La sentencia ha sido ratificada. El escritor Ángel Santiesteban tendrá que cumplir 5 años de cárcel. Se sabe que su inocencia está más que probada. También se sabe que será encerrado por otro motivo. Para no tener que admitir que es un preso político, falsificaron el crimen y la víctima.
La verdadera culpa de Ángel Santiestéban es que nunca se quedó callado. Si algún acto criminal cometió, fue decir lo que pensaba cada vez que pudo hacerlo. Pero tuvo la mala suerte de vivir en un país donde la verdad tiene que ser absoluta, aun cuando sea mentira.
Me he pasado todos estos días pensado en Angelito. Aunque puedo seguirle por las redes sociales, procuro no tener el más mínimo contacto con él. No sé qué decirle, no se me ocurre otra cosa que no sea darle un abrazo grande. Y eso es absurdo, imposible.
Mi silencio ha estado acompañado por el recuerdo de las cosas y los lugares que compartimos. Todo pasa una y otra vez, como en una película, y atraviesa gran parte de la geografía cubana: un aguacero en el hotel Pasacaballos, una calle sin salida en Cumanayagua, el patio de la casa de Rosita en Miramar, un avión que no pudo aterrizar en Nueva Gerona…
Soy ateo. No puedo orar, tampoco tiene el más mínimo sentido que maldiga. Todos mis rituales se tramitan a través de lo que quiero y lo que el futuro acaba por ofrecerme. Me limito a lo primero, que es lo que realmente tengo bajo control.
Deseo, desde lo más profundo de mí, que los verdugos de Ángel Santiestéban no alcancen a verlo cumplir su condena. Que la libertad llegue primero y nos suelte a todos. Porque, al fin y al cabo, Cuba entera es una cárcel. La única diferencia es que algunos tienen más espacio para caminar que otros.
Solo me gustaría darle un abrazo a mi hermanito. Lo demás, que sea lo que el azar quiera. Yo sé que hasta él quiere…
Publicado en el blog El Fogonero el 5 de febrero de 2013
La verdadera culpa de Ángel Santiestéban es que nunca se quedó callado. Si algún acto criminal cometió, fue decir lo que pensaba cada vez que pudo hacerlo. Pero tuvo la mala suerte de vivir en un país donde la verdad tiene que ser absoluta, aun cuando sea mentira.
Me he pasado todos estos días pensado en Angelito. Aunque puedo seguirle por las redes sociales, procuro no tener el más mínimo contacto con él. No sé qué decirle, no se me ocurre otra cosa que no sea darle un abrazo grande. Y eso es absurdo, imposible.
Mi silencio ha estado acompañado por el recuerdo de las cosas y los lugares que compartimos. Todo pasa una y otra vez, como en una película, y atraviesa gran parte de la geografía cubana: un aguacero en el hotel Pasacaballos, una calle sin salida en Cumanayagua, el patio de la casa de Rosita en Miramar, un avión que no pudo aterrizar en Nueva Gerona…
Soy ateo. No puedo orar, tampoco tiene el más mínimo sentido que maldiga. Todos mis rituales se tramitan a través de lo que quiero y lo que el futuro acaba por ofrecerme. Me limito a lo primero, que es lo que realmente tengo bajo control.
Deseo, desde lo más profundo de mí, que los verdugos de Ángel Santiestéban no alcancen a verlo cumplir su condena. Que la libertad llegue primero y nos suelte a todos. Porque, al fin y al cabo, Cuba entera es una cárcel. La única diferencia es que algunos tienen más espacio para caminar que otros.
Solo me gustaría darle un abrazo a mi hermanito. Lo demás, que sea lo que el azar quiera. Yo sé que hasta él quiere…
Publicado en el blog El Fogonero el 5 de febrero de 2013