1
Si el pueblo cubano estuviera familiarizado con su mejor poesía, los balseros devotos y no devotos de la Virgen de la Caridad del Cobre hubieran encontrado el mejor amuleto para enfrentarse a las aguas en unos versos de Luisa Pérez de Zambrana (1835-1922):
Virgen a quien los náufragos un día,
hallando ya en las aguas sepultura,
aparecer sobre las olas vieron
como un ángel de blanca vestidura.
También nosotros somos, madre amada,
náufragos que tu amparo reclamamos.
Haz que delante de nosotros, siempre,
flotar tu blanca túnica veamos.
Quizás todos los cubanos, exiliados o no, debamos tener presentes estos versos. Hay un naufragio del que ninguno, incluidas la República y las ilusiones que nos hicimos en torno a ella, ha podido escapar.
2
Juan Moreno, uno de los tres cubanos que hallaron la imagen de la Virgen de la Caridad flotando en la Bahía de Nipe, reveló a los 85 años de edad que entre los primeros milagros realizados por la Virgen estuvo la salvación del hermano Mathías de Olivera, sujeto a unas raíces en la boca de la mina cuando iba a precipitarse en sus profundidades. Olivera, precisó Moreno, era la persona que servía a la Virgen, que cuidaba aquella imagen que había aparecido sobre las aguas.*
¿Dónde estaría la Virgen el 1 de enero de 1959 que no nos vio caer?
3
Los militares españoles destacados en Cuba no fueron indiferentes a la necesidad de proteger a la Virgen de la Caridad durante la Guerra de Independencia, aunque los mambises la consideraran su aliada. El 22 de septiembre de 1895, una revista madrileña recogió una nota difundida por el Diario de la Marina que revelaba la alta estima en que esos militares tenían a la Virgen y su opinión de los insurrectos:
En uno de los campamentos ocupados por la columna del teniente coronel Palanca fue encontrado colgado, dentro de un bohío, un cuadro con la imagen de la Virgen del Cobre. Un soldado, al ver el cuadro, dijo: "Ésta me la llevo yo, porque es una irreverencia que esta Señora esté en compañía de tan mala gente". Y como lo dijo lo hizo.
No faltará el cubano actual que a punto de abandonar la isla visite el Santuario del Cobre y comparta el deseo de aquel soldado español de llevarse a la Virgen con él. Sólo que en este caso ella sería la primera en advertirle que su deber es permanecer en Cuba, donde tanta gente buena la necesita.
Tampoco sería extraño que, ya a bordo del avión que lo aleja de la isla, el exiliado en cierne se sorprendiera susurrando un son que la propia Virgen, traviesa, le iría soplando sin que él fuera capaz de reconocer en aquella voz otra que no fuera la de su memoria:
Allá en Oriente, la región montañosa,
donde yo vi una rosa que jamás olvidaré.
Quise arrancarla de aquel jardín florido
y exhalando un suspiro la rosa me dijo así:
"Yo soy la rosa oriental,
para arrancarme de aquí
un son sabroso de Oriente
tienen que tocarme a mí".
4
Nadie sabe qué fue de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé (1829-1862), el hombre cuyas décimas no parecen ser producto de la inspiración sino de una frutación: huelen, saben, se las puede palpar como si pendieran de un árbol oculto en la página. No se dicen, se muerden; no rezuman tinta sino zumo; no manchan, endulzan. El papel donde se publican debería ser verde. Cuba encarna en su pulpa.
El Cucalambé no murió, desapareció. Hay quien lo supone suicida. Es mejor verlo descender la escalinata del Santuario del Cobre cuchicheando versos, más sonriente que pensativo, antes de internarse en el monte, de perderse en el monte, de fundirse con él.
En una elevada loma
Cuya pintoresca cumbre
Se ve brillar a la lumbre
Del astro rey cuando asoma,
Como una blanca paloma
Que vuela en la inmensidad,
Se eleva con humildad
Y una sencillez bendita
El santo templo que habita
La Virgen de Caridad.
Trájome oculto destino
Muy cerca de esa señora
A quien acata y adora
Todo infeliz peregrino.
Por ver su aspecto divino
Sentí el más grato interés.
Quise cantarla después
De cumplida mi ansiedad.
Y con profunda humildad
Me fui a postrar a sus pies.
“Tú, que bondadosa y pía
Consuelas el trance fiero
Del náufrago marinero
Que en ti con fervor confía;
Tú, cuyo nombre lo guía
Al puerto de salvación;
Tú, para quien nunca son
Los tristes clamores vanos,
No niegues a los cubanos
Tu sublime protección.
5
No se sabe si las plantas de los pies de Jesús estaban mojadas luego de caminar sobre el mar y subir a la barca; sí, que la ropa de la imagen de la Virgen recogida en la Bahía de Nipe estaba seca. Lo revela el testimonio de Juan Moreno, el más joven de sus rescatistas, recogido al dictado por el escribano eclesiástico Antonio González de Villarroel:
...vieron una cosa blanca sobre la espuma del agua, que no distinguieron lo que podía ser, y acercándose más les pareció pájaro y ramas secas. Dijeron dichos indios parece una niña, y en estos discursos, llegados, reconocieron y vieron la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santísima con un Niño Jesús en los brazos sobre una tablita pequeña, y en dicha tablita unas letras grandes las cuales leyó dicho Rodrigo de Hoyos, y decían: Yo soy la Virgen de la Caridad, y siendo sus vestiduras de ropaje, se admiraron que no estaban mojadas...
La observación final valida el carácter sobrenatural del hallazgo. Otro párrafo del testimonio, aunque pareciera discrepar, lo reafirma:
...dos veces halló el hermano Mathías de Olivera que esta Divina Señora de la Caridad no estaba en su altar izquierdo; venía, la hallaba con todos los vestidos mojados, y oían los que estaban en el trabajo de la Mina que dicho Hermano decía: ¿De dónde venís Señora? ¿Cómo me dejáis aquí solo? ¿Por qué ensuciáis los vestidos si sabéis que no tenéis otros, ni dineros con qué comprarlos? ¿Cómo los traéis mojados?
Unos versos de Emilio Ballagas (1908-1954) excluyen los reproches del ermitaño Mathías de Olivera pero permiten escucharlo, con voz más pausada, pedir explicaciones a la Virgen y revelar el horario de sus escapadas:
¿De dónde vienes, Señora,
con la ropa tan mojada?
Saliste sin ser notada
y regresas con la aurora.
Si los sacerdotes que cuidan el Santuario del Cobre y la Ermita de la Caridad hubieran estado más pendientes de las imágenes de la Virgen que ambos templos albergan, y hubieran palpado sus ropas algunas mañanas de 1994, durante la crisis de los balseros, las habrían encontrado húmedas.
6
En la canoa que las representaciones artísticas de la Virgen del Cobre sitúan a sus pies debería incluirse a Sindo Garay (1867-1968), que pareció verla oculta, a salvo del pueblo que la muy solícita -y luego escarmentada- intentó proteger de sí mismo:
Perla marina
que en hondos mares
vive escondida
entre corales...
Aunque suponerla en fuga puede ser un atisbo de cualquier compatriota suyo que, lejos de buscar la causa de las calamidades de Cuba más allá de sus costas, se mire dentro.
7
No satisfecho con tutear a la Virgen y llamarla Cachita, como si lejos de tratarse de la madre de Jesús se tratara de una hija, parienta o amiga, el cubano se refiere a ella como su "negrita", expresión que no determina raza sino cariño y que aflora en el estribillo de "Veneración", uno de los sones más populares de la isla:
Y si vas al Cobre
busca a mi negrita,
que es mi Virgencita
de la Caridad.
No se le reproche la confianza, ¡ha bailado y conversado tanto con ella!
8
Las olas crispadas que amenazan la embarcación donde navegan Juan Moreno y sus dos compañeros indígenas contradicen una precisión del propio Moreno que Antonio González de Villarroel se esmeró en registrar: estando una mañana la mar calma. Un endecasílabo. La profusión de aes ralentiza la corriente del verso, reproduce la quietud de las aguas.
Otro milagro.
9
La Virgen de la Caridad del Cobre estaba en Cuba el 1 de enero de 1959. Impartía a su pueblo una lección que es deber de toda madre impartir a sus hijos apenas los muy impacientes pugnan por dejar de gatear, aunque ese deber la mortifique: permitirles caer, incluso golpearse, lejos de correr en su auxilio. Una lección que en el caso de un país de apenas cinco siglos de existencia puede exceder el lapso de una vida.
Nada son cincuenta años de república en la historia de una nación; menos, sesenta en los anales de la eternidad. Lo que no significa que la Virgen no desespere.
Es hora de levantarse y echar a andar.
* Leví Marrero, "Los esclavos y la Virgen del Cobre. Dos siglos de lucha por la libertad", Ediciones Universal, 1980.