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Las trampas del pasaporte y el tiempo en la reforma migratoria


Reforma Migratoria en la Isla
Reforma Migratoria en la Isla

¿Alguien sabe, por amor de Dios, a qué recursos puede apelar un ciudadano al que se le niega el pasaporte en Cuba?

Como decía aquel famoso programa radial que se transmitía en Cuba hace unos años, “la información la trae el cable” desde La Habana, y en él se nos informa que los cubanos -después de 54 años- al fin podrán salir de Cuba sin restricciones. Sólo presentando un pasaporte y una visa, como se hace en cualquier país civilizado del mundo.

Me imagino que habrá que aplaudir, decir: “¿Vieron?, qué tolerantes”, y sentirnos dichosos porque, después de medio siglo (¿cuántas generaciones suma eso?) los cubanos ya logramos uno de los derechos más sagrados inclusive en las democracias más frágiles: el de la movilidad.

Como cuando abrieron la posibilidad de que (los cubanos) pudieran tener celulares, hospedarse en sus propios hoteles (“Tengo lo que tenía que tener”, decía Nicolás Guillén) y ahora, lo más reciente, comprar y vender sus viviendas. ¡Bravo! ¡Qué grandes avances! Con esas medidas se ha comprobado el viejo chiste que se contaba en Cuba hace años, aquél que decía que el socialismo era el camino más largo para llegar al capitalismo.

Pero estábamos en el asunto de las salidas. En teoría, a partir de hoy quedan eliminados los engorrosos “permisos de salida” para viajar al extranjero, “afuera”, como dicen los cubanos, y así poder reencontrarse con el padre al que no se ve hace 20 años, la novia espigada de la adolescencia, que hoy es una matrona entrada en carnes, y que utiliza el carro en Miami hasta para ir a la farmacia de la esquina. O simplemente para conocerse, cara a cara, con el novio virtual de Internet.

Pero en la práctica la tan cacareada reforma migratoria cubana es tan sesgada y engañosa como las imágenes que veía Alicia a través del espejo. Como me decía hace poco el bloguero Reinaldo Escobar, el documento que enuncia la reforma migratoria tiene un par de incisos que son “la trampa”. Es verdad que ya no va a necesitarse la llamada “tarjeta blanca”, ni la infame “carta de invitación” (que recuerda, hasta en el nombre, a las “cartas de libertad” tan ansiadas por los esclavos), pero, en cambio, el permiso de salida ha sido sustituido por el permiso para tener el pasaporte. Los cubanos, inclusive teniendo un pasaporte vigente, después de hoy no les valdrá si no se presentan en las oficinas de Inmigración. Ahí les ponen un sello de seguridad, para revalidarlo.

Y aquí empieza lo bueno (toma nota, Kafka). Para que al pasaporte le pongan el dichoso sellito, primero tiene que sortear los dos incisos del artículo 23 de esta nueva Ley. Uno de ellos se reserva el derecho (por motivos de “de seguridad nacional”) de entregar un pasaporte a un ciudadano. Así que salimos del Infierno para entrar de nuevo en él, por la puerta de atrás.

¿Alguien sabe, por amor de Dios, a qué recursos puede apelar un ciudadano al que se le niega el pasaporte en Cuba? En palabras de Reinaldo Escobar, “el gobierno cubano conserva intactas sus capacidades de negarle la salida del país a una persona”. (Y si no que le pregunten a Yoani, su esposa a la que siempre le impide la salida de Cuba).

Pero la cosa no termina ahí. El artículo 25 no niega el pasaporte, pero sí puede impedir la salida en el aeropuerto. La única, por cierto, pues ya los viajes por barco no se estilan y Cuba, no lo olviden, ya no tiene a Matías Pérez y su globo. ¿De qué reforma migratoria estamos hablando cuando los deportistas de alto rendimiento tendrán que pedir permiso para salir? ¿Se les levantará el veto a los médicos y a otros profesionales de confianza para que puedan moverse libremente por el mundo, y no sólo en las “misiones” de Venezuela o Ecuador?

En cuanto al ciudadano cubano de a pie, poco hará en sus intenciones de viajar si no tiene dinero para comprar el pasaje y en los consulados de medio mundo (y un poco más allá) le pondrán mil trabas para un visado, mirándolo con menosprecio, y le exigirán, como pruebas infamantes de su procedencia geográfica, una carta (¡otra carta!) donde un ciudadano de su país se haga cargo de él.

Cuba mantiene convenios de excepción de visados con una quincena de países, entre los que están antiguos miembros del bloque socialista, naciones africanas y pequeñas islas del Caribe. Allí tendrán (¿tendremos?) que ir a pasar las vacaciones los cubanos. Porque lo que es en los países de Europa (inclusive en la vieja España, a la que tantos emigrantes le recibiera Cuba alguna vez), casi toda América Latina (excepto Ecuador) y la mayor parte de Asia, ser portador del pasaporte azul con el escudo en el centro es sinónimo de apestado, de haber contraído la gripe porcina, o peor aún: una enfermedad incurable.

Muy atrás quedaron los tiempos en que Cuba era el destino soñado de los músicos de todas partes que sabían que, para consagrarse, primero había que triunfar en la Isla. De los emigrantes “culíes” que venían de la China a prosperar en La Habana. De los “gallegos” que iban a nuestro país a “hacer la España”.

Hoy tenemos realmente la misma angustia migratoria de los judíos. Sólo que a nosotros la ONU jamás nos dio territorio alguno. Por eso hay que tomar con pinzas esta reforma migratoria, que sólo tendrá verdadera validez cuando en el aeropuerto de La Habana dejen entrar a Emilio y a Gloria Estefan, Carlos Alberto Montaner, Zoé Valdés, Hubert Matos y Andy García. Y no andar haciéndole invitaciones a Meme Solís después de tantos años de hacerle la vida, “un yogurt”.
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