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"Pelota libre": el camino más largo de Grandes Ligas a Grandes Ligas


Antonio Castro Soto del Valle, hijo de Fidel Castro, posa durante una clase práctica por parte de beisbolistas de las Grandes Ligas a niños cubanos.
Antonio Castro Soto del Valle, hijo de Fidel Castro, posa durante una clase práctica por parte de beisbolistas de las Grandes Ligas a niños cubanos.

Con la aparición de los primeros peloteros pagados, los éxitos de los cubanos en lides regionales fueron cristalizando a contracorriente.

El comunismo, es el camino más largo entre el capitalismo y el capitalismo,sentenció alguien con sapiencia. Ello se viene demostrando desde hace un lustro en Cuba -un suspiro del tiempo, en medio de este agujero negro de 56 años-, donde podríamos añadir otra sentencia: que la “pelota libre” resulta el trayecto más largo entre las Grandes Ligas… y las Grandes Ligas.

Sorprendidos por la irrupción de un 1959 signado por la toma armada del poder gubernamental, los peloteros profesionales criollos se sintieron, a la vuelta de unos pocos meses, virulentos, apestados, y ante la disyuntiva de abandonar su país o renunciar a la práctica deportiva.

Y es que Fidel Castro tomaba el control del béisbol entre sus entretenimientos favoritos -como la propagación de las guerrillas, las guerras africanas o los más disparatados proyectos económicos- eliminando el profesionalismo deportivo por decreto. Se le metía en las entendederas a un pueblo entero --por radio, televisión, periódicos y hasta en los recintos escolares-- que tendrían en lo adelante una pelota libre, triunfadora sobre la esclava, aquella que convertía a los jugadores pagados en propiedad de los dueños de equipos.

Comenzó, es cierto, una prolongada etapa de triunfos en torneos internacionales, donde los equipos de Cuba humillaban a aficionados verdaderos -los que no tenían talento suficiente para el profesionalismo, o quienes, por sus negocios, dedicaban al terreno solo sus horas libres- mientras se dedicaba al presupuesto del deporte lo que era necesario para la construcción de carreteras o la conservación de edificios.

Pero el movimiento olímpico, urgido de dinero y hastiado del profesionalismo de estado -¡esos atletas de Europa del Este, disfrazados de amateurs!- abrió sus puertas de par en par en busca de los mejores del mundo, en todas las disciplinas. Con la aparición de los primeros peloteros pagados, los éxitos de los cubanos en lides regionales fueron cristalizando a contracorriente.

Y el contacto inevitable con otra realidad, sobre todo, fue permeando la coraza ideológica impuesta a los nuestros. Crecieron tanto las deserciones que, por encima de las denuncias de traición, los medios de propaganda en la Isla se vieron obligados a guardar silencio y los reveses de la selección Cuba se harían tan habituales como un aguacero en Centroamérica.

En medio de todo ello, y después de patear muchos burós y de lanzar teléfonos celulares contra la pared cada vez que le informaban de una deserción, Fidel Castro enfermó de gravedad.

Ahora aislado del mundo exterior, no me cabe duda -solo eso explica que su hermano haya desmontado muchísimos de sus caprichos- el hombre que antes decidía cuanto se hiciera en Cuba desconoce que su juguete preferido, el equipo de béisbol, está a punto de ser vendido al mejor postor.

Ignoro si, después de su crisis de salud de 2006, ha despertado totalmente alguna vez de sus delirios de convaleciente. Si lo hiciera hoy, y leyera de las visitas a La Habana de Alexei y “Pito” Abreu, de Puig y Brayan Peña, pensaría que todo fue un largo sueño y que él aún anda por 1959 y vestido de guerrillero.

Porque las Grandes Ligas, todavía (otra vez) están allí.

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