La abuela de un amigo aseguraba que la mayoría grita por el callo propio y pocos por el ajeno, porque no les duele. Precisamente hace solo unos días escribí un post donde mencionaba al intelectual cubano Víctor Fowler. A pesar de haberle explicado el real dilema por el que la Seguridad del Estado amenazaba con encarcelarme –y él me escuchara y al menos dijera reconocer mi situación– en esa oportunidad le brindé un adelanto en mi auto, cuando lo encontré en la calle llevando a su hijo a la Biblioteca Nacional José Martí para un taller cultural. En ese intervalo me hizo creer que se solidarizaba con mi caso. Juro que si hubiera opinado adverso a mí, incapaz de bajarlos del auto, al contrario, lo hubiese admirado.
Lo cierto es que luego se bajó con la firma que convocaron aquellas damas en la UNEAC. Y luego no firmó cuando la actriz María Luis Rubio fue golpeada en las afueras de su casa por su actitud disidente. Graves contradicciones para quien luego clama porque lo ha humillado un custodio de un edificio que no lo dejó acceder al recinto, según él, por el color de su piel, e intenta convocar a un escándalo nacional.
Por supuesto, me declaro totalmente opuesto a cualquier acto de discriminación racial, sexual, religiosa o de pensamientos sociales, culturales y políticos. Soy enemigo de cualquier abuso como el que cometen con las Damas de Blanco y los opositores en todo el archipiélago nacional. Se es noble y justo de sentimientos para toda injusticia o ninguna, y mucho menos, para defender las causas personales.
Recuerdo que allá por la mitad de la década de los 90, escuché al entonces presidente de la UNEAC, y hoy asesor de Raúl Castro, Abel Prieto, expresarse de manera descompuesta y amenazante sobre una información de Víctor Fowler con respecto a una queja que hiciera públicamente ante un grupo de filósofos cubanos que intercambiaban en la sede del gremio de escritores: "Pero ¿qué está diciendo Fowler? Mejor se queda callado, que le acabamos de entregar un apartamento".
Precisamente me encontraba en aquel lugar luego de haber ganado el Premio Nacional de la UNEAC en el género cuento y –por su temática basada en la guerra angolana– Abel Prieto me suplicaba llegar a un arreglo y que yo sacara del libro cinco cuentos que consideraba muy críticos. "En mi mandato no he censurado a nadie", me decía. Es decir, aquel acto no era una censura, pues me ofrecía un apartamento para que aceptara, lo que finalmente hice luego de recordarle su frase contra Fowler, temiendo que luego lo hiciera conmigo. Me lanzó el brazo por los hombros, política al fin, y riendo me aseguró que no lo volvería a hacer, una manera de reconocer su actitud negativa y humillante.
Quizás a Víctor Fowler no le haga falta mi apoyo desinteresado, pero –además de hacerlo por él– lo hago por una necesidad personal. Por asumir actitudes como esa, hoy me encuentro entre rejas.
[Ángel Santiesteban-Prats escribió este post el 13 de abril de 2015. Prisión Unidad de Guardafronteras y fue publicado en su blog Los Hijos que nadie quiso].