En el año 2008 el general Raúl Castro, dando muestras de una "extraordinaria benevolencia", permitió a los cubanos tener acceso al servicio de telefonía celular.
El número de estos aparatos registró un acelerado auge no previsto ni por los economistas más avezados. Pero tan vertiginoso aumento –según fuentes de la Fiscalía General de la República– corre paralelo y proporcional al incremento de ciertas conductas delictivas.
ETECSA comenzó a operar en 2003. Entonces, sólo había en la isla unos 43.300 celulares, distribuidos entre diplomáticos, empresarios extranjeros y cubanos vinculados con empresas foráneas.
Hoy, tiene cobertura celular un alto por ciento de la población nacional y, en esa misma medida, proliferan los carteristas, que recorren las provincias como aves de rapiña en busca de estos artefactos.
Pero esta modalidad de pequeños ladronzuelos es el primer eslabón de una cadena delictiva que no solamente involucra a conocidos talleres particulares (cuentapropistas) o a ciertas dependencias de ETECSA donde compran, modifican y venden este tipo de aparatos. También implica a la Seguridad del Estado y otras direcciones del MININT, que persiguen, rastrean e incluso compran estos teléfonos.
¿Para qué? Para, según quién sea el propietario, sacarle lo más preciado que guardamos en él: La información.
Sucede igual en todo el mundo. Pero cada país posee sus particularidades. Como regla general, en Cuba, este tipo de dispositivo no son robados para decodificar y venderlos en otros países, sino para desarmar y comercializarlos por partes, dentro y fuera de la isla.
La Fiscalía General asegura que, aunque trabaja en varios casos, no consigue descubrir la matriz de tan complicada red. La Policía Nacional Revolucionaria (PNR) reconoce que existe un mercado subterráneo donde se puede acceder a pantallas, bocinas, cascos y baterías de teléfonos robados; pero no logra encontrar los autores del delito.
Ambos organismos parecen ignorar, ex profeso, que el poder, además de ser un instrumento, es un vicio más turbio y más peligroso que el de las drogas.
Igual que sucede con las bandas criminales, que sus integrantes convergen en algún momento, así ocurre con el resto de las piezas de los celulares robados y muchos de los confiscados en puertos y aeropuertos por la Aduana General de la República de Cuba:
Los compra un joven empresario de origen libanés, a quien se conoce como "El rey de la minería moderna", que con pasaporte francés, la presunta anuencia del Gobierno y la amistad del "nieto en jefe" Raúl Guillermo Rodríguez Castro, exporta el material robado bajo la categoría aduanal de "residuo electrónico".
Este empresario envía, vía aérea, a modernas plantas metalúrgicas ubicadas fuera de la isla (según el runrún, en Europa), donde existe la tecnología para aislar y recuperar preciados componentes como el cobre, el cobalto, el antimonio, el galio y el coltán. No son metales preciosos pero sí escasos en el mundo y tan demandados por la industria que venderlos por gramos resulta mucho más caro que el oro.
Espero que esta nota ayude a la Policía Nacional.
En el mundo no existen muchas empresas capaces de recuperar parte de estos materiales entre la basura electrónica. Y me arriesgo a asegurar que en Cuba no hay más de cuatro franceses (de origen libanés) amigos de Raúl Guillermo.