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"Quimbos" cubanos, la arquitectura de la miseria


Un cinturón de pobreza y abandono rodea a las ciudades del país

GRANMA, Cuba.- La palabra ‘quimbo’ es un término adoptado en Cuba que hace referencia a rústicas viviendas de varias aldeas y tribus de África, y que en el argot cubano es usada generalmente de forma despectiva para definir un lugar desagradable o ruinoso.

Numerosos documentales y programas televisivos, abordan las vicisitudes, técnicas de supervivencia y características de vida de los africanos, sugiriendo al televidente la sensación de abandono, pobreza y atraso económico y social de esas regiones.

Sin embargo, muchos de esos programas bien pudieran haberse filmado en la periferia de ciudades cubanas, en zonas que exhiben un parecido asombroso en cuanto al paisaje semidesértico, vegetación espinosa, desolación, insalubridad reinante, viviendas deplorables y modo de vida de sus habitantes. Bastaría ocultar solamente el nombre de la locación.

En las zonas rurales y montañosas de la mayor isla caribeña la situación tiende a agudizarse, al extremo de sugerir paisajes aborígenes, donde indígenas campesinos cultivan utilizando coas, picos, arado con tracción animal y riego manual. Los pescadores y cazadores fueron extintos por regulaciones forestales.

El crecimiento demográfico, derrumbes o demoliciones, anhelo de privacidad familiar e insuficiente espacio en la casa materna, son factores determinantes en la aparición de estos ‘quimbos’ cubanos, en los predios urbanos, como una solución desesperada ante la falta de viviendas.

Las difíciles condiciones económicas de los afectados les obligan edificar sus “nuevas casas” con los más disímiles e insospechados materiales constructivos, la mayoría reciclados o recogidos en basurales y vertederos. Sitios que, además, sirven de áreas de juego de niños descalzos y como campos deportivos de adolescentes y jóvenes de las “tribus” cercanas, al parecer inmunes a las plagas y enfermedades propias de la suciedad y las condiciones antihigiénicas.

Pedazos corroídos de tanques, láminas de hojalata, nailon, cajas de cartón o madera, pedazos de fibrocemento y fibra de vidrio, tolas, neumáticos, costanera, restos de madera, pedazos de carrocería automovilística, placas radiográficas, entre otros, conforman las rústicas viviendas de estas pobres gentes.

Clavos, sogas y alambres eléctricos se encargan de sujetar la heterogénea cubierta y la estructura enclenque, confeccionada con cuanto palo, rama, tubo, cabilla u horcón aparezca. El resultado son enigmáticas obras pertenecientes a la más pura “arquitectura de la miseria”.

Casi todas comparten características comunes: reducidas dimensiones, falta de ventilación, piso de tierra, paredes y techos agujereados y múltiples ocupantes. Muchas cuentan con una sola pieza que, de forma simultánea, sirve de sala, cuarto, cocina y comedor y muchas carecen inclusive de letrina o baño sanitario. Las necesidades fisiológicas las realizan en los matorrales cercanos y se bañan en la noche, amparándose en la oscuridad o tras una sábana tendida para ello.

Muchas de estas viviendas —por no denominarles “muriendas”— persisten por décadas antes de contar con los servicios básicos de agua o electricidad; y ni soñar con alcantarillado. Sus ocupantes tampoco tienen derecho a libreta de racionamiento.

Ilegales al fin, sus ocupantes viven a expensas de enfermedades y conviven entre la basura aledaña, las plagas y la maleza, y como tal son tratados. Incluidos entre los más necesitados de apoyo, no pueden apelar a programas sociales, subsidios o préstamos bancarios, ni licencias de construcción o reparación parcial, que les permitan solucionar sus problemas de vivienda.

Irónicamente, aunque son catalogados de ilegales, pertenecen y abonan al Comité de Defensa de la Revolución (CDR).

Parafraseando el Artículo 9 de la Constitución de la República de Cuba, el Estado, como poder del pueblo, en servicio del propio pueblo, debe garantizar la dignidad plena del hombre, el disfrute de sus derechos y el desarrollo integral de su personalidad y trabajar por que no haya familia sin una vivienda confortable.

Pero actualmente el Estado parece trabajar en dirección contraria. Incontables regulaciones estatales y supuestos proyectos de urbanización periférica se encargan de sabotear sus sueños de propietarios. De nada sirven los sobornos a funcionarios o los fraudes.

Sin orden estatal, son y seguirán siendo indeseables, cuya extirpación debe ser inminente. Amenazas y acciones de desalojo, destrucción de casas, multas y detenciones a los residentes son comunes en estas ciudadelas.

La densidad poblacional en Bayamo supera los 253,4 habitantes por kilómetro cuadrado, razón por la que el crecimiento periférico es espontáneo… e indetenible. Sencillamente, no hay espacio.

(Este artículo fue publicado originalmente el 3/3/17 en CubaNet)

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