En 2003, hace diez años, Fidel Castro aprovechó que Estados Unidos y Europa estaban pendientes de las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Sadam Husein en Irak, para llevar a cabo dos grandes razias. La primera, en el mes de enero, la Operación Coraza, un intento por cortar de raíz el tráfico y consumo de drogas en Cuba. La segunda, en el mes de marzo, inició una oleada represiva contra más de un centenar de opositores y periodistas independientes en toda la isla, que llevó a la cárcel a 75 disidentes y quedara conocida como Primavera Negra.
La oleada represiva comenzó el 18 de marzo. En Remembranza, crónica publicada en mi blog, cuento cómo viví ese día. El clima de miedo y terror no paralizó la máquina de escribir que mi hijo, Iván García, y yo compartíamos. Los dos seguimos escribiendo, dando entrevistas por teléfono o hablando con los periodistas foráneos que se atrevieron a viajar a La Habana. El 9 de abril, el canciller Felipe Pérez Roque, hoy defenestrado, reunió a la prensa nacional y extranjera e hizo un pormenorizado relato -al mejor estilo del comandante- y trató de justificar la brutal represión contra los opositores pacíficos, mujeres y hombres que no ocultaban armas para atacar un cuartel militar, como hizo Fidel Castro en 1953.
Sentados frente al televisor, en la sala de la casa, Iván y yo estábamos siguiendo la perorata, cuando de pronto Pérez Roque lee una carta donde Carlos Alberto Montaner le sugería a un amigo español que durante su visita a Cuba, si quería saber más del Proyecto Varela, hablara con Oswaldo Payá, Raúl Rivero, Osvaldo Alfonso y Tania Quintero. Hasta ahí, normal. Lo anormal fue que repitió dos veces los nombres, lentamente. Era la primera señal que me enviaba la policía política.
La segunda señal llegaría el 20 de mayo. A través de mis dos hijos, la Seguridad del Estado comenzó a asediarme, para que me fuera. A mi hija se le aparecieron en el trabajo, de una manera tan ‘discreta’ que sus compañeros enseguida se dieron cuenta que eran ‘segurosos’. A mi hijo lo citaron a la estación de policía de Acosta. A los dos les dijeron que sabían que yo no tenía intenciones de irme del país, pero que trataran de convencerme. Les daba ‘pena’ tener que enviarme a la cárcel, a mi edad, 61 años.
A principios de junio de 2003, después de días y noches dándole vueltas, conseguí el teléfono y el nombre de un funcionario de la Embajada de Suiza en La Habana. El 10 de junio lo llamé desde un teléfono público, me identifiqué y le pedí una cita. Me la dio para el 17 de junio. Nunca había estado en esa embajada ni había conocido a ningún diplomático suizo. Pero ellos sí sabían quién yo era, por los trabajos míos que desde 1995 se localizaban en internet. Brevemente le conté mi situación y le dije que iba a solicitar asilo político en su país. Luego de algunas aclaraciones, me dio cuatro formularios, cada uno con 25 hojas.
El día 30 de julio, a las 11 de la mañana, el embajador me recibió y me dio la nueva buena: Suiza, una de las naciones más exigentes a la hora de otorgar asilo político, nos lo había otorgado a los cuatro: a mí, mi hija, mi nieta y mi hijo, quien un imponderable le hizo quedarse: el nacimiento de su primera hija, de lo que me enteré en diciembre de 2003, ya en Suiza.
Los suizos me pidieron que mantuviera la mayor discreción y a partir de ese momento, dejara mis actividades como periodista independiente. Mantuve la discreción, pero seguí escribiendo. Y corrí riesgos, al mecanografiar y difundir artículos escritos en la cárcel por el economista Arnaldo Ramos, uno de los 75 sancionados en la Primavera Negra.
También fue arriesgada la colaboración que Iván y yo le dimos a la periodista independiente Claudia Márquez, al revisar y editar un número extra, clandestino, de la revista De Cuba. Las dos tiradas de esa revista, en 2002, fueron una de las ‘pruebas’ presentadas por el régimen contra sus realizadores, Raúl Rivero y Ricardo González Alfonso, en el juicio celebrado el 4 de abril de 2003.
Debido a la cercanía del invierno en Suiza y por el temor de que por cualquier motivo me pudieran detener, las autoridades suizas me pidieron acelerar los trámites. Y que siguiera siendo discreta. En la primera semana de noviembre de 2003, ya con todo listo, fui con los tres pasaportes a la embajada. Les pusieron las visas y también, sin tener que pagar, me dieron los tres billetes de avión, por Air France hasta París y por Easy Jet hasta Zürich. La fecha de salida debía mantenerla en secreto y al aeropuerto solo debía ir mi hijo. Nada de cámaras ni despedidas. Tampoco debía llevar papeles ni documentos comprometedores.
Ya en Suiza, no podía hacer declaraciones hasta que nos entrevistaran en la oficina federal para los refugiados políticos, en Berna. Finalmente, con fecha 20 de enero de 2004, por correo nos llegaría la comunicación oficial del asilo político. Empezaron a llover solicitudes de la prensa, la primera entrevista fue publicada el 13 de febrero de 2004 en el Luzerner Zeitung, con el título Flucht vor Fidels Terror.
Al día siguiente, en el cine Bourbaki, en Lucerna, se estrenaba el documental Nachrichten aus Fidel Castros Gefängnis, de los realizadores suizos Ruedi Leuthold y Beat Bieri. Estaba dedicado a Raúl Rivero y en él aparecíamos Iván, mi hija, mi nieta mayor. Todo el año 2004 lo pasé hablando con periodistas de diversos medios, suizos y extranjeros. El 20 de mayo de 2005 decidí no conceder más entrevistas ni participar en más actos. Volví a la vida sencilla y anónima que siempre tuve en Cuba. A medias lo he conseguido: me ocupo de los tres blogs que Iván y yo tenemos y a cada rato me piden una opinión, oral o por escrito.
En 2013, diez años después de la Primavera Negra, la realidad en Cuba es muy distinta. En ese tiempo han muerto varios disidentes, entre ellos Miguel Valdés Tamayo, Orlando Zapata Tamayo y Laura Pollán Toledo, pero los cubanos han obtenido algunas ventajas (o migajas). Ahora pueden tener un celular; comprar o vender su casa o un auto; hospedarse en hoteles, y abrir un timbiriche, entre otros permisos. Se han suavizado las reglas migratorias y quienes pasen el tamiz del régimen y sean autorizados, podrán viajar al exterior y permanecer varios meses.
Me parecen bien. Pero son medidas cosméticas, porque no vienen aparejadas de cambios profundos, como respeto a los derechos humanos, civiles y políticos, libertad de prensa y asociación, internet para todos, pluripartidismo y elecciones libres que cada cuatro años permita elegir un presidente y renovar el parlamento y el consejo de ministros.
La libertad y la democracia llegarán de verdad a Cuba cuando no existan los Castro ni sus sucesores. Cuando ese día llegue, es hora de celebrarlo, por todo lo alto. Mientras, celebrar la entrega de un pasaporte o una visa, me parece cosa de tercermundistas.
Publicado en Diario de las Américas el 4 de Febrero del 2013
La oleada represiva comenzó el 18 de marzo. En Remembranza, crónica publicada en mi blog, cuento cómo viví ese día. El clima de miedo y terror no paralizó la máquina de escribir que mi hijo, Iván García, y yo compartíamos. Los dos seguimos escribiendo, dando entrevistas por teléfono o hablando con los periodistas foráneos que se atrevieron a viajar a La Habana. El 9 de abril, el canciller Felipe Pérez Roque, hoy defenestrado, reunió a la prensa nacional y extranjera e hizo un pormenorizado relato -al mejor estilo del comandante- y trató de justificar la brutal represión contra los opositores pacíficos, mujeres y hombres que no ocultaban armas para atacar un cuartel militar, como hizo Fidel Castro en 1953.
Sentados frente al televisor, en la sala de la casa, Iván y yo estábamos siguiendo la perorata, cuando de pronto Pérez Roque lee una carta donde Carlos Alberto Montaner le sugería a un amigo español que durante su visita a Cuba, si quería saber más del Proyecto Varela, hablara con Oswaldo Payá, Raúl Rivero, Osvaldo Alfonso y Tania Quintero. Hasta ahí, normal. Lo anormal fue que repitió dos veces los nombres, lentamente. Era la primera señal que me enviaba la policía política.
La segunda señal llegaría el 20 de mayo. A través de mis dos hijos, la Seguridad del Estado comenzó a asediarme, para que me fuera. A mi hija se le aparecieron en el trabajo, de una manera tan ‘discreta’ que sus compañeros enseguida se dieron cuenta que eran ‘segurosos’. A mi hijo lo citaron a la estación de policía de Acosta. A los dos les dijeron que sabían que yo no tenía intenciones de irme del país, pero que trataran de convencerme. Les daba ‘pena’ tener que enviarme a la cárcel, a mi edad, 61 años.
A principios de junio de 2003, después de días y noches dándole vueltas, conseguí el teléfono y el nombre de un funcionario de la Embajada de Suiza en La Habana. El 10 de junio lo llamé desde un teléfono público, me identifiqué y le pedí una cita. Me la dio para el 17 de junio. Nunca había estado en esa embajada ni había conocido a ningún diplomático suizo. Pero ellos sí sabían quién yo era, por los trabajos míos que desde 1995 se localizaban en internet. Brevemente le conté mi situación y le dije que iba a solicitar asilo político en su país. Luego de algunas aclaraciones, me dio cuatro formularios, cada uno con 25 hojas.
El día 30 de julio, a las 11 de la mañana, el embajador me recibió y me dio la nueva buena: Suiza, una de las naciones más exigentes a la hora de otorgar asilo político, nos lo había otorgado a los cuatro: a mí, mi hija, mi nieta y mi hijo, quien un imponderable le hizo quedarse: el nacimiento de su primera hija, de lo que me enteré en diciembre de 2003, ya en Suiza.
Los suizos me pidieron que mantuviera la mayor discreción y a partir de ese momento, dejara mis actividades como periodista independiente. Mantuve la discreción, pero seguí escribiendo. Y corrí riesgos, al mecanografiar y difundir artículos escritos en la cárcel por el economista Arnaldo Ramos, uno de los 75 sancionados en la Primavera Negra.
También fue arriesgada la colaboración que Iván y yo le dimos a la periodista independiente Claudia Márquez, al revisar y editar un número extra, clandestino, de la revista De Cuba. Las dos tiradas de esa revista, en 2002, fueron una de las ‘pruebas’ presentadas por el régimen contra sus realizadores, Raúl Rivero y Ricardo González Alfonso, en el juicio celebrado el 4 de abril de 2003.
Debido a la cercanía del invierno en Suiza y por el temor de que por cualquier motivo me pudieran detener, las autoridades suizas me pidieron acelerar los trámites. Y que siguiera siendo discreta. En la primera semana de noviembre de 2003, ya con todo listo, fui con los tres pasaportes a la embajada. Les pusieron las visas y también, sin tener que pagar, me dieron los tres billetes de avión, por Air France hasta París y por Easy Jet hasta Zürich. La fecha de salida debía mantenerla en secreto y al aeropuerto solo debía ir mi hijo. Nada de cámaras ni despedidas. Tampoco debía llevar papeles ni documentos comprometedores.
Ya en Suiza, no podía hacer declaraciones hasta que nos entrevistaran en la oficina federal para los refugiados políticos, en Berna. Finalmente, con fecha 20 de enero de 2004, por correo nos llegaría la comunicación oficial del asilo político. Empezaron a llover solicitudes de la prensa, la primera entrevista fue publicada el 13 de febrero de 2004 en el Luzerner Zeitung, con el título Flucht vor Fidels Terror.
Al día siguiente, en el cine Bourbaki, en Lucerna, se estrenaba el documental Nachrichten aus Fidel Castros Gefängnis, de los realizadores suizos Ruedi Leuthold y Beat Bieri. Estaba dedicado a Raúl Rivero y en él aparecíamos Iván, mi hija, mi nieta mayor. Todo el año 2004 lo pasé hablando con periodistas de diversos medios, suizos y extranjeros. El 20 de mayo de 2005 decidí no conceder más entrevistas ni participar en más actos. Volví a la vida sencilla y anónima que siempre tuve en Cuba. A medias lo he conseguido: me ocupo de los tres blogs que Iván y yo tenemos y a cada rato me piden una opinión, oral o por escrito.
En 2013, diez años después de la Primavera Negra, la realidad en Cuba es muy distinta. En ese tiempo han muerto varios disidentes, entre ellos Miguel Valdés Tamayo, Orlando Zapata Tamayo y Laura Pollán Toledo, pero los cubanos han obtenido algunas ventajas (o migajas). Ahora pueden tener un celular; comprar o vender su casa o un auto; hospedarse en hoteles, y abrir un timbiriche, entre otros permisos. Se han suavizado las reglas migratorias y quienes pasen el tamiz del régimen y sean autorizados, podrán viajar al exterior y permanecer varios meses.
Me parecen bien. Pero son medidas cosméticas, porque no vienen aparejadas de cambios profundos, como respeto a los derechos humanos, civiles y políticos, libertad de prensa y asociación, internet para todos, pluripartidismo y elecciones libres que cada cuatro años permita elegir un presidente y renovar el parlamento y el consejo de ministros.
La libertad y la democracia llegarán de verdad a Cuba cuando no existan los Castro ni sus sucesores. Cuando ese día llegue, es hora de celebrarlo, por todo lo alto. Mientras, celebrar la entrega de un pasaporte o una visa, me parece cosa de tercermundistas.
Publicado en Diario de las Américas el 4 de Febrero del 2013