En Cuba "la censura ni siquiera es coherente", escribió esta semana el conocido guionista Eduardo del Llano, tras denunciar que no son sus textos sino él mismo lo que molesta a las autoridades de la televisión cubana.
En un texto titulado "De Censores, de mentes", Del Llano detalla cómo los que deciden en el ICRT impidieron la grabación de guiones escritos por él a solicitud del director y actores del programa humorístico Vivir del Cuento.
Del Llano ha sido con su obra un incisivo crítico de la realidad social, política y económica de Cuba. Sus conocidos cortos aluden a temas sensibles como los órganos de la Seguridad del Estado, la corrupción, la intolerancia y la propia censura.
Vivir del Cuento es también un programa crítico que ridiculiza desde decisiones políticas hasta la carencia de alimentos y productos básicos.
En el texto, Del Llano aclara que no intentó esta vez con sus guiones "ser más agresivo que nadie". Además dijo que por ahora la censura contra él es exclusiva de la televisión cubana.
"Mis relaciones con el Instituto del Libro, el Centro Promotor del Humor, incluso el ICAIC son razonables y de mutuo respeto. Vaya, que la censura ni siquiera es coherente", escribió.
En el preámbulo de la carta de Del Llano, publicada en el blog Cine cubano, la pupila insomne, el escritor Juan Antonio García Borrero insta al diálogo.
"El único modo de evitar estos disparates que Eduardo del Llano denuncia es a través del debate transparente. Pero la censura arbitraria funciona sobre la base del no debate (lo único válido es el autoritarismo de quienes tienen el turno de decir sí o no)".
A continuación publicamos el texto íntegro firmado por Del Llano:
DE CENSORES, DE MENTES
Durante los tres últimos años varios miembros del equipo de Vivir del cuento, incluidos el director y los actores más conocidos, me habían pedido que escribiera para el programa. Les dije que sí desde la primera vez, pero luego no nos veíamos por un tiempo, no me contactaban, hasta que en julio de este año volvimos a encontrarnos, volvieron a pedírmelo y volví a aceptar, pero en esta ocasión sí me llamaron, apenas tres días más tarde. Mira, le dije al director, mi experiencia con la televisión no ha sido buena, pero Vivir del cuento me gusta y los actores son mis socios, así que voy a empezar enseguida. Eso sí, antes debo advertirte que otro director de cine y TV (llamémoslo C) me entrevistó en junio de 2015 para un programa veraniego que tenía, y nada más salir le quitaron el programa –es decir, no sólo esa emisión concreta, sino que le cancelaron el espacio- y le advirtieron que yo estaba prohibido en la televisión. Te lo digo porque no quisiera escribir por gusto. El director de Vivir del cuento (llamémoslo N) me dijo que ná, que eso ya no era así, que no me preocupara y que empezara a trabajar.
Un mes y pico más tarde, en septiembre, el director N y otro escritor del programa me llamaron entusiasmados para hacerme saber cuánto les había gustado un episodio que les presenté, y que lo iban a filmar en octubre, junto a otros tres de diferentes autores. Aquello me alegró, porque no es fácil adaptarse a un medio con el cual no estás familiarizado, y el equipo es exigente, como Dios manda, así que evidentemente yo estaba justificando la confianza con que me premiaban.
A mediados de octubre se puso malo el dado. N me contó, entristecido y apenadísimo, que yo tenía razón desde el principio: de arriba habían aceptado los otros tres programas, pero no el mío. Sin explicar por qué. Me sugirió que no escribiera más hasta que aquello se aclarase. De todas formas, le envié otro trabajo que recién había terminado.
Quiero aclarar que con los episodios entregados no intenté de ninguna manera ser más agresivo que nadie: mantenía el tono habitual de sátira social de Vivir del cuento pero no trataba de ser particularmente duro. El director N, y otros miembros del equipo con que hablé más tarde, están convencidos de que la cosa es conmigo, que lo que se censura no es un trabajo concreto sino a mí persona. No se trata, por tanto, de que se desautorice un contenido específico –lo que también sería discutible- sino que se decide excluir a un creador a partir de un argumento ad hominem. O sea, que las Altas Esferas Televisivas seguirán censurándome aunque escriba Tía Tata cuenta cuentos.
Hoy volví a encontrarme con el director C, y estuvimos hablando de que las cosas no sólo son así, sino que han ocurrido así históricamente, vaya, de que excomulgar artistas es toda una noble tradición de la cultura cubana, en especial de la pequeñísima pantalla. Ahora mismo, me dijo, hay cierto crítico de cine que conducía un espacio habitual que hace poco se enfrentó en un debate a alguien de arriba; como resultado, no puede volver a salir en la televisión, y no sólo eso, sino que una docena de programas ya grabados con él no se exhibirán, lo que significa, entre otras cosas, dinero tirado a la basura. (Y el dinero no le sobra a la TV, pensé; para comprobarlo no hay ni siquiera que entrar a los estudios, basta con andar por los pasillos y mirar los techos). También hablamos de Virgilio Piñera, y Juan Carlos Cremata, y otros muchos.
Lo mío, hasta el momento, se circunscribe a la TV, pues mis relaciones con el Instituto del Libro, el Centro Promotor del Humor, incluso el ICAIC son razonables y de mutuo respeto. Vaya, que la censura ni siquiera es coherente. Ahora bien, la excomunión, el ucase en mi contra se emitió en tiempos del anterior presidente del ICRT, y sigue en vigor a pesar de que el organismo luzca presidente nuevo. (¡!) Por circunstancias familiares que no detallaré, ese tipo de trabajo, escribir artículos y programas desde mi casa, es casi lo único que puedo hacer ahora… lo que no significa que aceptaría cualquier cosa, pero como dije antes, Vivir del cuento me gusta, es un reto interesante y muchos en el equipo son amigos míos. El punto es, sin embargo, que de un plumazo los de arriba me lo quitan, contra el deseo expreso de los artistas y técnicos que me llamaron a trabajar con ellos, sin importarles cómo quedo, sin explicaciones al equipo o a mí, sin que nadie dé la cara y me diga por qué me condenaron en primer lugar. Claro que, sin mucha dificultad, puedo imaginar a algún funcionario de esa casta de infelices que cree que los artistas deben ser mansitos e incondicionales (como diría mi socio Frank Delgado, otro veterano en estas lides) reuniendo a los directores o pasándoles un mensaje para advertirles quienes son los apestados que se llevan en esta temporada.
¿Querrán dejarme sin opciones, forzarme a emigrar? Ni p... Que se vayan ellos.
Eduardo del Llano
30 de octubre 2017