LA HABANA- En Cuba, tanto la importación como la producción de objetos y otros artefactos destinados al placer sexual están prohibidos por las leyes. No se puede entrar pornografía al país, de ningún tipo y en ningún soporte, pero tampoco en nuestros equipajes y pertenencias podrá ser detectada toda esa gama casi infinita de artilugios diseñados por el ser humano para acrecentar el goce en la intimidad con la pareja o con su soledad.
La Aduana General de la República, entre sus tantas regulaciones y atribuciones, ha mantenido esa prohibición que no es exclusiva de Cuba pero que a muchos, incluso al interior de la institución aduanera, parece un absurdo de la mojigatería y de la hipocresía, más cuando la mayor parte de las campañas publicitarias de las empresas de turismo en la isla, todas vinculadas al gobierno, usan la sexualidad, el erotismo, el placer como anzuelo para atraer visitantes foráneos.
Daniel, artesano miembro de la ACAA (Asociación Cubana de Artesanos Artistas) que se dedica a escondidas a la confección y venta de objetos sexuales, nos compara su trabajo con el de un traficante de drogas: “Es [un trabajo] divertido, pero no está autorizado. Divertido porque no sabes la gente que ha pasado por aquí y a pedir qué cosas. Llevo tiempo en esto y no he dejado de sorprenderme. Pero es un trabajo que uno hace por la izquierda, todo por encargo, porque si me agarran me sazonan. Te persiguen como a un narcotraficante […]. Como la Aduana prohíbe importarlos [objetos sexuales], la gente los busca por otra parte, hasta les salen más baratos, eso afuera es carísimo, aquí por diez, quince o veinte pesos [dólares], tienen lo mismo y hasta mejor porque es a la medida y del material que elijan”.
Amarilys se dedica a importar mercancías desde Panamá, Ecuador y otras naciones suramericanas. Tiene un establecimiento clandestino en el famoso barrio habanero de La Cuevita, conocido por las personas que buscan comprar “cosas especiales”. Ella nos habla sobre las dificultades de su negocio:
“No es que me dedique a eso solamente pero es algo que me da bastante dinero porque es demandado y riesgoso. […] Si tú me pides un tanque de guerra, un tanque de guerra yo te vendo, aquí nada es imposible, pero el riesgo tiene un precio y como este país tiene sus cosas que nadie entiende, la gente necesita de todo, y necesita placer, ser feliz con su propia moña [tema o fantasía]. […] A mí nunca me han decomisado las cosas [se refiere a los instrumentos eróticos] pero yo las embarajo [las oculta] entre las cosas. También ellos se hacen los de la vista gorda conmigo porque yo entro y salgo todo el tiempo y les dejo alguna cosita [soborno] pero un día puede caerme un pesado y hasta puedo ir presa o me ponen una multa. Yo cobro por ese riesgo”.
Hace algún tiempo, el joven artista plástico Luis Manuel Alcántara, realizó una exposición personal, más bien un performance, cuyo centro eran los objetos sexuales artesanales, aquellos que las personas fabrican en sus casas debido a que no existe un mercado especializado visible que satisfaga sus “deseos” o, mejor dicho, sus demandas. En una conversación reciente, Luis Manuel recordaba lo que sucedió en aquel lugar: “Era sorprendente para mí, como artista, saber que yo supuestamente les vendía un objeto de arte que ellos podían usar como objeto decorativo o como de uso práctico. Iban a interactuar con él de un modo íntimo. La gente se acercaba, preguntaba los precios, los examinaban y pagaban por su objeto, sin ningún tipo de remilgo”.
Deyanira, otra artesana dedicada a la confección de objetos para estimular el placer sexual, nos habla de las características de su mercado: “El cubano es muy sensual, muy caliente, no sé cómo el gobierno insiste en ser más papista que el Papa. No creas que yo le vendo solo a extranjeros y jineteras, esos son los que menos se asoman por aquí, a esta puerta han tocado coroneles, generales, y todo el mundo sabe que esto no es legal. Si un día me cogen [me apresan], van a tener que soltarme al momento porque si yo abro la boca se suelta el diablo”.
Sin embargo, no todo el mundo acude a las escasas sex shop clandestinas que existen en Cuba, ya sea por mantener en secreto sus fantasías, evitar exponerse, incurrir en un delito de “receptación” o, simplemente, por no estar en condiciones de pagar precios que superan los salarios mensuales de cualquier trabajador profesional. La mayoría de los cubanos “resuelven su problema” con las cosas que tienen a mano, y sobre eso nos hablan algunos entrevistados.
Hiram, un ex presidiario, nos describe las “habilidades” eróticas que aprendió en la cárcel y que, actualmente, le han ayudado en su actual oficio de “jinetero”: “Allí [en prisión] fue donde supe qué cosa era una perla y me puse la primera, cuando mi mujer me fue a visitar, la dejé como loca. Después me puse otra más. […] Eso se hace con los cepillos de dientes. Coges un pedacito de plástico y le das forma, lo dejas bien lisito […]. Puede ser redondo o cuadrado, pero bien liso, como una perla. […] Le das candela, un poco para que no te infecte o la metes en alcohol y después con un cepillo afilado en la punta te recoges el pellejo [se refiere a la piel del pene] y haces un hueco y por ahí metes la perla. Eso se cierra a los días y se cura con saliva. Cinco o seis veces [en el día] tienes que echarle saliva para que no se infecte. […] Es verdad que da dolor pero después no hay jeva [mujer] que se resista. Con eso no hace falta más nada. Yo me he hecho especialista en poner perlas”.
Yandiel, joven enfermero, nos explica una técnica que él usa para “construir” sus propios objetos sexuales: “Yo no pago por nada de eso, son muy caros. Eso es para ricos. Yo aprendí con una pareja mía que estuvo preso. En la cárcel se hacen mucho esas cosas. Es muy fácil, no hay que ser artesano ni comprar silicona. […] Tú coges un condón, lo llenas de agua, lo cierras bien […] y comienzas a forrarlo con más condones, formando capas de unos 20 o 30 condones hasta que coge la forma de un consolador de verdad. Vaya, eso es mejor que los originales. […] Eso no es nada peligroso. […] Tú no has visto nada. Al hospital ha llegado gente directo al salón [quirófano] para sacarle de todo: tubos de desodorante, botellas de cerveza […] eso lo da la necesidad espiritual pero mucho más la material. Cuando no hay pan…”.
Consoladores, vibradores, dildos de cualquier especie, muñecos de plástico y todo cuanto insinúe parecerse a un auxiliar erótico son traficados en Cuba como si se trataran de armas o drogas. La incautación de estos objetos, por parte de la aduana de Cuba, puede conducir a un proceso judicial por “perjuicio a la moral pública” y hasta por “tráfico de mercancías” para un incipiente mercado subterráneo de tales productos, altamente demandados por una población que comienza a descubrir, como ha dicho un vendedor de una sex shop clandestina en La Habana, ironizando con una conocida frase del discurso oficialista, “que un mundo mejor es posible”.
Este artículo fue publicado originalmente por Ernesto Pérez Chang en el portal Cubanet el 11 de febrero de 2016.