Ya no es aquel tipo corpulento de uniforme verde olivo y pistola rusa en la cartuchera, que improvisaba discursos en cualquier plaza pública de la isla o en un estudio de televisión hablaba durante horas hasta quedar afónico.
Esta rancia versión de un Fidel Castro encorvado, peinado hacia atrás igual que un anciano de asilo después del baño, con su chándal azul de Adidas y con voz quebrada leyendo una diatriba breve, decididamente fue anulada por la kryptonita.
Pero aún mete miedo a sus secuaces. O a los amanuenses. Como la editora de Cubadebate, Rosa Miriam Elizalde, quien en una crónica estilo norcoreano, contaba que los delegados "vestidos la mayoría con la humildad de los que se ajustan a su salario, le ha dedicado una ovación de pie, entre lágrimas".
Probablemente sea su último discurso público. Tal vez no. Fidel Castro es impredecible. Hace rato perdió a sus mejores amigos, como Nelson Mandela o Gabriel García Márquez. Pero al viejo comandante la existencia se le hace larga y se las ingenia para sobrevivir en la capital del Macondo latinoamericano.
Según un miembro del partido comunista en el municipio Cerro, la presencia de Fidel fue una sutil operación de marketing político para aparentar unidad. “Ésa fue una de las claves del VII Congreso. Ante los nuevos tiempos, con un enemigo imperialista que nos tiende la mano, ellos apuestan por la unidad política para no ceder a los cantos de sirena del discurso de Obama en La Habana que ha anestesiado a muchísimos cubanos”.
A decir verdad, el cónclave quedó por debajo de las expectativas de disidentes,emprendedores privados y hasta funcionarios de rango medio que esperaban transformaciones de mayor calado.
Para el opositor Manuel Cuesta Morúa, “fue un congreso de espaldas al pueblo. Intenta remendar el socialismo y se ralentizan las reformas económicas. Queda claro que los cubanos tienen que tomar las riendas de su destino. Cuba quedará como una rémora. Hay buenas y malas noticias para la disidencia, que tendrá que afinar su trabajo en favor de la democracia”.
Trabajadores por cuenta propia esperaban algo más de esta cita. Adrián, dueño de una cafetería de comida criolla y batidos de frutas en el municipio 10 de Octubre, considera que todavía no se le ha dado solución al acceso del mercado mayorista a los particulares.
"Se habló de un nuevo marco jurídico, pero no se profundizó en el tema. Tampoco nada se dijo sobre la autorización para importar insumos o poder invertir en nuestro propio país. Fue una decepción. Otra más”.
Joel, administrador en un almacén de víveres y militante del partido, está
convencido de que Cuba necesita “una revolución económica, política y social de verdad, no rodeos. Cada minuto que se pierde, es una persona que se marcha de su patria, desilusionada por la gestión del gobierno. Quizás el Estado ganó tiempo, pero perdió su última posibilidad de sumar adeptos con un cambio democrático y profundo apostando por el socialismo y el cooperativismo”.
Los más jóvenes no esperaban mucho. Dagoberto, vendedor ilegal de tarjetas de internet en el parque del Mónaco, nunca pensó que del VII Congreso saldrían leyes o normativas que beneficiaran a grandes sectores de la sociedad.
“Men, esta gente (el régimen) son un clan. Ellos se ganaron el poder a tiros, y si no esa tiros no van ceder. Allá los que creyeron que de esa asamblea saldría algo positivo. Yo no espero nada de estos viejos. Como muchos cubanos, lo mío es meter el cuerpo y ver de qué manera me voy tumbando (emigrar)”.
Del 16 al 19 de abril, mil delegados y 250 invitados, se reunieron para debatir, en cuatro comisiones, temas relacionados con la economía, sostenibilidad, el modelo de país a que aspiran y la conceptualización económica hasta el año 2030.
Con una jerga extraviada y un optimismo a prueba de bombas atómicas, delegados y dirigentes, por unanimidad, aprobaron varias propuestas previamente cocinadas desde el ejecutivo, entre ellas, la reducción a 60 años para integrar el Comité Central.
Ya en el recién electo Comité Central, el promedio de edad se redujo a 54 años; el 44% son mujeres y se dio una mano de pintura para elevar el número de mulatos y negros. De los 17 miembros del Buró Político, cinco son rostros nuevos.
Por ley de la vida, el VII Congreso debe ser el último de la generación de viejos guerrilleros que acompañaron a Fidel Castro a tomar el poder a punta de carabina. Fue un evento de transición con una autocracia tirando del freno de mano.
La cobertura fue pésima. La información se brindaba por goteros. Solo acreditaron a unos pocos periodistas oficiales. Las sesiones se difundieron en fragmentos editados y las conclusiones se transmitieron diferidas. La prensa extranjera y los periodistas independientes necesitaron escudriñar cada noticia y escuchar durante horas noticieros de radio.
Después que Castro I leyera su arenga con voz entrecortada, su hermano tomó el micrófono y dijo unas palabras. Al final, como siempre, los delegados se pusieron de pie, unieron sus manos y entonaron la Internacional.
A veinte kilómetros del Palacio de Convenciones, sede del congreso, la familia de Adrián esperaba impaciente la terminación de los discursos, para sentarse frente al televisor y ver la novela brasileña. Para ellos, y millones de cubanos, la vida sigue igual.