Cuba parecía abocada a un cambio político el 11 de julio del año pasado.
Las protestas -las más grandes desde que Fidel Castro tomó el poder en 1959- sacudieron la isla de Gobierno comunista, con los cubanos en las calles exigiendo reformas sociales y económicas.
Sin embargo, las manifestaciones duraron poco. Desde entonces, las autoridades cubanas han condenado a cientos de personas a penas de cárcel por cargos que van desde desórdenes públicos hasta sedición, lo que ha llevado a los activistas a denunciar violaciones de derechos. Otros disidentes, presionados y viendo que el impulso se desvanece, han huido de la isla.
Más de 140.000 cubanos, de todas las clases sociales, se han marchado a Estados Unidos desde octubre, según datos del Gobierno estadounidense, el mayor éxodo desde Cuba en décadas.
La migración, combinada con una represión más generalizada de la disidencia, ha dejado en el limbo el legado -y el futuro- de uno de los movimientos de protesta más audaces desde el inicio de la revolución cubana, dicen los analistas.
"El descontento ha abandonado en gran medida el país", dijo Bert Hoffmann, experto en América Latina del Instituto Alemán de Estudios Globales y de Área. "Para ser sostenible en el tiempo, (el movimiento) necesita organización".
Un año después, exiliados cubanos y simpatizantes fuera del país han convocado concentraciones para conmemorar la fecha, pero hay pocas señales de planes en la propia isla.
Más de una docena de líderes disidentes, en declaraciones públicas o en entrevistas con Reuters, dicen que eso se debe a que las autoridades cubanas les han dejado con una opción inaceptable: quedarse callados, salir de la isla o ir a la cárcel.
"Era una decisión imposible", dijo la cubana Carolina Barrero en una entrevista desde Santiago de Chile. Barrero es miembro del Movimiento San Isidro de Cuba, un colectivo de artistas-activistas que precedió a las protestas de julio de 2021.
Barrero, también ciudadana española, dijo que las autoridades le dieron 48 horas para abandonar Cuba a principios de este año, lo que calificó como parte de una "caza de brujas" tras las manifestaciones.
No obstante, las protestas han dejado huella, dijo.
"Lograron inspirar, romper una barrera", afirmó Barrero. "(El gobierno cubano) conoce perfectamente que esa tensión está latente, y que cualquier protesta puede volver a detonar otro levantamiento ciudadano".
Cuba dice que las protestas del 11 de julio fueron fomentadas por Estados Unidos, y que junto con el endurecimiento de las sanciones económicas, buscan derrocar al gobierno. Washington dice que el movimiento fue espontáneo y niega haberlo provocado.
Las autoridades cubanas no respondieron a una solicitud de comentarios para este artículo.
Las protestas del año pasado se han desvanecido, pero no la crisis económica a la que se considera su catalizador. Las largas colas para conseguir alimentos, transporte público, combustible y medicinas alimentan la frustración. Los cortes de energía son frecuentes.
El gobernante Miguel Díaz-Canel ha tomado nota y ha encomendado a su Gobierno que sea más receptivo, y recientemente lanzó un programa para ayudar a mejorar las infraestructuras y reformar más de 1.000 barrios empobrecidos del país.
Algunos líderes de las protestas, muchos de ellos en el extranjero, sueñan con volver a la carga. Arturo López-Levy, un experto político cubano afincado en Estados Unidos, dijo que necesitan, sin embargo, recuperar el contacto con la verdadera fuente de ira entre los cubanos: la economía.
"Es una oposición que en su agenda está cada día más desconectada de los principales motivos de protesta inmediata que tiene el sector descontento de la población cubana", sostuvo.
Anamely Ramos, otra líder del movimiento San Isidro que ahora se encuentra fuera de Cuba, dijo que la atención global había significado que el "movimiento se amplió de manera que nosotros mismos no lo podíamos controlar. Esto lo hizo más fuerte pero al mismo tiempo más vulnerable".
Ramos dijo que los líderes del grupo fueron detenidos e interrogados en repetidas ocasiones y que ella también se sintió presionada para marcharse. En dos ocasiones ha intentado regresar a su país, pero se le ha denegado la entrada por "inadmisible", sin una explicación, según un documento del Ministerio del Interior cubano visto por Reuters.
Manuel Cuesta Morúa, activista prodemocrático y quien aún vive en la isla, dijo que se siente cada vez más solo.
Aunque otro 11 de julio parece improbable, dijo, se mostró optimista. "Creo que las protestas llegaron para quedarse en la sociedad cubana", señaló.