No deja de ser sorprendente la fiebre que se ha desatado entre los famosos por visitar Cuba. La visita de todos estos personajes a la isla –donde solo existe un partido y donde alguien a quien se le ocurra reunirse con otros para debatir sobre política corre el riesgo de acabar en un calabozo– lo convierte todo todavía mucho más bizarre.
Así pues, Cuba ya está dejando de ser el país del absurdo. Ahora ya directamente la isla es el país donde casi todo vale, es el país de lo bizarro, rayando lo desagradable. Es el escenario en el que se materializa la incoherencia, la hipocresía, las palabras vacías, donde todo acaba resultando en un amargo sinsentido.
La presencia de famosos estadounidenses es la guinda al pastel del despropósito cubano, pues sus presencias son la evidencia de que el capitalismo y sus "estéticas" se van extendiendo como una mancha de aceite en ese país embrutecido por esa pátina de ideología retro que te teletransporta al pasado, pura quincalla emocional que nada soluciona.
Realmente, el país se ha convertido en una pieza de museo al aire libre, dada esa rigidez revolucionaria en la que nada se toca ni nada puede ser tocado, donde los liderazgos son "indiscutibles", donde parece que la historia está escrita ya por lo siglos de los siglos en pesadas losas.
Miles de europeos se alistan para ir a Cuba "antes de que cambie". Se me acerca cada vez más gente con la idea de la "inminencia" de un cambio que parece que va a acabar con algo que –les debe parecer– fue maravilloso.
Nadie se quiere perder una experiencia en La Habana con la escenografía revolucionaria todavía montada.
Y lo más bizarro de todo es que los protagonistas de toda esta historia, los "dirigentes históricos", las autoridades que sostienen el tinglado, necesitan y anhelan que esto ocurra. Lo curioso del caso es que convertir la Revolución en un producto de consumo para turistas que viven, vienen y regresan al capitalismo es un objetivo vital para el Partido Comunista de Cuba.
Al final, pues, el régimen castrista sirve un producto más de la amplia variedad de "ofertas" entre las que el consumidor occidental escoge para vivir su "experiencia".
Muchos viajan a la India a encontrar nuevos caminos de espiritualidad; pero no se instalan en Nueva Delhi, probablemente ni regresan al país. Otros muchos viajan a África, para participar en safaris, conocer cómo viven algunas tribus autóctonas, regresan de sus vacaciones y explican a sus amigos ciertos valores que han descubierto en esa escapada; pero la verdad es que nadie decide dejar su vida en Europa e instalarse en Kenia.
Cuba se integra también en este corolario de lugares exóticos que el consumo turístico ofrece. Irse a vivir a la isla, en cambio, no parece una idea que atraiga a muchos, o al menos no de manera muy seria o firme. De alguna forma u otra, quien haya vivido en el capitalismo y quiera irse a vivir a Cuba no puede romper lazos con su país de origen, por razones de supervivencia.
Los famosos han convertido Cuba (o más bien La Habana) en algo trendy. Los comunistas tienen la oportunidad de aprovechar todo este movimiento para hacer más caja, para incrementar el volumen de su negocio. Pues la revolución no es más que eso, una industria de la que varios van a sacar partido.