A partir de un error tipográfico en un twitter del presidente Donald Trump, el escritor cubano Orlando Luis Pardo Lazo (OLPL) ha hilvanado las historias de su nueva novela Que la patria os covfefe orgullosa, que Editorial Hypermedia alista para inicios de 2018.
En conversación con Martí Noticias, Pardo Lazo, que decidió quedarse en Estados Unidos en 2013 y ahora cursa un doctorado en Literatura Comparada en la Universidad Washington en Saint Louis, Missouri, reveló que se trata de una continuación de su primer libro Del clarín escuchad el silencio.
Ácido, cínico e irreverente, ¿no está Pardo Lazo de algún modo rindiendo culto a Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas?
Es homenaje, sí. Yo he escrito incluso criticando al Maestro (Cabrera Infante), pero que nadie lo tome a mal porque para mí es un homenaje tremendo a la escritura de ese hombre que estuvo treinta años fuera de Cuba y jamás escribió un solo párrafo que no fuera cubano.
¿Es una lectura anti-Trump?
No para nada. Desafortunadamente Estados Unidos está viviendo un momento de mucha radicalización política. Yo he sufrido agresiones en la universidad, precisamente por lo contrario: me han acusado de ser un fanático de Trump por lo que comparto en mis redes sociales, en mi Internet, en mi Facebook…
En las universidades de Estados Unidos, hoy por hoy, la libertad de expresión está bastante comprometida, bastante en peligro y prácticamente cualquier criterio que se asuma de derecha, o en el caso de nosotros los cubanos anticastristas, pro-democráticos, pues de alguna manera nos aíslan en las universidades por el hecho de no tener un pensamiento socialista", explica OLPL.
Con solo cuatro años aquí, ¿no estarías haciendo solo una postal turística al describir algo como el exilio?
Lo hago con mucho respeto. Mi libro y mi voz reduccionista, delirante, no es más que mi visión. Todas las otras visiones del exilio histórico, de los exilios de los ’80 y ’90, tienen la misma validez y el mismo valor. Mi visión es más deconstructiva, más caníbal; yo soy el último que llegó y lo hago pateando la lata y haciendo ruido, pero eso no niega mi conocimiento de todo, toda la memoria histórica y lo que se hizo fuera de Cuba para ayudar a la causa de la libertad y lo que se hizo incluso para ayudar a cada ola de exiliado, incluido yo mismo.
Orlando Luis Pardo Lazo es autor de los libros Boring Home (narrativa”, La Habana abandonada (Fotografía), y las antologías de cuentos Generación cero y Cuba in Splinters (once historias de la nueva Cuba).
A continuación reproducimos un primer capítulo de su nueva obra, cedido por la editorial Hypermedia.
4. Make America Red Again
Cuando regresé de mi beca en Islandia pensé que me iba a morir de pena.
Los Estados Unidos me parecieron horribles esta segunda vez. No es lo mismo regresar a tu país, por muy mierdero que sea, que regresar del exilio a otro exilio. La sensación de abandono es inconsolable.
Igual no creo que todo haya sido subjetivo ni un espejismo emocional. Les digo que en menos de un año los Estados Unidos eran otros. Lucían feos y subdesarrollados.
Los vagones de los metros eran una cochinada. Las escaleras olían a orine. Había grafitis comunistas por todas partes. Y, peor, unos murales hechos por minusválidos o algo así, casi siempre con palomas de la paz que parecían gallinas genéticamente degeneradas.
Un país lleno de gente rara llegada de todas partes. Trapos de colorines. Jergas de consonantes fuera del alfabeto. Triptongos al trozo. Y un repingal de iglesias en cada cuadra.
In Church They Trust.
En verdad les digo, nunca vi tantas iglesias por metro cuadrado como cuando aterricé desde Reykjavík, vía Praga, vía Munich, en la aldea alguna vez altanera de Saint Louis.
Missouri, molicie.
Missouri, apartheid.
Missouri, mi amor.
Diríase que la hierba mala crecía a lo comoquiera en los jardines y parterres de media nación. Ya nadie quería ganar dinero. Era una especie de socialismo a la carrera. Indigencia e improvisación.
Y encima el presidente Barack Obama haciendo campaña electoral al descaro, para que la gente votara a ciegas por Hillary Clinton. Incluso chantajeando a la América negra para que no se atrevieran a simpatizar con el rubio de oro, y se cazaran con la rubia platino que el mulato les proponía.
Todos millonarios de oficio. Como debe ser. Eso sí les aplaudo a los tres.
Un país es la propiedad.
Y su presidente tiene que poseer propiedades, sólo así puede contar con intereses no imaginarios que defender en ese país como tal.
Desde que aterricé en Chicago, las pantallas del aeropuerto repetían a troche y moche los debates presidenciales. Me di cuenta de que, a todos y cada uno de los casi veinte candidatos republicanos, la gente los llama “fascistas” sin ningún tipo de recato.
Bush, fascista, acuérdate de Girón.
Rubio, fascista, acuérdate de Girón.
Cruz, fascista, acuérdate de Girón.
Y cosas así. Nada del otro mundo.
Con Carson no se atrevían, por no ser blanco.
Ben, acuérdate de abril, recuerda.
Y a Trump realmente no lo llamaban nada.
Trump era el tipo infiltrado del Partido Demócrata. El Agente Naranja espontáneo que garantizaría que el planeta entero se mofara de los veinte republicanos.
Trump era la patente de corso para que Hillary Clinton trampeara al cascarrabias de Bernie Sanders, y saliera electa por amplio margen como la primera mujer presidenta en la historia de los USA.
E pluribus hymen.
Así que no habría elecciones presidenciales en noviembre del 2016. Todo estaba atado y bien atado de antemano. El que se moviera no iba a salir en la foto. Y los demócratas terminarían gobernando la única democracia de las Américas por lo menos otros ocho años. Dieciséis en total.
Quién sabe si treinta y dos.
Ojalá que sesenta y cuatro.
Perfecto. Sin lío conmigo.
Me daba indolentemente igual.
USA no era, no es, y nunca será del todo mi maletín.
United Strangers of America.
Toda vez en el exilio, uno asume que más temprano que tarde tendremos que exiliarnos por tercera y probablemente por decimotercera vez.
Islandias elevadas exponencialmente al cubo, a la cuba.
A Cuba ni para coger impulso, compay.
Corneta, toque usted a degüello.
A Cuba, ni jugando.
Pero ese martes de votación, cuando el mapita de Google se empezó a poner rojo estado tras estado, yo empecé a ponerme a feliz.
Qué paradoja. El rojo del comunismo de pronto significaba todo lo contrario aquí. Un retroceso hacia el capitalismo salvaje. Basura blanca mercadotécnica. Invadir a alguna republiquita bananera y de paso a una potencia nuclear. Y, con suerte, hasta poner a otro norteamericano en la luna.
Casi una epifanía.
Creo que fui la única persona de costa a costa de la Unión que se alegró con la elección contundente de Donald J. Trump. Nació el mismo día que Ernesto Ché Guevara y Antonio Maceo, por cierto, para que vayan llevando cartas de cómo será la cosa.
A patada y machete.
Se trata de un superhéroe entre superhéroes. Goza, pelota, que tu marido está preso. Esta sí que nadie se la sabía, en medio de la ignorancia mediática de los USA: 14 de Junio, el Día T.
Ni siquiera los que votaron por él se alegraron demasiado de ganar en noviembre del 2016. Y, por supuesto, dentro de su Partido fue donde más se lamentó la victoria. Estoy convencido de que los republicanos, acorralados por la corrección política de izquierda y un complejo de culpa post-esclavista, hubieran preferido perder.
Los principios, primero.
Los profits pueden esperar.
Esta es la ética que ha esterilizado hasta el útero inútil de este país.
United Sterilities of America.
Fue una fiesta medio funeraria, algo macabra.
Martes 8. Miércoles 9.
Hacía un silencio ensordecedor.
En la CNN de Atlanta se fue la luz, dicen.
En California querían de pronto independizarse.
De Primera Dama, Hillary pasó a ser oficialmente la primera desaparecida política de los Estados Unidos. Hasta el día de hoy.
Entonces, a la medianoche, quien apareció fue el hijo pequeño del presidente, bostezando y cayéndose de sueño en cámara.
La izquierda oligofrénica, por supuesto, la cogió enseguida con él. Supongo que por ser blanco.
Quedaba así inaugurado el otoño del odio.
El otoño del renacimiento del odio en los Estados Unidos.
Hate Lives Matters.
Occupy Hate Street.
Al otro día mi universidad amaneció hecha un mausoleo. El campus completo era como un cometa cubierto de hielo muerto. Peor que si se les hubiera muerto alguien de verdad.
Están del carajo los ex-norteamericanos estos. Y sobre todo las ex-norteamericanas.
De hecho, en un par de semanas más, alguien muy querido se les iba a morir.
Porque fue un Noviembre necrológico. Sin Hillary y sin Fidel.
El día después de las elecciones me sentí tan, pero tan fuera de lugar que… Me sentí sin lugar. Y por primera vez supe que sería irreversible.
Ese día fue cuando me fui de Cuba de verdad, después de tres años de haberme ido de Cuba de mentiritas.
Di las clases del día y me fui a casa.
Cataplún. A mi estudio pagado con un estipendio escueto.
Es mejor evitar que tener que lamentar. O eso creía yo.
No me burlé de nadie. Tampoco le di el pésame a nadie. Mucho menos a la latinoamericanada luctuosa.
A nadie le pregunté por quién doblaban las campanas del campus.
Ahora lo sabemos. La sabiduría es un plato que se come frío. Hasta por los codos.
Me tomó un par de denuncias averiguarlo. La envidia mata a los pueblos. La presidencia de Donald J. Trump tendría que pagarla tweet a tweet yo: por renegado, por contrarrevolucionario, por reaccionario.
Por blanco supremacista, misógino, y todas las fobias inimaginables.
Así que ahora también ustedes lo saben: era más que obvio que las campanas de luto doblaban por mí.
Pero esa es ya la historia de otro capítulo. Harina de otro costal. Agua que no has de beber…