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Gustavo Arcos Bergnes: un cubano inclaudicable


Gustavo Arcos(3 de izq. a derecho) con el diputado español Guillermo Gortazar y Raúl Rivero, Elizardo Sánchez y Oswaldo Payá
Gustavo Arcos(3 de izq. a derecho) con el diputado español Guillermo Gortazar y Raúl Rivero, Elizardo Sánchez y Oswaldo Payá

La Habana - Por intermedio de un buen amigo, he recibido un pedido de colaboración formulado por un destacado colega del periodismo. Esa petición representa un verdadero mandato; y no sólo por quienes la formularon, sino sobre todo por la persona que constituirá el tema de este trabajo. Se trata de un cubano ejemplar que me honró con su amistad: Don Gustavo Arcos Bergnes.

Conocí al asaltante del Cuartel Moncada al comienzo de mis vínculos con la oposición pacífica cubana. Eran los tiempos en que aún yo no había sido expulsado de los bufetes colectivos por mi postura contestataria. Por consiguiente, todavía me resultaba posible asumir, sin necesidad de una autorización especial, la defensa de activistas prodemocráticos que eran acusados de la comisión de actividades criminales.

Si tuviera que emplear un solo vocablo para describir a ese cubano admirable .....diría simplemente: Integridad.

En unos casos, se trataba de ilícitos políticos que la ley cubana vigente califica como “contra la seguridad del Estado”. En otras ocasiones, los delitos de conciencia eran enmascarados como supuestos asuntos de carácter común. El disfraz casi nunca surtía los efectos deseados, pero los órganos represivos del régimen comunista, esperanzados en engañar a la opinión pública, continuaban utilizándolo. Es lo mismo que siguen haciendo hasta hoy.

Entre los asuntos penales en los que entonces intervine como abogado defensor se encontraron varios que interesaban de modo directo a don Gustavo. Por aquellas fechas él, con el título de Secretario General, encabezaba ya dentro de la Isla la organización primada de la disidencia pacífica: el Comité Cubano Pro Derechos Humanos (CCPDH).

Una de esas causas criminales que ahora acuden a mi memoria es la seguida contra el señor Rodolfo González, entonces portavoz de la mencionada organización, encarcelado por el régimen para acallar su voz. También la orquestada contra la Asociación Pro Arte Libre (APAL), en cuyo juicio actué junto al ahora fallecido doctor Félix Fleitas Posada, otro colaborador del CCPDH que era visita frecuente en la casa de Arcos Bergnes.

Otro caso que, por razones obvias, resulta especial en ese contexto, es el de Sebastián, hermano menor de Gustavo. En ese asunto no actué en el juicio oral, pero sí fui escogido para tramitar la casación, una actividad en la que me había especializado. A la vista concurrieron diplomáticos acreditados en Cuba.

Recuerdo que eran tantas las irregularidades observadas en esa causa penal, que mi recurso constaba de la friolera de quince motivos. Utilizando el argot beisbolístico, podría comentar que, en el caso improbable de que esto no constituyera un record, sí sería un excelente average. Peroni las anomalías existentes ni la presencia de los representantes extranjeros resultaron suficientes para que mis alegatos fuesen acogidos. El Tribunal Supremo confirmó cada una de las arbitrariedades perpetradas a nivel provincial.

Toda esa actividad nos ponía en contacto a Arcos Bergnes y a mí. Pero fue después de 1995, a raíz de mi arbitraria expulsión de los bufetes colectivos, cuando dispuse de más tiempo para visitar con cierta asiduidad la antigua casa de huéspedes de la Calle H entre 13 y 15 del Vedado habanero, en uno de cuyos apartamentos de los altos residían don Gustavo y su esposa Teresita de Paz.

En una de esas visitas que realizamos el también abogado agramontista —ahora exiliado— Leonel Morejón y yo (que por entonces me desempeñaba como coordinador del Grupo Gestor Provisional de Concilio Cubano), recabamos el apoyo del ex asaltante del Cuartel Moncada para esa coalición.

En otras ocasiones en que acudí a su domicilio, coincidí con el destacado luchador prodemocrático Jesús Yanes Pelletier, quien era vicepresidente del CCPDH. En una oportunidad, tuve el honor de que Gustavo me presentara allí a Mario Chanes de Armas, quien acababa de ser excarcelado.

Desde luego que no todas mis visitas a la casa de huéspedes eran para tratar asuntos políticos. Un ingrediente básico de nuestras conversaciones eran los temas de la historia patria, tomada en su acepción más amplia. De ella era Arcos Bergnes un estudioso muy interesado y bien documentado. Eso sin contar las innumerables anécdotas personales que solía narrarme y que, dada su trayectoria vital, constituían pedazos vivos de esa misma historia.

Herido Gustavo Arcos tras el ataque al Moncada / Cortesía Latinamericanstudies.org
Herido Gustavo Arcos tras el ataque al Moncada / Cortesía Latinamericanstudies.org

Si tuviera que emplear un solo vocablo para describir a ese cubano admirable, yo no tendría grandes dificultades para escogerlo. Diría simplemente: Integridad. Sé que otros luchadores prodemocráticos se han quejado de determinados rasgos del carácter de don Gustavo. En verdad, para algunos de ellos no siempre resultaba fácil el trato con él. Pero es que las reacciones terminantes del aludido representaban otras tantas manifestaciones de esa misma integridad que lo caracterizaba.

Quiso el destino que su lamentable deceso coincidiera con una de mis temporadas en la prisión política. Por ello me vi impedido de participar en sus honras fúnebres. Pero me queda el grato recuerdo de ese buen amigo.

Está claro que, si se hubiera plegado a los designios del poder, él habría disfrutado de todas sus mieles. Razones le sobraban para ello: ¿No se sumó bien temprano a los trajines conspirativos contra el batistato? ¿No marchó a asaltar la fortaleza junto al jefe de la intentona? ¿No sufrió allí una herida grave que lo invalidó y marcó el resto de su existencia? ¿No desplegó después en el exilio una actividad insuperable en la obtención de respaldo económico para el movimiento insurreccional?

Todas las prebendas habrían estado a su alcance. Lo único que tenía que hacer era plegarse. Cumplir sin rechistar las órdenes del nuevo mandamás. Seguirlo en todos sus caprichos y locuras. Y hacerlo, como diría Heberto Padilla, “siempre aplaudiendo”.

Pero su integridad no se lo permitía. Por eso escogió el camino difícil: el del enfrentamiento al nuevo jefe y el de continuar su lucha inclaudicable de toda una vida por la libertad de la Patria.

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