Las heridas en Chile del 11 de septiembre de 1973 nunca han cicatrizado y se reabren dolorosamente de tiempo en tiempo, cuando un suceso pasa y las roza.
Este fue el caso de Mauricio Rojas, el nuevo ministro chileno de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, quien solo duró cuatro días en el cargo. Su error fue opinar, antes de ser ministro, sobre el Museo de la Memoria, algo sagrado para la mayoría de los chilenos.
El historiador había señalado hace dos años que "más que un museo (…) se trata de un montaje cuyo propósito, que sin duda logra, es impactar al espectador, dejarlo atónito, impedirle razonar (…) Es un uso desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional que a tantos nos tocó tan dura y directamente". Esa y otras ideas están además recogidas en su libro "Diálogos de conversos".
Pero su antiguo comentario fue el golpe de gracia para su carrera como ministro.
Los periódicos chilenos no tardaron en escarbarla y causó ultraje. La declaracion reabrió las heridas, creó enorme controversia y lo obligó a renunciar.
Rojas había asumido el 9 de agosto, tras el primer cambio de gabinete de la segunda administración de Piñera, reemplazando a escritora Alejandra Pérez.
Anteriormente había formado parte del grupo de colaboradores de Piñera y le había ayudado a preparar sus discursos.
El exministro tenía también muchos enemigos por sus actuaciones políticas. Como parlamentario liberal se ganó no solo el rechazo de la izquierda sueca, sino de la propia comunidad de chilenos en ese país por sus propuestas contra la migración.
Rojas, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), huyó a Estocolmo luego del golpe militar. En Suecia, un país de unos 10 millones de habitantes, la colonia chilena es una de las más importantes entre una comunidad de 1.7 millones de extranjeros. Allí escaló posiciones y llegó a ser miembro del parlamento sueco.
Rojas contó con un "recorrido por casi todos los partidos políticos escandinavos", según el sitio El Mostrador.
Durante su período como parlamentario liberal, de 2002 a 2008, sacó ronchas en Suecia, "como un defensor de una política de inmigración e integración más restrictiva", según escribe el medio nórdico Fria Tider, contra las mismas políticas que permitieron su propia integración.
Durante ese tiempo, redactó una serie de artículos que generaron un gran debate. Fue acusado de ser xenófobo, tuvo amenazas de muerte y recibió protección policial.
"Presenté ideas y propuestas lejos de lo que se consideraba políticamente correcto (...) y era escandaloso. Al mismo tiempo, pude decir mucho más que otros porque era inmigrante, pero al final la reacción se volvió imprudente", declaró en una entrevista con la revista sueca Nu.
"Rojas vivió en Suecia durante casi 35 años, pero se vio obligado a abandonar el país después de haber sido expuesto a una intensa y ardiente campaña en la prensa y la izquierda", escribió el medio Fria Tider.
Ahora más que nunca
El museo fue creado en enero de 2010. La presidenta Michelle Bachelet lo inauguró en la capital chilena, luego de haberse formado en 1991 la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, creada a fin de esclarecer los casos de asesinatos y desapariciones durante el gobierno militar.
El museo debe en gran medida su colección de material de archivo a los esfuerzos de las organizaciones de derechos humanos, según relata el escritor izquierdista chileno Ariel Dorfman.
La planta baja del museo ofrece un relato detallado del golpe de Estado.
La exhibición más impresionante aguarda a los visitantes en el segundo piso del edificio, donde desde un mirador se observa un mural fotográfico de quince metros de altura. Las 3.197 imágenes que componen el mural representan los rostros de chilenos ejecutados extrajudicialmente por la dictadura cívico-militar, entre ellos 1.102 prisioneros cuyos cuerpos secuestrados permanecen, hasta el día de hoy, desaparecidos.
El dolor que evoca esta conmemoración se ve en parte mitigado por un velatón, un altar compuesto por velas, que arde permanentemente a lo largo del borde interno del mirador.
En América Latina es algo ritual levantar altares –flores, velas, recuerdos y plegarias escritas– en el lugar donde alguien tuvo un fin violento, y donde los vivos pueden pedir ayuda a las animitas. Esta tradición popular representa justamente el mensaje que un museo dedicado a la memoria busca transmitir: recordar a los asesinados.
El presidente Sebastían Piñera se encontró con el caso de Rojas entre la espada y la pared.
Los medios atacaron la designación del escritor y diplomático al cargo de Ministro de Las Culturas y se llevaron a cabo actos de protesta, con la amenaza de uno colectivo en las afueras del Museo de la Memoria.
En La Moneda hubo disculpas y la principal fue que no se sopesó el tema (de las declaraciones de Rojas) antes del nombramiento y "jamás se les pasó por la cabeza que ese sería el factor que terminaría obligando al mandatario a tener que sacar a su nuevo ministro".
No solo eso, en el oficialismo agregaron que además se hizo una apuesta equivocada, se creyó que el pasado de Rojas en el MIR, la detención de su madre durante la dictadura y sus años en Suecia en época de exilio, serían suficientes para blindarlo de su errática frase y su pasado “converso”, según detalló El Mostrador.
Un reto
En el Gobierno apostaron nuevamente al desgaste, pero no fue así, y la pelota de nieve se transformó en avalancha. Rojas puso fin a la miseria renunciando al cargo, que tuvo por unas 90 horas.
En el discurso "del alivio" que dio Piñera para dar la noticia, fue categórico y contundente al sentenciar que, como Gobierno, “no compartimos sus opiniones (de Rojas) y declaraciones respecto al sentido y la misión del Museo de la Memoria, que recoge los testimonios, las vivencias, las evidencias y las enseñanzas de un período muy oscuro en nuestro país”.
Sin embargo, a renglón seguido, Piñera declaró que “tampoco compartimos la intención de ciertos sectores de nuestro país, que pretenden imponer una verdad única y que no tienen ninguna tolerancia y respeto por la libertad de expresión y opinión de todos nuestros compatriotas”.
Habrá que ver si esas declaraciones y la renuncia del ministro Mauricio Rojas neutralizaron la caída en las encuestas del presidente, que ganó las elecciones celebradas a fines de 2017 con una cómoda ventaja de casi 10 puntos porcentuales sobre el candidato oficialista de centroizquierda, Alejandro Guillier, quien fracasó en su intento de unificar a una izquierda desgastada y desilusionada.