Para entender en su propio desarrollo y naturaleza el mal llamado marco constitucional cubano de estas seis décadas de ausencia de libertades individuales, que desencadena la migración de aproximadamente dos millones de cubanos viviendo allende los mares, por huir del comunismo imperante en la isla cubana, tenemos que retrotraernos al discurso del dictador Fidel Castro en la Reunión con los Intelectuales en 1961 cuando sentenció con dramatismo singular y criterio discriminatorio, “dentro de la Revolución, todo, fuera de la Revolución, nada, o fuera de la Revolución ningún derecho”.
Algunos estudiosos arguyen que tanto Raúl Castro, como su alter-ego Miguel Díaz-Canel, máximos dirigentes del gobierno comunista cubano, vienen considerando que ha llegado el momento de mejorar la fachada legal del Gobierno.
Pero ante esta apreciación de algunos definitivamente discutible, debemos decir, que si el Gobierno cubano fuese consecuente en materia constitucional, que no lo ha sido, tendría que haber hecho la revisión de la Constitución de 1976 cuando el Proyecto Varela, lidereado por Oswaldo Payá, reunió las firmas requeridas para consultar al pueblo por cambios constitucionales en elaño 2003. Y no lo hizo.
Ante ese reto inolvidable de proteger derechos y libertades del Proyecto Varela, el régimen comunista cubano respondió con la sentencia abrumadora y aniquilante, “que el socialismo era irrevocable”, contradiciendo la dinámica cambiante, creativa y renovadora de la vida humana. Todo un barbarismo de orden jurídico, que convertía al sistema comunista cubano en una especie de Dios todopoderoso, intocable e inmutable.
La Iglesia católica cubana, siguiendo las directrices de esa diplomacia Vaticana con sabiduría en ocasiones en el manejo de sus tiempos, hizo un reclamo de garantía a la diversidad política, porque sencillamente una Constitución civilizada, que por principios tiene que ser la representación máxima de todos los ciudadanos de un país, no puede estar supeditada a un partido político, a un grupo religioso o a una ideología determinada, porque eso anularía el principio de igualdad.
Tendría que ser todo a la inversa, una constitución debe normar y garantizar la pluralidad de ideas que conviven en una sociedad libre, porque eso es lo que la hace soberana. Lo otro es totalitarismo o lo que algunos llaman el instrumento del encierro.
También las iglesias protestantes en la isla, que paciente e inteligentemente buscan una evolución positiva en el marco de la justicia cubana, han expresado opiniones críticas a esa falta de diversidad.
El premio Novel de Literatura, Mario Vargas Llosa y un grupo de políticos denunciaron en Madrid, “que la nueva Constitución en Cuba no responde a los principios democráticos ni a la pluralidad política de la sociedad cubana".
Hay que concluir que la política constitucional cubana de la dictadura castrista, durante más de seis décadas, ha sido un instrumento de opresión, de falta de derechos y de crear el estigma de la traición, más que un texto normativo de principios y regulaciones.
Solamente con el Artículo 5 del Proyecto Constitucional Cubano que se intenta aprobar, que da supra poderes al Partido Comunista sobre la sociedad y sobre la persona humana (individuo), bastaría para deslegitimizar todo el esfuerzo engañoso de la reforma constitucional cubana.
Mientras la Constitución cubana siga supeditada a la autoridad del Partido Comunista en Cuba, seguirá rigiendo el totalitarismo estalinista del “socialismo irrevocable” y de la sentencia absolutista de “dentro de la Revolución, todo, fuera de la Revolución, nada”.
Por eso al final, la versión estalinista, engañosa y totalitaria de la Nueva Constitución cubana, es un mito, un engaño y una ficción…