El cineasta, fotógrafo y escritor español Carlos Saura, fallecido este viernes a los 91 años en Madrid, supo burlar la censura de la dictadura franquista, llevó su
amor por la música a la pantalla y dirigió películas míticas como "La caza", "La prima Angélica", "Cría cuervos" y "Carmen".
Nacido en Huesca (noreste español) en 1932, iba a recibir mañana el Goya de Honor del cine español por toda su carrera, plagada de galardones nacionales e internacionales.
Entrevistado recientemente por EFE, dijo que él no había hecho cine para agradar a nadie o para recibir un reconocimiento, sino porque le gustaba, aunque siempre es una halago, matizaba, que el trabajo de uno lo vea el público, haga pensar y se aprecie.
Su última producción fue el documental sobre la pulsión artística "Las paredes hablan", estrenado hace unos días.
Fue golpeado en su infancia por la Guerra Civil (1936-1939) y más tarde por las secuelas del franquismo, aunque se las apañó en aquella época para incorporar a sus películas símbolos y alegorías envueltas en un lenguaje visual a veces críptico.
Le hubiera gustado nacer en el Renacimiento y poder relacionarse con genios como Da Vinci o Caravaggio, como él mismo reconoció alguna vez.
Sin embargo, su vida atravesó uno de los periodos más convulsos de la historia de España, de bombardeos durante su niñez en Huesca, Madrid, Valencia (este) o Barcelona (noreste), que evocaba en su cine, y de la represión y el cainismo que marcó a la sociedad de aquel tiempo.
Demostró durante toda su vida una actividad febril, que no cesó en ningún momento, con una carpeta aún repleta de proyectos, que mostraba su actitud ante una vida que resumió así en una entrevista: "Cada día que sale el sol digo '¡Coño, estoy vivo todavía!'".
Interés por el realismo social
Tras abandonar los estudios de ingeniería industrial que había comenzado, Saura ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, donde se diplomó y comenzó a gestar su primera producción, "Los golfos" (1960), una crónica de la deriva de un grupo de jóvenes filmada al estilo de un documental y marcada por el neorrealismo italiano.
Sin embargo, fue "La caza", producida en 1965 por Elías Querejeta, la que lo llevó al éxito internacional, con una historia cruel que analizaba en tono alegórico las heridas causadas por la Guerra Civil a través de las relaciones entre varios personajes durante una cacería. Ganó el premio de mejor dirección del Festival
de Berlín.
Desde entonces, el joven Carlos Saura inició, de la mano de Querejeta, una serie de producciones que indagan en los efectos de la represión franquista.
Fueron "Peppermint Frappé" (1967), "La madriguera" (1969), "El jardín de las delicias" (1970), "Ana y los lobos" (1972) y, en mayor medida, "La prima Angélica" (1973), una película cuyas imágenes simbólicas indignaron a los sectores más reaccionarios de la sociedad española.
Un estilo musical cinematográfico propio
Después llegaron "Cría cuervos (1975) y "Elisa, vida mía" (1977), donde empieza a reflexionar sobre la interconexión de la música y la imagen, y "Deprisa, deprisa", cine de quinquis al estilo de la época, que le llevó a hacerse con el Oso de Oro en Berlín.
Su primera experiencia con el musical fue "Bodas de sangre" (1981), con el bailarín Antonio Gades, a la que siguieron "Carmen" (1983) y "El amor brujo", una trilogía sobre el flamenco de imágenes fascinantes en la que consigue desarrollar un género musical genuino, alejado de los clichés de los musicales europeos y
norteamericanos.
Entretanto, el cineasta rodó "El Dorado" (1987), un ambicioso film sobre la figura del explorador español en Sudamérica Lope de Aguirre; "La noche oscura" (1989), que evoca la prisión sufrida por San Juan de la Cruz; y "Ay, Carmela", una de sus producciones más populares.
A partir de 1991, Saura continuó con su reflexión sobre la imbricación del sonido y la música con "Sevillanas" (1991), "Flamenco" (1994) y "Tango" (1997).
Con "Goya en Burdeos" (1999), se adentró en los últimos años del pintor español; y "Buñuel y la mesa del rey Salomón" (2001) fue un homenaje a quien consideraba uno de sus maestros, el cineasta también español Luis Buñuel.
El realizador volvió al musical en 2002 con el drama "Salomé", a la que seguirían "Iberia" en 2005, un homenaje al compositor español Isaac Albéniz, y "Fados" (2007), una producción en la que ahonda en la luz como elemento dramático y donde el mobiliario y la decoración se reduce cada vez más.
Tras el análisis de la España profunda que se plasma en "El séptimo día" (2004), basada en un crimen real, Saura filmó "Io, Don Giovanni" (2009), en la que se sirve de la genial ópera de Mozart para ahondar en la figura de quien fue su libretista en esta y otras dos obras, Jacopo da Ponte.
Cuando se acercaba a los ochenta años, Carlos Saura continuó una incesante actividad tanto como cineasta, fotógrafo, guionista, novelista y escenógrafo para teatros de ópera.
A pesar de la actitud vital que en sus últimos momentos mostraba, manifestaba, sin embargo, pesimismo respecto a la humanidad y un temor a que pudiera repetirse un nuevo conflicto civil en España derivado del clima de violencia y enfrentamiento que percibía en la sociedad.
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