De serlo, Jacobo Machover sería el francés más "acubanado" del mundo. No sé cuántas palabras serían necesarias para hacer algo semejante a una semblanza de Machover, pero voy a escoger tres, sólo tres palabras para dejarles como tarjeta de presentación a los habituales de Dile que pienso en Ella: Pasión, Paciencia, Profundidad, reunidas en un sólo ser humano y su causa: la libertad.
¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
Salí de Cuba con mis padres y mi hermano en 1963, cuando aún era un niño. Ellos habían logrado escapar del Holocausto cometido por los nazis y sus «colaboracionistas» en Francia. En el caso de mi padre, se fue a refugiar en la isla en tiempos del gobierno constitucional de Fulgencio Batista, hacia 1942.
Mi madre lo alcanzó después de la segunda guerra mundial, en 1946. Siendo judíos de origen polaco, como otros miles que se habían establecido en el país y que escaparon desde el principio del régimen castrista, creo que tenían una sensibilidad particular hacia lo que podía ser una opresión de corte totalitario.
Nos fuimos rumbo a la ex-República Democrática Alemana, en un barco llamado Karl Marx Stadt, y de allí pasamos a Alemania Federal y luego a Francia. Fue un recorrido diferente al del conjunto de los exilados cubanos, pero nos venimos a juntar todos en una condición que el poeta ex-soviético Joseph Brodsky designaba como «displacement» o «misplacement».
Por mi parte, regresé a Cuba a finales de los años 1970 -principios de los 1980- por un corto período. Si podía tener ilusiones sobre lo que pensaba que podía ser mi «patria», se me acabaron allí mismo, enseguida.
Pude percibir el terror desde el primer momento en el rostro de la gente. Aquel terror del que hablas, María Elena, en algunos de tus más poderosos versos, «Contra ti mi plegaria. / Plegaria contra el miedo», que tuve el honor de traducir al francés y de publicar cuando estabas presa, unos años más tarde, en 1991.
De principios de los años 1980 puedo fechar mi propio destierro asumido, para no volver, ni ahora ni, me temo, que nunca. Ese itinerario, trazando una continuidad del nazismo al castrismo, lo cuento en un próximo libro escrito en francés (en español saldrá, espero, un poco más tarde).
¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
Mis esperanzas eran pocas, mis desesperanzas mucho mayores. Perdía a los animalitos que tenía en el patio de mi casa, perdía a mis amigos que se iban yendo progresivamente para el Norte. Sabía que no los iba a ver más. Después supe que en Guanabo no quedó nadie de los integrantes de la pandilla de niños y de adolescentes que había allí. Unos se fueron en bote, otros por el Mariel, algunos en balsa, los últimos anda a saber cómo. Leí en un libro de un periodista canadiense que el 90% de los habitantes de entonces se había ido. Una desolación.
¿Qué encontraste?
Lo que encontré fue un universo a la vez desgarrador y liberador. Por un lado descubría la historia de mi familia, en gran parte desmembrada por el exterminio perpetrado por los nazis en los campos de la muerte (Auschwitz, Majdanek, Treblinka…). En Cuba mis padres no hablaban de eso. Por otro lado viví la vida loca de los años post-1968, en que todo parecía posible, entre efluvios de música, de festivales, de amores sin trabas, de poesía. Todo no era tan idílico, claro: había oposiciones a todo aquello y, también, dolores inconfesables. Adquirí también un sentido crítico, demasiado a veces, hacia todo lo que intentaban inculcarme, hasta una rebeldía constante, irracional e incontrolable a veces. Pero ¡que me quiten lo bailao!
¿Qué has aprendido durante el proceso?
No he dejado de aprender nunca. La literatura universal, en varios idiomas, se volvió parte de mi vida, así como el cine y todas las artes. Integré lo más que pude en mi propia personalidad y en mis creaciones. Pero no podía desinteresarme de lo que sufría mi gente en Cuba.
Fui conociendo a los escritores del exilio, nutriéndome de ellos y, por momentos, abandonándolos cuando no eran lo que aparentaban. Y, sobre todo, sentí la necesidad de dejar testimonio de los que habían sufrido en carne propia la represión en Cuba: ex-presos políticos, balseros, fugitivos de todo tipo. Sentí que era como un deber, igual a lo que llaman el «deber de memoria» en relación con los perseguidos por el nazismo (y el comunismo a lo largo del siglo XX y comienzos del XXI).
Todos esos hombres y mujeres me enseñaron el valor de la lucha (y de la huida, que es otra forma de combatir contra la liquidación del espíritu) frente a un poder omnímodo. Mi obra está orientada hacia ello. Espero que haya muchos más que aprendan de ellos y que perpetúen su memoria.
¿Qué es para ti la Libertad?
La libertad es una idea imposible de definir, en todo caso, distinta a la que avanzaba el pensador antitotalitario Raymond Aron, quien prefería hablar de las «libertades» en plural… Tiene una significación tan concreta para nosotros… Es algo que se tiene que aplicar a una problemática política, por supuesto, pero también, por ejemplo, al amor. Es una sensación intrínseca, íntima, que se cuela por todos los poros del cuerpo y de la mente, y que nadie nos podrá arrancar a nosotros, los cubanos libres.
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
Con mi recorrido existencial me resulta difícil integrar el concepto de «patria». Concibo el mundo de manera más natural que La Habana donde nací y Guanabo donde viví. Sin embargo vibro con Ella cuando cuatro disidentes fueron encarcelados por escribir un texto titulado «La Patria es de todos» o cuando algunos cubanos, de dentro y de fuera, se envuelven en la bandera para demostrar que Cuba no significa esa siniestra consigna de «Patria o muerte». Lo fundamental para mí es la escritura. Y en ella Cuba está presente en cada línea, sencillamente como un grito contra la tiranía.