Muchos billetes (verdes, no de la lotería), la presencia in crescendo de peloteros que dejan atrás a Cuba para jugar en Estados Unidos, y el estreno del video tape para dar respuesta a las reclamaciones de los managers caracterizan la temporada 2014 de las Grandes Ligas de béisbol que este domingo celebró su noche de apertura.
Es verdad que Sydney, Australia, dio cabida hace una semana a Dodgers de Los Ángeles y Diamondbacks de Arizona —los angelinos conquistaron los dos partidos iniciales de la campaña— pero faltaba la inauguración en América. Y si anoche los Dodgers fueron otra vez protagonistas (cayeron 1-3 en su visita a Padres de San Diego, con Yasiel Puig dominado en tres turnos) hoy lunes habrá una eclosión de bolas y strikes: 13 partidos desperdigados de costa a costa.
El capítulo de la chequera récord lo firmó Miguel Cabrera, 292 millones de dólares por 10 años con los Tigres de Detroit. Los felinos retienen al ganador de la Triple Corona y dos veces Jugador Más Valioso, un hombre que —más allá de sus ingresos— manifestó la satisfacción de permanecer en el equipo de sus amores, y que a partir de ahora cobrará 11 600 dolaritos… por cada lanzamiento que le sirvan los pitchers rivales.
Con unos viáticos más modestos, pero nada despreciables, José Dariel “Pito” Abreu, el fornido inicialista de Cienfuegos, debuta hoy en el Big Show como inicialista de Chicago White Sox ante el visitante Minnesota. Serán los primeros deberes del pelotero de la Perla del Sur —la ciudad que más le gustaba a Benny Moré—, un beisbolista que firmó por seis campañas y 68 millones de billetes, un récord de ingresos para un agente libre internacional no japonés.
Abreu está a solo horas de convertirse en el cubano número 179 en las Mayores —según la compilación del escritor norteamericano Peter Bjarkman— pero el certificado 178, de una manera insólita, le correspondió a un nativo de Las Tunas, Alexander Guerrero.
Resulta que Guerrero, con una faena prometedora en las Menores, negoció un cupo en el avión que llevó a los Dodgers a Sydney, y fue enviado al cajón de bateo —como emergente— en el noveno inning del juego número uno.
Arizona cambió entonces a su serpentinero, y otro tanto hizo Los Ángeles con Guerrero, por aquello de zurdos contra derechos, y etcétera, etcétera. Así Alex, como fue bautizado rápidamente el cubano en el béisbol norteamericano, apareció en los récords como debutante sin tener que batear, correr ni defender un lugar en el campo, aunque al día siguiente tuvo al fin su primera vez a la ofensiva: ponche en el último inning, de nuevo como emergente.
Y con la televisión previamente aprobada para esclarecer jonrones dudosos, ahora el video tape es admitido para sentenciar decisiones apretadas en las almohadillas. Cada manager inicia el partido con la posibilidad de una reclamación, y de salirse con la suya, podrá esgrimir después otra demanda.
Confieso que cuanto he visto al respecto en la pantalla, en términos de dinámica atlética, no me gusta ni un poquito. Si un dirigente está inconforme solicita tiempo, no hay cuellos rubicundos ni empujones con la barriga; dos umpires se van entonces a un dugout, se encasquetan sendos audífonos y conversan con otros árbitros que, desde Nueva York —apertrechados allí con televisores desbordantes de repeticiones en incontables ángulos del terreno— decretarán si aquel lance, tres o cuatro minutos atrás, fue out o safe.
Y yo (no sé ustedes), mientras tanto, bostezando.
Es verdad que Sydney, Australia, dio cabida hace una semana a Dodgers de Los Ángeles y Diamondbacks de Arizona —los angelinos conquistaron los dos partidos iniciales de la campaña— pero faltaba la inauguración en América. Y si anoche los Dodgers fueron otra vez protagonistas (cayeron 1-3 en su visita a Padres de San Diego, con Yasiel Puig dominado en tres turnos) hoy lunes habrá una eclosión de bolas y strikes: 13 partidos desperdigados de costa a costa.
El capítulo de la chequera récord lo firmó Miguel Cabrera, 292 millones de dólares por 10 años con los Tigres de Detroit. Los felinos retienen al ganador de la Triple Corona y dos veces Jugador Más Valioso, un hombre que —más allá de sus ingresos— manifestó la satisfacción de permanecer en el equipo de sus amores, y que a partir de ahora cobrará 11 600 dolaritos… por cada lanzamiento que le sirvan los pitchers rivales.
Con unos viáticos más modestos, pero nada despreciables, José Dariel “Pito” Abreu, el fornido inicialista de Cienfuegos, debuta hoy en el Big Show como inicialista de Chicago White Sox ante el visitante Minnesota. Serán los primeros deberes del pelotero de la Perla del Sur —la ciudad que más le gustaba a Benny Moré—, un beisbolista que firmó por seis campañas y 68 millones de billetes, un récord de ingresos para un agente libre internacional no japonés.
Abreu está a solo horas de convertirse en el cubano número 179 en las Mayores —según la compilación del escritor norteamericano Peter Bjarkman— pero el certificado 178, de una manera insólita, le correspondió a un nativo de Las Tunas, Alexander Guerrero.
Resulta que Guerrero, con una faena prometedora en las Menores, negoció un cupo en el avión que llevó a los Dodgers a Sydney, y fue enviado al cajón de bateo —como emergente— en el noveno inning del juego número uno.
Arizona cambió entonces a su serpentinero, y otro tanto hizo Los Ángeles con Guerrero, por aquello de zurdos contra derechos, y etcétera, etcétera. Así Alex, como fue bautizado rápidamente el cubano en el béisbol norteamericano, apareció en los récords como debutante sin tener que batear, correr ni defender un lugar en el campo, aunque al día siguiente tuvo al fin su primera vez a la ofensiva: ponche en el último inning, de nuevo como emergente.
Y con la televisión previamente aprobada para esclarecer jonrones dudosos, ahora el video tape es admitido para sentenciar decisiones apretadas en las almohadillas. Cada manager inicia el partido con la posibilidad de una reclamación, y de salirse con la suya, podrá esgrimir después otra demanda.
Confieso que cuanto he visto al respecto en la pantalla, en términos de dinámica atlética, no me gusta ni un poquito. Si un dirigente está inconforme solicita tiempo, no hay cuellos rubicundos ni empujones con la barriga; dos umpires se van entonces a un dugout, se encasquetan sendos audífonos y conversan con otros árbitros que, desde Nueva York —apertrechados allí con televisores desbordantes de repeticiones en incontables ángulos del terreno— decretarán si aquel lance, tres o cuatro minutos atrás, fue out o safe.
Y yo (no sé ustedes), mientras tanto, bostezando.