El diario El Mercurio destaca que esta semana visitaron Chile dos mujeres jóvenes que se destacan internacionalmente por su aporte a la causa de la libertad y la democracia: La cubana Yoani Sánchez y la guatemalteca Gloria Álvarez. Aunque inspiradas en visiones distintas, las une la juventud, el coraje civil, su pensamiento rebelde y el uso de nuevas tecnologías para difundir sus ideas.
La presidenta Bachelet, que la semana pasada no recibió a las esposas de dos notables presos políticos del régimen de Nicolás Maduro, pero tuvo tiempo para platicar con Joan Manuel Serrat, dejó escapar otra oportunidad para conocer a líderes que talvez le habrían recordado una época en la que exigía democracia y respeto a los Derechos Humanos en forma universal.
Yoani y Gloria han logrado algo mayor: Trascender en un mundo con clara hegemonía masculina, discriminación que Bachelet denunció desde Naciones Unidas y denuncia desde La Moneda.
Yoani se convirtió en símbolo de libertad bajo una dictadura militar que lleva 56 años; Gloria saltó a la fama criticando el populismo y la corrupción en una región azotada por la violencia de narcotraficantes que buscan controlar las rutas de la droga hacia Estados Unidos. Son líderes que, para su seguridad, necesitan respaldo. Fuera de descollar por su agudeza, oratoria y originalidad, ambas constituyen ejemplo para quienes viven sin libertad, condenan el populismo, luchan contra la discriminación de género y apuestan por vías pacíficas de cambio.
El desinterés de Bachelet por Yoani Sánchez estuvo en consonancia con su decisión de no reunirse con las cónyuges de valerosos presos políticos venezolanos, pero en contradicción con su conducta ante la hija del dictador Raúl Castro, a quien recibió durante la cumbre de mujeres que organizó en Santiago.
Defrauda este doble estándar e irrita que nuestra mandataria, que sufrió ayer represión política, no solidarice hoy con mujeres que son víctimas de la represión. Sorprende su conducta, pues hasta en el oficialismo hay quienes exigen respeto a los Derechos Humanos en Cuba y Venezuela. Si la Presidenta –como quedó de manifiesto en su discurso del viernes– aspira a reconstruir su popularidad y liderazgo, debe hacer lo que la mayoría de los chilenos espera de un presidente: Que condene universalmente la violación de Derechos Humanos, y no actúe en esto en forma sesgada y enigmática por razones ideológicas.
En momentos en que su falta de liderazgo es cuestionada por figuras del oficialismo y su gestión es desaprobada por una abrumadora mayoría ciudadana, es recomendable un cambio en la actitud elusiva de Bachelet ante personalidades que exigen libertad, transparencia, respeto a los Derechos Humanos en países gobernados de forma dictatorial o autoritaria por la izquierda. Urge una política de Estado para que nuestros presidentes siempre condenen la violación de Derechos Humanos y solidaricen con quienes sufren la represión política.
Si Bachelet aspira a dar un golpe de timón a su agenda para reorientar al país y reconstruir su liderazgo, conviene que asuma y modifique una realidad moralmente incómoda para su sector: Desde el retorno a la democracia es la izquierda –o influyentes sectores de ella–, no la derecha, quien simpatiza con regímenes de dudosas credenciales democráticas. El centro y la derecha, en cambio, exigen hoy respeto a los Derechos Humanos, libertad y democracia, y no manifiestan simpatías por regímenes no democráticos. Es una realidad indesmentible, y la mandataria debe aprovechar el marco del informe sobre probidad para transparentar su sentir hacia personalidades que exigen Derechos Humanos a gobiernos de izquierda.
La incoherencia presidencial en esto lleva a interrogarse sobre la capacidad de sus asesores. Pero buscar responsables en su círculo de hierro es menospreciar el intelecto de la Jefa de Estado. En rigor, lo que corresponde es concluir que decisiones como la de recibir a la hija de Castro e ignorar a Yoani Sánchez no obedecen a complejos acuerdos de la nueva mayoría sino a convicciones profundas de la Presidenta. Si la clase política busca sincerarse ante el país, Bachelet debe aprovechar las circunstancias para sincerar su visión sobre Derechos Humanos. Si da este paso, evitará tener que repetir en un futuro próximo un "no supe condenar con fuerza y a tiempo" las circunstancias en otros países.