La memoria nos lleva voluntariamente a recordar los acontecimientos gratos, el deber a tener presente los malos, y nunca olvidarlos, por ese motivo evocar a Fidel Castro, es importante.
Por supuesto que Fidel no es el único culpable. Tuvo de su lado a excelentes ingenieros, arquitectos y artesanos en su plan de destruir a Cuba, una labor en la que alcanzó el éxito.
Es incomprensible el aura de mentiras y fantasías que envuelve la figura del dictador cubano. A pesar de su anacronismo y sus innumerables fracasos, sigue siendo un referente para gobernantes como Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa y muy en particular para Nicolás Maduro, pero también, paradójicamente, para personas que han demostrado su compromiso con la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Castro ha sido cruel, despiadado e ineficiente en todo lo que no sea conservar el mando, pero también ha sido, junto a la condición de ser el gobernante que por más años ha controlado el poder, el individuo que estableció en pleno siglo XXI, una dictadura dinástica en el hemisferio occidental.
Es preciso tener presente que los victimarios del castrismo siguen al acecho. Recordar que el régimen se dio leyes para justificar sus crímenes y que siguen contando con la capacidad legal para encerrar o ejecutar cuando lo estimen conveniente.
Existen tribunales que interpretan fielmente los pensamientos extremos de sus mandamases. Muchos profesores como consecuencia de las enseñanzas del gran Maestro no dudaron en acosar a los hijos de los presos políticos, discriminarlos y expulsarlos de las escuelas, porque no eran un buen ejemplo para sus compañeros.
Las bases culturales y morales de la nación fueron quebradas como parte de un Plan Nacional que pretendía recrear la conciencia ciudadana instrumentado una ingeniería social que solo cosechó fracasos, al extremo que las últimas generaciones, salvo contadas excepciones, repudian el modelo que Fidel y Raúl Castro, junto a Ernesto Guevara, impusieron a sus padres.
Castro ya no usa uniforme, pero aun enfundado en una costosa sudadera, no deja de ser el anciano, para aquellos que quieren ver, que refleja en su físico la maldad y los crímenes que cometió contra el pueblo.
Su condición de depredador no ha desaparecido, se le aprecia todavía su convicción de que a los adversarios hay que tratarlos como enemigo y en consecuencia merecen ser aplastados.
Increíblemente, a pesar de los muchos estudios publicados, el castrismo sigue viviendo del cuento del “heroico mito” de la expedición-naufragio del Granma y de la insurrección guerrillera en la Sierra Maestra, una acción militar intrascendente, hábilmente manipulada y mejor divulgada.
También le asistió en la conservación de la fábula su rivalidad con Estados Unidos, tanto, que muchos han preferido olvidar que Cuba fue una plataforma nuclear soviética. Castro respaldó a Moscú cuando invadió a Checoslovaquia, lo que repitió cuando la ocupación soviética de Afganistán, una acción bélica contra un país miembro del Movimiento de los No Alineados, agrupación que dirigía en esos momento el dictador cubano.
El régimen castrista ha sobrevivido por su capacidad represiva pero igualmente por la debilidad moral de quienes le han respaldado en Cuba y en el extranjero.
Particularmente en Latinoamérica muy pocos gobiernos y dirigentes políticos cuestionaron los crímenes de su gobierno o rechazaron directamente la subversión que auspició en todo el hemisferio.
Provoca vergüenza ajena que Luiz Inacio Lula da Silva, líder obrero, se enorgullezca de ser amigo del individuo que destruyó uno de los movimientos sindicales más poderoso del continente, o que Cristina Fernández y Dilma Rousseff, busquen compartir con la persona que auspició el terrorismo en los países que gobiernan.
Es lamentable que figuras públicas internacionales muestren satisfacción cuando se acercan al veterano tirano, lo que lleva a preguntarse cuan orgullosos estarían si pudieran compartir con Adolfo Hitler o José Stalin.
El arrobamiento, el hechizo que padecen estos personajes en el gobierno o en la ruta de acceder al mismo no tiene explicación racional, salvo que aspiran a regir de la misma forma que por décadas lo hizo Fidel Castro.
Por supuesto que no es justo ni racional atribuirle a la ceguera o complicidad extranjera la longevidad de la dictadura. Los primeros garantes han sido los cubanos.
Los que hicieron dejación de sus derechos y se sometieron voluntariamente a la voluntad del régimen y los que después de casi seis décadas de fracasos acumulados siguen apoyando la dictadura.
Responsables son los que se envilecieron para ser parte del poder, los que nunca confrontaron la dictadura, huyeron en estampida o se plegaron en rebaño, pero también los que en el presente, escondiéndose tras cualquier pretexto, reniegan de sus compromisos de luchar por un cambio a la democracia en el país en que nacieron.