LA HABANA, Cuba.- “Los cubanos no son puntuales. Cuando te dicen ‘llego a las ocho’, espéralos a las 10 o a las 12”, me dice una amiga francesa que, en el poco tiempo que lleva en Cuba, se ha tenido que adaptar a nuestro sentido del tiempo.
Le explico que, lejos que una marca de identidad, la impuntualidad que pudiera caracterizar a la mayoría de los cubanos se ha visto reforzada por las circunstancias.
A mi amiga le resulta muy difícil comprender que pasamos una buena parte del día intentando “llegar a tiempo” pero que casi nunca lo conseguimos. Esta realidad pudiera extenderse a casi todos los ámbitos de nuestra vida pero me refiero en especial al drama de la transportación de personas, un asunto peliagudo que tiende a eternizarse mientras no exista una reconciliación entre lo estatal y lo privado.
En estos momentos, en Cuba, no hace falta esperar por la nota oficial publicada en el periódico Granma para descubrir que sufrimos una de las mayores crisis. La experiencia inmediata de quienes estamos obligados a usar la red pública de transporte no es nada buena y aunque la situación aún no se asemeja al desastre de los años 90, comienza a dar indicios de un progresivo empeoramiento.
Conspiran varios factores para que ocurra un colapso en breve tiempo. El primero de todos es el control extremo sobre el combustible debido al déficit en los niveles de importación, medida de la cual se ha derivado la política solapada de ir eliminando progresivamente los llamados “almendrones” y de otros autos de alquiler, al ser identificados por el gobierno como la causa principal del robo de combustible en las empresas estatales.
En apenas unos meses se ha podido comprobar cuál ha sido el impacto negativo de la guerra contra los transportistas privados. Una buena parte se ha retirado definitivamente del negocio, pero otra ha pasado a la “clandestinidad” cambiando al cliente nacional por el extranjero o por el “cubano con dinero”, con lo cual se afectan en buena medida los servicios de autos de alquiler para el turismo en el sector estatal, al mismo tiempo que se han disparado las tarifas de precios para los cubanos de a pie.
Conclusiones: no hay taxis para el ciudadano común que vive de un salario. Se le ha dejado con muy pocas alternativas a pesar de cargar sobre los hombros la responsabilidad en el fracaso o el éxito de la empresa estatal socialista.
El gobierno, con su estrategia “anti-almendrones”, casi ha llegado a desarticular un porciento considerable del mercado negro de combustibles pero, a la vez, ha generado un caos al resentir un pilar esencial de nuestra verdadera economía, lo subterráneo.
Sin embargo, quienes conocen cómo funciona la dinámica cubana, saben que esto se trata solo de un impasse. Las nuevas medidas serán efectivas solo ese tiempo que necesita el mercado negro para, cortada una cabeza, hacer crecer un par más resistente, más sinuoso, en el mismo cuello sangrante.
Han disminuido considerablemente esos “ladrones de combustible” llamados almendrones, es cierto, pero ha crecido la carga que estos aliviaban al transporte público que también se ha visto afectado por los recortes al combustible y por el incremento de gastos en piezas de recambio. También aumenta el fastidio entre quienes, en los talleres, almacenes y depósitos de combustible estatales, se han visto perjudicados.
Transportar más significa invertir más y hacer trabajar más a quienes no están felices con ganar únicamente un salario, y el gobierno, que se ha propuesto eliminar la “competencia”, no está apto para lidiar con tal pesadilla, puesto que se le acumulan e incrementan las deudas con Rusia y China, los principales proveedores del parque automotor actual, y se enfrenta a la pérdida de la fuerza de trabajo en el sector estatal.
En Cuba muy pocos trabajan y se esfuerzan más allá de lo que vale en la práctica un salario estatal promedio.
Como la mayoría de las “soluciones” en la economía cubana, el plan de recortes actual ha generado más dificultades que beneficios, más paradojas e inconsistencias con respecto al mismo plan de desarrollo del gobierno con vistas al futuro inmediato.
Los transportistas privados disfrazan el descontento y disimulan la protesta elevando precios y/o cruzándose de brazos; los trabajadores estatales también asumen posturas similares, con lo cual pudiera afirmarse que en Cuba asistimos a una especie de huelga general no declarada, aunque de cierto modo propiciada desde el mismo gobierno, renuente a aceptar que, desafortunadamente, las estructuras económicas subterráneas han sido un ingrediente indispensable en la “estabilidad política” pregonada, tanto como el estricto control ideológico y político.
Por eso, para algunos augures, el socialismo cubano existirá tanto tiempo como el mercado negro que ha ido generando. Cualquier medida para reducirlo a su mínima expresión afectará todo el sistema que lo sostiene, a no ser que este se transforme en otra cosa, mejor o peor.
El sistema, con sus medidas circunstanciales y experimentos, con su burocracia, creó y alimentó durante décadas a ese mismo leviatán que ahora pretende combatir. Es como el tonto que lanza espadazos contra su propia sombra porque no se reconoce en ella.
Desde el aumento de las medidas de control al combustible, muchos trabajadores de las gasolineras y puntos de abastecimiento pertenecientes a CIMEX y a CUPET han decidido renunciar a sus puestos, algo verdaderamente inaudito hace apenas unos meses. La moraleja es la siguiente: solo me integro y apoyo al sistema si puedo vivir de él, no por él.
Pero igual, en los casos de aquellos que quisieran apostar una vez más por el slogan oficialista de producir más para ganar más, deberán sortear innumerables paradojas, entre ellas la de querer y no poder.
Por ejemplo, a causa de la crisis del transporte, se registra un aumento en las llegadas tardes a los centros de trabajo y se han afectado la producción y los servicios. Algunas empresas se han visto obligadas a asumir la transportación de sus trabajadores pero, al mismo tiempo, han enfrentado la disyuntiva de ahorrar combustible de acuerdo con los planes trazados desde los ministerios o garantizar la eficiencia productiva. O una cosa o la otra, pero ambas son imposibles.
La crisis del transporte es solo una pequeñísima muestra de esa montaña de contradicciones sobre la que se alzan los asuntos cubanos cuando, por una parte, se desea llegar a tiempo al escenario mundial, es decir, una actualización del modelo, y, por la otra, no se cuenta con una visión objetiva y una voluntad general consensuada para hacerlo.
Este artículo de la autoría de Ernesto Pérez Chang fue publicado originalmente el el portal Cubanet el febrero 28 de 2017.