza en él, pero, además, porque lo que apreciamos como fenómeno a través de cifras, en cuando al movimiento de los emprendedores en la isla, es solo la parte visible de un iceberg que contiene en su masa gigantesca cientos de anomalías económicas, sociales, políticas donde se ocultan desde esquemas fraudulentos que afectan a más de una nación y hasta mucho de aventurerismo del malo, es decir, del que gusta que las cosas se mantengan tal cual por los siglos de los siglos.

[Publicado originalmente en Cubanet]

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