El editorial de The New York Times que pide al Gobierno norteamericano el levantamiento del embargo a Cuba ha generado, como era previsible, todo tipo de reacciones en los últimos días. Normal que se genere tanta atención y una importante cascada de reacciones puesto que se trata de uno de los periódicos de referencia más influyentes del mundo.
Lo que no parece tan normal, en cambio, y resulta por ello decepcionante, es que los argumentos a favor del levantamiento del embargo escamoteen otros aspectos también importantes a tener en cuenta en este complejo debate.
Parece que se está llegando a cierto consenso internacional sobre la necesidad de un cambio de política de Estados Unidos con respecto a Cuba, pero éste se basa en la idea de que la medida definitiva que acabará con el problema (el fin de un régimen totalitario) pasa por una acción unilateral por parte del gobierno norteamericano.
El embargo se presenta como el origen de todos los males y, por lo tanto, su derogación, supondría para algunos el inicio de la recuperación y la apertura de la Isla al mundo contemporáneo. Así pues, parece que en ocasiones la resolución del problema cubano depende sólo de Estados Unidos, como si la voluntad de la parte de enfrente se viera naturalmente conducida al cambio en función de los pasos que dé su vecino.
El tránsito de Cuba a una democracia, entre muchos de los que defienden esa hipótesis, se da por hecho y algunos parece que les basta la fe con esa teoría para esperar el siguiente capítulo en el que los Castro sorprenderían al mundo llevando el país a la democracia. Pero, a pesar de todos los buenos augurios y el optimismo, la realidad futura bien podría ser otra, puesto que modelos de apertura económica y comercial, combinados con falta de derechos, existen actualmente en otras partes del mundo. Y, probablemente, esa es la apuesta de La Habana: conservar el autoritarismo mientras desarrolla su modelo propio capitalista, en el que la casta más bien situada en torno al poder obtiene los beneficios de la actividad comercial.
Lo sorprendente es que una corriente de opinión confíe el futuro de Cuba a una creencia que requiere fe cuando se podrían pedir medidas al Gobierno cubano, que es quien tiene en sus manos la más sencilla, directa y enérgica medida para la verdadera transformación y cambio de Cuba y el fin del embargo: su disolución, el desmantelamiento del régimen y dejar de obstruir el tránsito de la sociedad cubana hacia la normalidad.
En cambio, el confiar en el fin del embargo como la solución es una simple apuesta, en la que se puede ganar o perder, pero que no ofrece ningún tipo de garantía sobre el superobjetivo (la libertad) que supuestamente esa facilitación de la economía contribuiría a alcanzar.
Si el embargo existe para acabar con el castrismo no lo ha conseguido. Pero no menos cierto es que si la Revolución cubana se proponía conseguir un modelo y sociedad justo y equitativo nada de ello se ha logrado, si tenemos en cuenta que los indicadores parecen mostrar una involución constante y muchas informaciones apuntan a que se está produciendo una creciente desigualdad entre los cubanos.
Los cambios del castrismo en los últimos años no benefician por igual a todo el mundo, por lo que no parece muy sensato respaldar lo que, en realidad, es la base para el florecimiento de un sistema en el que no todos cuentan con las mismas ventajas para beneficiarse de la actividad económica. Y, encima, los menos favorecidos no cuentan con una protección que les permita reivindicar sus demandas.