El diseño social y político de los hermanos Castro es casi científico. ONGs que no lo son. Instituciones, fundaciones y agrupaciones con fachadas de independientes. Sindicatos que responden a los intereses del gobierno, no al de los trabajadores. Un poder popular que no funciona y un parlamento monocorde que siempre vota de forma unánime.
Para aparentar democracia, no está mal. No sé por qué los personeros del gobierno se disgustan cuando los medios internacionales, políticos extranjeros o periodistas y blogueros cubanos alternativos critican su democracia de atrezzo.
Apoye usted todo lo que quiera al régimen de los Castro, pero es indiscutible que gobiernan de forma autocrática. Entre sus herramientas, una de las más decepcionantes es la Central de Trabajadores de Cuba, la CTC.
No hay peor defensor de los trabajadores que esa afiliación gubernamental. Eso sí, han montado un tinglado burocrático a lo largo de la nación.
Tienen su sede nacional en un edificio de cristal y concreto de cinco pisos en el corazón de Centro Habana. Cientos de oficinistas e ideólogos baratos. Piqueras de autos, asignaciones de combustible, casas de visitas y un batallón de expertos en dar reuniones por toda la isla al finalizar las jornadas laborales, para hablar de ciencia ficción política y no dar respuestas a las realidades concretas.
Nunca la CTC ha levantado su voz para reclamar un aumento salarial de los empleados y obreros que religiosamente pagan sus cuotas, a pesar de que la inmensa mayoría está descontenta con sus salarios de miserias, congelados en el tiempo.
Es una de las razones por la cual muchos no quieren pertenecer a ningún sindicato. Si la paga solo alcanza para comprar tomates y unas pocas libras de carne de cerdo, y se habla de ‘actualizaciones económicas’, pero nunca se dice cuándo desaparecerá la doble moneda o se lanzará un decreto estatal para aumentar en un 100% los actuales salarios, no tiene lógica estar sindicalizado.
La CTC, con una larga historia de lucha en favor de la clase obrera antes de 1959, hoy es una institución inútil. Bien podría el gobierno cerrar sus oficinas y ahorrarse dinero. No es necesario aparentar democracia. Que sea el Ministro del Trabajo quien dicte las reglas.
Si los sindicatos no pueden ser portavoces de quienes reclaman un salario digno, y si encima, no existe derecho de huelga, ni siquiera a indignarse y reclamar mejoras laborales en una plaza pública, entonces muchos se preguntan para qué existe la CTC.
A los trabajadores por cuenta propia se les invitó a sindicalizarse y tomar parte en el último desfile del primero de mayo. ¡Proletarios privados, uníos! La única condición es pagar cotizaciones y no criticar abiertamente la situación del país.
El gobierno hace su juego: simular democracia. Los culpables, en gran medida, son los propios trabajadores. En sus casas o dentro de los atestados ómnibus, se quejan de la incapacidad de la CTC y el escaso apoyo a sus reclamos laborales.
Pero siguen asistiendo a las reuniones y pagando sus cuotas. Nadie pide que hagan una hazaña. Ni siquiera levantar la voz. En este tipo de sociedades cerradas el miedo supera la razón. La solución es simple. No pertenecer a ningún sindicato
Para aparentar democracia, no está mal. No sé por qué los personeros del gobierno se disgustan cuando los medios internacionales, políticos extranjeros o periodistas y blogueros cubanos alternativos critican su democracia de atrezzo.
Apoye usted todo lo que quiera al régimen de los Castro, pero es indiscutible que gobiernan de forma autocrática. Entre sus herramientas, una de las más decepcionantes es la Central de Trabajadores de Cuba, la CTC.
No hay peor defensor de los trabajadores que esa afiliación gubernamental. Eso sí, han montado un tinglado burocrático a lo largo de la nación.
Tienen su sede nacional en un edificio de cristal y concreto de cinco pisos en el corazón de Centro Habana. Cientos de oficinistas e ideólogos baratos. Piqueras de autos, asignaciones de combustible, casas de visitas y un batallón de expertos en dar reuniones por toda la isla al finalizar las jornadas laborales, para hablar de ciencia ficción política y no dar respuestas a las realidades concretas.
Nunca la CTC ha levantado su voz para reclamar un aumento salarial de los empleados y obreros que religiosamente pagan sus cuotas, a pesar de que la inmensa mayoría está descontenta con sus salarios de miserias, congelados en el tiempo.
Es una de las razones por la cual muchos no quieren pertenecer a ningún sindicato. Si la paga solo alcanza para comprar tomates y unas pocas libras de carne de cerdo, y se habla de ‘actualizaciones económicas’, pero nunca se dice cuándo desaparecerá la doble moneda o se lanzará un decreto estatal para aumentar en un 100% los actuales salarios, no tiene lógica estar sindicalizado.
La CTC, con una larga historia de lucha en favor de la clase obrera antes de 1959, hoy es una institución inútil. Bien podría el gobierno cerrar sus oficinas y ahorrarse dinero. No es necesario aparentar democracia. Que sea el Ministro del Trabajo quien dicte las reglas.
Si los sindicatos no pueden ser portavoces de quienes reclaman un salario digno, y si encima, no existe derecho de huelga, ni siquiera a indignarse y reclamar mejoras laborales en una plaza pública, entonces muchos se preguntan para qué existe la CTC.
A los trabajadores por cuenta propia se les invitó a sindicalizarse y tomar parte en el último desfile del primero de mayo. ¡Proletarios privados, uníos! La única condición es pagar cotizaciones y no criticar abiertamente la situación del país.
El gobierno hace su juego: simular democracia. Los culpables, en gran medida, son los propios trabajadores. En sus casas o dentro de los atestados ómnibus, se quejan de la incapacidad de la CTC y el escaso apoyo a sus reclamos laborales.
Pero siguen asistiendo a las reuniones y pagando sus cuotas. Nadie pide que hagan una hazaña. Ni siquiera levantar la voz. En este tipo de sociedades cerradas el miedo supera la razón. La solución es simple. No pertenecer a ningún sindicato