La presencia de Rihanna en Cuba ha levantado mucha polvareda, como es de esperar que pase cuando estamos hablando de una figura internacional de ese calibre. Lo que no se esperaba quizás es que, al final, fuera un encargado de la seguridad de la cantante el que acabara acaparando la atención por su comportamiento incívico, temerario y atentando contra la salud pública y la de los periodistas cubanos acreditados en la Isla.
Realmente resulta sorprendente que un método para ahuyentar a periodistas sea el uso de alfileres y que el proceder consista en ir pinchando a los profesionales de la prensa para evitar que hagan su trabajo. Rihanna es una figura pública y, siempre que ande por espacios públicos, deberá entender que los medios intenten captar imágenes suyas. Eso, por supuesto, en sociedades donde todos estos asuntos están plenamente regulados, conciliando los derechos de libertad de información y privacidad, se da por sentado.
Lo que chirría en este asunto es que los periodistas que trabajan para prensa internacional en la Isla hayan saltado ahora por esta cuestión, cuando lo podrían haber hecho mucho antes y se habrían ahorrado ahora el susto o al menos contribuido algo mal hecho no se volviera a producir. Pues el tema de los pinchazos no es la primera vez que salta a los medios de comunicación. La oposición lo viene denunciando en la Isla desde hace tiempo, pero en este caso se ve claro que, incluso informativamente, hay clases en la Isla de todas las "igualdades".
Probablemente ningún periodista de prensa extranjera le ha dedicado ni un minuto de atención a los pinchazos de agentes de la Seguridad del Estado contra miembros de la oposición. Ni esta ni otras técnicas de represión van a ser un tema de inspiración para una prensa que debe andar con pies de plomo con el régimen. Realmente debe ser frustrante para el periodista, como lo es para muchos lectores, que desde el exterior esperamos que nos cuenten más historias, más historias que estamos seguros que suceden en el país y que la situación actual de dictadura impide que conozcamos.
La cuestión de los pinchazos con alfileres genera multitud de interrogantes acerca del futuro de Cuba. Está claro que en ese país, especialmente los que han desarrollado su "vida profesional" en el sector de la "defensa nacional" (mejor leer "represión") deberán saber regular sus formas de actuación y enterarse de los límites en su comportamiento, aquellos que jamás deberían haber sido rebasados.
Pedir comportamiento civilizado a los peones de un régimen que emplea violencia contra opositores pacíficos es pedir demasiado. Los "agentes de seguridad" cubanos deben regenerarse, como tantos otros elementos de la vida cotidiana cubana, dedicada a la represión del vecino (CDR y organizaciones de masas diversas), deben aprender que su poder no es ilimitado y que no pueden ejercer impunemente sus acciones contra los débiles y desarmados. Si Cuba hace algún día el giro hacia una democracia, debería figurar esto en el punto número uno de los asuntos a abordar: civilizarse.