Es un verdadero atraco. Cada vez que un cubano residente en el extranjero decide visitar su patria, debe pagar un grosero “impuesto revolucionario” al Gobierno de los hermanos Castro.
Saquemos la calculadora. En 2012 casi 400 mil emigrados cubanos visitaron la isla. Antes de empaquetar los televisores de plasma, ordenadores, videojuegos y móviles de última generación para sus parientes del verde caimán, en los consulados de los Castro en el exterior, cada uno tuvo que pagar al contado 240 dólares por una carta de invitación y 80 dólares por un mes de estancia en la tierra que los vio nacer.
La nostalgia y el deseo de conocer a los nietos, o simplemente tomar ron de caña sin camisa en el portal de la casa de su madre junto a viejos amigos, tiene un precio para quienes decidieron emigrar definitivamente.
Nadie puede entender que un cubano sea extranjero en su patria. Incluso existe una aberración jurídica mayúscula en la Constitución de la República: no se acepta la doble ciudanía. Sin embargo, a la hora de visitar su país, los emigrados deben hacerlo con un pasaporte cubano. Los absurdos legales hacia los inmigrantes no se detienen ahí. Si tienen la mala suerte de ser detenidos y enviados a alguna de las duras cárceles, deben pagar la asesoría jurídica en moneda dura. Se encuentran en tierra de nadie.
Para los cubanos de la isla que deciden marcharse, las tarifas abusivas y los costos desmesurados son de apaga y vámonos. Repasemos los gastos. 55 pesos convertibles (cuc) por el pasaporte. 400 cuc por un rápido y primario chequeo médico. 200 por validar un título profesional. 150 por el permiso de salida. Aparte de esos 805 cuc o “chavitos” -cantidad equivalente al salario de tres años de un ingeniero-, el gobierno se engrosa otra buena mesada por la prestación de servicios aeroportuarios y una comisión por el billete aéreo.
La industria para ordeñar a los inmigrantes y posibles emigrados, no termina ahí. Si se opta por la variante de una carta de invitación por 3 meses o un permiso de trabajo en el exterior, también está obligado a pasar por la caja contadora.
Hagamos números. A falta de datos gubernamentales acerca de la cantidad de cubanos que por ese concepto viajan al extranjero, supongamos que 100 mil cubanos cada año salen temporalmente de la isla. Si lo multiplicamos por 805, veremos que el régimen se embolsa más de 80 millones de pesos convertibles sólo por esas salidas.
Al gran negocio que para los mandarines criollos resulta la inmigración, súmele los mil millones procedentes de las remesas familiares, y los cientos o miles de millones que obtienen por concepto de agencias de viajes y paqueterías radicadas en la Florida.
Para coronar la guinda del pastel, al suculento “bisne” agregue los cientos de millones que se gastan los emigrados cubanos en las 'shoppings', comprando alimentos, pacotillas y artículos electrodomésticos a sus parientes.
Es precisamente la industria montada en torno a la emigración uno de los pocos negocios rentables de los hermanos Castro. Ahora, con la presunta reforma migratoria está por ver si se abaratarán los gastos para los que deciden marcharse o viajar temporalmente al extranjero. O se derogarán las absurdas regulaciones y en cambio se elevarían los costos.
Ya se sabe que por “elementales medidas de seguridad”, a la bloguera Yoani Sánchez no la dejan salir. Y los periodistas Carlos Alberto Montaner y Raúl Rivero deberán seguir esperando que Dios se los lleve en tierras extrañas.
Mientras eso persista, ninguna reforma migratoria será completa. No se pueden aplaudir concesiones vergonzosas que son derechos elementales.
Cuba es de todos los cubanos. No de una casta verde olivo.