La tragedia del viento es la del río: detenerse es dejar de ser. Pero el río que se detiene se transmuta en algo: represa, estanque, lago, realidades palmarias. El viento se desvanece.
El mar puede hallar sosiego; los animales, hibernar; el hombre, dormir a pierna suelta; el año, descansar, conseguir que una tarde de domingo sea más lenta. El viento, no. Por exhausto que se encuentre, por muchas vueltas que haya dado en la búsqueda de un destino que justifique su errancia, por muchas nubes que pastoree, por muchas hojas que recoja del suelo y, compasivo, devuelva al espacio, por muchos aromas que reparta, por muchas faldas que, zalamero, levante, por mucha ropa íntima, colgada al sol, a la que dé jerarquía de bandera o fetiche olfateándola, poseyéndola fugazmente y hasta arrancándola del tendal al que esa ropa se aferra, no hay escala posible.
El viento es movimiento desencarnado y de alta velocidad (la rima consonante no es fortuita: delata la filiación). De ahí que al menor retraso se esfume y sea relevado por la brisa, que si bien comparte su suerte no está condenada a tanto apremio. La brisa que se duerme en los laureles es sustituida por el aire, vástago de ambos, Bóreas enfermo de melancolía o adicto a los sedantes. Nada de preñar yeguas, raptar princesas o perseguir jóvenes gitanas: el aire, meteoro a regañadientes, es un pusilánime.
Nada sabríamos del viento si no fuera por sus efectos, pero sí se le sabe cristiano: la cruz de ceniza que la iglesia católica impone al hombre en la frente el primer día de la Cuaresma para que éste no olvide su condición pasajera, el viento la convierte en puñado de polvo que nos arroja a los ojos a cualquier altura del año y que, no satisfecho, esparce dentro de nuestros hogares y alrededor de nuestros medios de transporte para enfrentarnos a nuestra insignificancia, para que no cesemos de recordar que eso somos y en eso nos convertiremos.
Yo no sé por qué razón
el viento pasa tan rápido.
Debería detenerse
un instante, como el árbol
que tiene la cortesía
de sobrevivir al rayo
para que uno lo admire
así, vivito y coleando.
(Si falta o sobra una sílaba
es porque el viento es un bárbaro).
Si el viento se detuviera
--al menos de vez en cuando--
las olas tendrían tiempo
de ajustarse los refajos
y no llegar a la orilla
con los pechos como náufragos,
la cabellera revuelta
y los labios tan salados.
A las olas no les queda
más remedio que dar saltos,
pero hay papeles, sombrillas
y animales asustados
a los que el viento parece
perseguir como un lunático
o atropellar, impaciente,
con su automóvil del año.
Yo no sé por qué razón
el viento pasa tan rápido,
si las nubes se embelesan
tan pronto se hace el guanajo,
y las persianas se excitan
--véanlas abrirse tanto
que parecen entrepiernas
de mujeres, y hasta labios
de sus partes más estrictas--,
y vuelan mejor los pájaros,
y el remolino de polvo
se libra de ser humano.
Por qué pasará tan rápido.
El primer hombre puede haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, pero el hombre moderno fue creado a imagen y semejanza del viento.