El sistema de salud pública de Cuba debe ser una de las siete maravillas del mundo moderno. O al menos eso es lo que deben creer quienes lo conozcan por un video promocional de la clínica "Cira García" colgado en Youtube. La instalación del reparto Kohly es una de las mecas del turismo de salud, para extranjeros con divisas.
Dice la locutora que la clínica brinda servicios especializados con las comodidades y el confort de las instituciones médicas modernas de su tipo: habitaciones y suites privadas, con cama electrónica, óxigeno directo, cama para acompañante, baño con agua fría y caliente, televisión por satélite, caja de valores, intercomunicación con la enfermería y comunicación internacional. Para el transporte de los pacientes dispone de ambulancias para cuidados normales e intensivos, microbuses y autos.
También ayudan a esa percepción celestial de la salud en Cuba artículos publicados en sitios web de la Izquierda y la ultraizquierda, como Kaosenlared o Rebelión. De este último saqué estos párrafos de un artículo que firma Sarah Van Gelder, "¿Por qué Cuba está exportando su salud pública a los pobres del mundo?":
"Todas las personas tienen acceso a médicos, enfermeras, especialistas y medicinas".
"Cuando los problemas de salud se escapan de la capacidad del médico de familia, los policlínicos proporcionan especialistas, operaciones ambulatorias, fisioterapia, rehabilitación, y servicios de laboratorio. Los que necesitan ser hospitalizados pueden ir a los hospitales".
En teoría, así debería ser, se supone que en el socialismo cubano la atención a la salud es un derecho del pueblo, pero que los compre quien no los conozca.
¿Cómo funciona, ahora mismo, en la vida real?
En una crónica titulada "El sistema en que vivimos", dice Amarilis Cortina Rey en el último número del semanario Primavera Digital que en Cuba, cuando alguien necesita servicios médicos lo primero que hace es buscarse un amigo que trabaje en salud pública. Si es un médico, mejor, pero igual sirve una enfermera, un radiólogo, o el que limpia el piso, siempre que lo limpie en el hospital donde se supone que deben prestar la atención sin cobrar un centavo, porque la medicina es "gratis".
Por eso fue --explica Amarylis-- que su vecina Ibis recurrió a un médico amigo para "resolver" un turno de ultrasonido. Quería comprobar si estaba embarazada, pero si hubiera esperado su turno normal, el trabajo de parto la habría sorprendido sin haberse hecho el examen.
Ibis llegó al lugar donde se hacen las ecografías y después de saludar a las presentes empujó la puerta y se dirigió a la técnica de ultrasonido, que estaba trabajando con una paciente: "Seño, yo vengo de parte del doctor Martínez".
La técnica le preguntó si tenía la vejiga llena, y luego le dijo: "Quédate por ahí, cerca de la puerta, que yo te llamo".
Mientras se abría un espacio afuera, entre las mujeres que se aglomeraban cerca de la puerta esperando su turno, Ibis se encontró con las miradas desafiantes de quienes no estaban dispuestas a cederle ni un minuto para que ella resolviera su problema.
"Yo estoy aquí desde las seis de la mañana, y por delante de mí, no pasa nadie", exclamó en tono vulgar una joven negra.
Las demás la secundaron: "¡Tu no ves que uno está aquí orinándose, para tener que esperar más de lo que ya nos toca!".
Ibis le contó a Amarylis que se sentía en ascuas, pero que no dijo nada mientras aquellas mujeres defendían su turno, posiblemente asignado varios meses atrás.
"Yo no quería colarme; sólo quería poder atenderme ese día. Pero estaban tan alteradas que si llego a abrir la boca, me tragan", recuerda.
En medio de aquel ambiente de hostilidad, llegó un señor muy pálido, de la mano de su esposa. Los dos también se recostaron a la pared próxima a la puerta. Cuando la mujer fue a tratar de hablar con la técnica, una de las que esperaba saltó:
-"Mira, yo no sé con qué intenciones vienes tú, pero ahora, me toca a mí".
-"El viene remitido de urgencia, y tiene un dolor"- respondió la señora. Otra de las que esperaba le contestó: -"Bueno, pues si tiene un dolor ¡que pase!, y nosotras seguimos aguantando".
Cuenta Ibis que al escuchar tanta algarabía salió la técnica a pedir un poco de orden, momento que aprovechó el hombre para decirle:- "Mire, lo mío es una urgencia, tengo un dolor muy fuerte, y me mandaron para acá".
-"Ah, sí, pero yo con un dolor no lo puedo ver", le contestó ella, "En el cuerpo de guardia, se lo tienen que calmar, y después, mandarlo aquí".
Mientras la discusión se dilataba, las mujeres que esperaban también empezaron a protestar. Entonces los familiares de una anciana que daba gritos de dolor sobre una camilla pretendíeron pasar con ella por el estrecho pasillo escenario de aquel conflicto.
-"Bueno, pues si no hay ambulancia, me la tengo que llevar en un taxi, pero así aquí no se puede quedar"- expresó un joven que guiaba, con mucho trabajo, la camilla de su abuela entre el grupo de mujeres, que a duras penas le dieron paso.
" A pesar de todo el barullo decidí quedarme", repone Ibis. "Tuve que esperar varias horas, pero al fin pude saber que tenía seis semanas. A la técnica le dejé un chavito, un pesito convertible, para que se comprara un refresco. Y así ella quedó contenta y agradecida, y yo, también".
Termina diciendo Amarylis Cortina en Primavera Digital que esta historia, que se desarrolló en un pueblo del sur de la Habana, no es un hecho aislado: es la cotidianidad del sistema de salud en Cuba.
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Cuba, una salud a duras penas
En Cuba, cuando alguien necesita servicios médicos lo primero que hace es buscarse un amigo que trabaje en salud pública.