Yo no estaba, pero me contaron y luego leí que el pasado 11 de julio, las autoridades panameñas detuvieron un carguero norcoreano que por las aguas del Caribe navegaba hacia el canal de Panamá. Válgame la aclaración, yo creo que con ese nombre (Chong Chon Gang) lo habría detenido cualquiera; más sabiendo que la hoy tristemente famosa y desvencijada embarcación había zarpado de Cuba y su destino final, escrito en su “Hoja de Ruta” (o bitácora de navegación, según los antiguos inspectores del paradero de la 32) era la nada democrática y mucho menos popular, República Popular Democrática de Corea.
El cargamento encontrado estimuló una descomunal polvareda diplomática; y esta, a su vez, una auténtica orgía mediática que se avivó cuando poco más de 24 horas, luego del anuncio panameño, el MINREX cubano emitiera una nota oficial que intentó minimizar el hecho central usando el manido ardid de jugar con los detalles, mientras que Corea del Norte hiciera una especie de “mute” sobre un asunto en el cual 35 de sus ciudadanos eran detenidos en altamar.
Que La Habana escondiera ese arsenal bajo toneladas de azúcar y lo estuviera enviando a Pionyang para repararlos allá, guarda una lógica creíble pero deja interrogantes.
Es normal que cada determinado período de tiempo, los aviones, los sistemas de radares, los misiles antiaéreos o cualquier otro artefacto militar o civil, requieran de reparación o mantenimiento de rigor. Pero, en este caso particular, y siendo todos estos equipos de fabricación rusa, la pregunta obligada sería; por qué no fueron enviados a Rusia, si – según tengo entendido - Cuba y Moscú mantienen e incluso alimentan una fluida comunicación a sus más altas instancias.
Ahorrar dinero. Eso podría ser una respuesta que a muchos parece complacer y ofrece cierta credibilidad. Se sabe que Kim Jong-Un acepta truequear y que, como práctica habitual, Corea del Norte repara y moderniza este tipo de equipamiento a cambio de materias primas como azúcar cubana o arroz de Mianmar. Sin embargo, no podemos olvidar que en el momento de la detención del innombrable Chong Chon Gang, el parque bélico en cuestión (los dos complejos coheteriles Volga y Pechora, los nueve cohetes en partes y piezas, los dos aviones Mig-21 Bis y los 15 motores de este tipo de avión – fabricados a mediados del siglo pasado), viajaba escondido entre 10,000 toneladas de azúcar.
Algunas personas, con ánimo de polemizar, alegan que toda esta fornitura militar iba muy bien camuflada debido a las dos resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que prohibe a sus Estados miembros, la transferencia, el suministro y servicio de armamento a Pyongyang. Lamento mucho aguar la fiesta y con ello tan absurda justificación; pero si el gobierno de la isla (respetuoso como tanto cacarea de sus compromisos con la paz, el desarme y el respeto al derecho internacional) quería enviar sus mortíferos juguetes a Corea del Norte para que allá los repararan y luego les fueran devueltos; bastaba con solicitar el correspondiente permiso a la comisión que supervisa dicha sanción en el Consejo de Seguridad.
Todo esto me lleva a pensar que entre los sacos de azúcar, más que armas, viajaban verdades ocultas que ni iban para Norcorea, ni pensaban regresar.
El cargamento encontrado estimuló una descomunal polvareda diplomática; y esta, a su vez, una auténtica orgía mediática que se avivó cuando poco más de 24 horas, luego del anuncio panameño, el MINREX cubano emitiera una nota oficial que intentó minimizar el hecho central usando el manido ardid de jugar con los detalles, mientras que Corea del Norte hiciera una especie de “mute” sobre un asunto en el cual 35 de sus ciudadanos eran detenidos en altamar.
Que La Habana escondiera ese arsenal bajo toneladas de azúcar y lo estuviera enviando a Pionyang para repararlos allá, guarda una lógica creíble pero deja interrogantes.
Es normal que cada determinado período de tiempo, los aviones, los sistemas de radares, los misiles antiaéreos o cualquier otro artefacto militar o civil, requieran de reparación o mantenimiento de rigor. Pero, en este caso particular, y siendo todos estos equipos de fabricación rusa, la pregunta obligada sería; por qué no fueron enviados a Rusia, si – según tengo entendido - Cuba y Moscú mantienen e incluso alimentan una fluida comunicación a sus más altas instancias.
Ahorrar dinero. Eso podría ser una respuesta que a muchos parece complacer y ofrece cierta credibilidad. Se sabe que Kim Jong-Un acepta truequear y que, como práctica habitual, Corea del Norte repara y moderniza este tipo de equipamiento a cambio de materias primas como azúcar cubana o arroz de Mianmar. Sin embargo, no podemos olvidar que en el momento de la detención del innombrable Chong Chon Gang, el parque bélico en cuestión (los dos complejos coheteriles Volga y Pechora, los nueve cohetes en partes y piezas, los dos aviones Mig-21 Bis y los 15 motores de este tipo de avión – fabricados a mediados del siglo pasado), viajaba escondido entre 10,000 toneladas de azúcar.
Algunas personas, con ánimo de polemizar, alegan que toda esta fornitura militar iba muy bien camuflada debido a las dos resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que prohibe a sus Estados miembros, la transferencia, el suministro y servicio de armamento a Pyongyang. Lamento mucho aguar la fiesta y con ello tan absurda justificación; pero si el gobierno de la isla (respetuoso como tanto cacarea de sus compromisos con la paz, el desarme y el respeto al derecho internacional) quería enviar sus mortíferos juguetes a Corea del Norte para que allá los repararan y luego les fueran devueltos; bastaba con solicitar el correspondiente permiso a la comisión que supervisa dicha sanción en el Consejo de Seguridad.
Todo esto me lleva a pensar que entre los sacos de azúcar, más que armas, viajaban verdades ocultas que ni iban para Norcorea, ni pensaban regresar.