Últimamente, mis días son como semanas que se concentran en veinticuatro horas. Tengo miércoles que se suceden uno detrás del otro, sábados repletos de trabajo y lunes en los que nada parece comenzar sino más bien continuar. A veces se me juntan los hechos más increíbles en una sola jornada: sublimes o cotidianos; extraordinarios o fastidiosos. Pero hay -de vez en cuando- una fecha en que pareciera que se quiere colar todo el calendario. El 10 de diciembre es uno de esos días en los que desearía tener a mano “El diablo en la botella” imaginado por Robert Louis Stevenson, para pedirle que la noche demorara, al menos, 72 horas en caer.
Este año no ha sido una excepción. Desde las vísperas comenzó a notarse “el síndrome previo al día de los Derechos Humanos”. Es perceptible para todos, hasta para quienes se niegan a percatarse de esas situaciones. Se observa un aumento de policías en los puntos más céntricos de la ciudad y una crispación aumentada en las fuerzas del orden. De un tiempo a esta parte, también las instituciones oficiales intentan apropiarse de una fecha que ha pertenecido -por décadas- al sector crítico de esta sociedad. Vemos a locutoras de la televisión que presentan entre sonrisas las actividades que a lo largo del país se están haciendo en homenaje a los “derechos…” y ahí se le queda seca la boca, trabada la lengua, para sólo atinar a decir “culturales y sociales”. Demasiado tiempo durante el cual la frase “derechos humanos” ha estado estigmatizada, como para empezar a repetirla ahora en los espacios gubernamentales sin que esto provoque, al menos, un sonrojo.
Las detenciones y las amenazas a lo largo de todo el país protagonizaron el día, pero siempre algo se logró hacer. Este año, participé en la jornada inaugural del Festival Poesía sin Fin. Con una feria de proyectos diversos, ha resurgido ayer la fiesta de la alternatividad en Cuba. Un centenar de personas se dieron cita en la sede de Estado de SATS e instalaron allí diversos espacios expositivos que iban desde la creación musical al activismo por la integración racial. Era posible acercarse a la labor de las Bibliotecas Cívicas, a la recién estrenada revista “Cuadernos de pensamiento plural” de la ciudad de Santa Clara y a los jóvenes DJs de “18A16 Producciones”. También estaba nuestro stand bajo el nombre de “Tecnología y Libertad” ofreciendo una muestra de la labor de bloggers, periodistas ciudadanos y Twitteros.
Isla dentro de la Isla, aquel espacio fue un anticipo de ese día en que se respetará toda la pluralidad existente en nuestro país. Risas, proyectos, unidad en la diversidad y mucha amistad, conformaron la magia de la primera jornada de Poesía sin Fin. Cuando llegué a casa me parecía que había vivido toda una semana en el estrecho marco de un día y -por esta vez- no había necesitado de ningún demonio embotellado de los cuentos. Con la energía de tanta gente habíamos logrado meter en cada minuto la colosal densidad del futuro.
Este año no ha sido una excepción. Desde las vísperas comenzó a notarse “el síndrome previo al día de los Derechos Humanos”. Es perceptible para todos, hasta para quienes se niegan a percatarse de esas situaciones. Se observa un aumento de policías en los puntos más céntricos de la ciudad y una crispación aumentada en las fuerzas del orden. De un tiempo a esta parte, también las instituciones oficiales intentan apropiarse de una fecha que ha pertenecido -por décadas- al sector crítico de esta sociedad. Vemos a locutoras de la televisión que presentan entre sonrisas las actividades que a lo largo del país se están haciendo en homenaje a los “derechos…” y ahí se le queda seca la boca, trabada la lengua, para sólo atinar a decir “culturales y sociales”. Demasiado tiempo durante el cual la frase “derechos humanos” ha estado estigmatizada, como para empezar a repetirla ahora en los espacios gubernamentales sin que esto provoque, al menos, un sonrojo.
Las detenciones y las amenazas a lo largo de todo el país protagonizaron el día, pero siempre algo se logró hacer. Este año, participé en la jornada inaugural del Festival Poesía sin Fin. Con una feria de proyectos diversos, ha resurgido ayer la fiesta de la alternatividad en Cuba. Un centenar de personas se dieron cita en la sede de Estado de SATS e instalaron allí diversos espacios expositivos que iban desde la creación musical al activismo por la integración racial. Era posible acercarse a la labor de las Bibliotecas Cívicas, a la recién estrenada revista “Cuadernos de pensamiento plural” de la ciudad de Santa Clara y a los jóvenes DJs de “18A16 Producciones”. También estaba nuestro stand bajo el nombre de “Tecnología y Libertad” ofreciendo una muestra de la labor de bloggers, periodistas ciudadanos y Twitteros.
Isla dentro de la Isla, aquel espacio fue un anticipo de ese día en que se respetará toda la pluralidad existente en nuestro país. Risas, proyectos, unidad en la diversidad y mucha amistad, conformaron la magia de la primera jornada de Poesía sin Fin. Cuando llegué a casa me parecía que había vivido toda una semana en el estrecho marco de un día y -por esta vez- no había necesitado de ningún demonio embotellado de los cuentos. Con la energía de tanta gente habíamos logrado meter en cada minuto la colosal densidad del futuro.