En dos décadas, un cura vasco ha convertido una parroquia de La Habana en un templo de la caridad que ayuda a los pobres, en sintonía con la prédica social del papa Francisco, quien llegará este sábado a Cuba. "A mí el Papa me encanta, precisamente porque ha hablado muy claramente, muy sencillamente (...). Y a mí esta es la Iglesia que me gusta", dice a AFP el padre Jesús María Lusarreta, de 78 años, párroco de la parroquia La Milagrosa, en la barriada de Santo Suárez.
Fiel a "la Iglesia pobre y para los pobres" que reclama el Papa, esta parroquia del municipio 10 de Octubre alimenta y educa a numerosas familias, coronando los esfuerzos de este sacerdote vasco llegado a la isla en 1993.
En ese tiempo Cuba estaba sumida en el "periodo especial", una aguda crisis económica devenida tras la desaparición de la Unión Soviética, que había sido su principal aliado y benefactor durante tres décadas.
En esa época también hubo una distensión entre la Iglesia y el Estado, que pasó a ser laico en 1992 después de tres décadas de ateísmo establecido en la Constitución.
Con el consentimiento de las autoridades, la Iglesia Católica ha ido ganando terreno e influencia en el campo social, que una vez fue feudo del Estado y del Partido Comunista de Cuba (único).
En su parroquia, el padre Lusarreta tuvo originalmente la idea de ayudar a los ancianos solos, dándoles alimentos. "Empezamos con 12 (ancianos), al año eran 60, pero no teníamos alimentos (...). Y entonces en el 97 se me ocurrió escribirle una carta a Fidel Castro (...) y ciertamente, pues, contestó aprobando la obra", cuenta el sacerdote.
El entonces gobernante cubano les dio su apoyo proporcionándoles una subvención regular del Estado, explica el párroco. El comedor de La Milagrosa da diariamente desayuno, almuerzo y cena a más de 200 ancianos carentes de apoyo familiar y de jubilaciones suficientes.
En un inmueble de dos pisos contiguo a este templo de estilo romano construido en 1947, el padre abrió una "casa de abuelos", donde los ancianos pasan ocho horas cada día charlando, leyendo, viendo televisión o jugando dominó, después de asistir a misa. La casa les proporciona ropa y calzado, les brinda servicios de enfermería, odontología, biblioteca, lavandería y peluquería.
Se trata de una atención "integral", dice el sacerdote de cabello gris y mirada penetrante, quien organiza dos paseos al mes al campo o museos. "Ellos se preocupan por nosotros, por vestirnos, calzarnos, la comida es maravillosa", dice a AFP Gloria Pérez, de 81 años, mientras que Orlando Fernández, de 87, cuenta que en el verano "nos llevan" a la playa. Con la ayuda del Estado y sobre todo de grupos religiosos españoles, la parroquia distribuye periódicamente, además, alimentos y vestuario a 80 mujeres jefas de familia.
El padre Lusarreta también instaló en 1997, en un local situado frente a la parroquia, un taller para jóvenes con síndrome de Down, con el objetivo de "hacerlos útiles" a la sociedad. En ese taller, 24 jóvenes con Down, algunos de los cuales sirven de monaguillos en la misa, desarrollan habilidades y adquieren nociones de cocina, peluquería, lavandería y carpintería.
"Esto es un plan maravilloso, porque la educación especial termina cuando cumplen 16 años y muchas veces los padres de ellos, que son muy ancianos, no saben qué hacer con ellos en la casa", indica a AFP Felicia Argudín, instructora del centro.
Son pocas las parroquias cubanas que pueden desarrollar una obra de caridad de esta envergadura, pero la Iglesia Católica cubana "nunca" ha dejado de asistir a los pobres, dice a AFP el obispo de Pinar del Río, Jorge Serpa, quien preside Caritas Cuba. Caritas cuenta con 5.600 voluntarios para atender a un país donde solamente el 10% de la población se declara católica. "La Iglesia cubana es una Iglesia pobre", se lamenta Serpa.