Todo se mueve torpe, pesado. Hasta el sol parece demorarse más de lo normal por allá arriba. El reloj no conoce de precisiones y el minutero estorba. Hacer una cita con la exactitud de las tres y cuarto o de las once menos veinte, resulta pura pedantería de apresurados. El tiempo es denso, como una mermelada de guayaba con demasiada azúcar.
“Si estás apurado tienes doble problema”, le advierte la empleada a un cliente apremiado por llegar temprano a su casa. El hombre suda, tamborilea los dedos, mientras ella corta sus larguísimas uñas antes de teclear siquiera un número en la máquina registradora. La cola tras él también lo mira con sorna, “otro que se las da de acelerado” llega a decirle con molestia una señora.
Habitamos un país, donde la diligencia ha llegado a interpretarse como grosería y ser puntual como una petulancia cercana a la rareza. Una Isla en cámara lenta, que debe pedirle permiso a un brazo para mover el otro. Un largo caimán que bosteza y bosteza tendido en las aguas del Caribe.
Aquel que en una jornada logre concluir dos actividades, podrá sentirse afortunado. Lo común es no poder llevar a vías de hecho ni siquiera una. A cada paso sobreviene un tropiezo, un cartel de “hoy estamos cerrados por fumigación”, “los viernes no atendemos al público” o la frase raulista “sin prisa pero sin pausa”. Demorar, aplazar, suspender, cancelar… los verbos más conjugados si de trámites se trata.
El paso de tortuga se divisa por todos lados. Desde las oficinas burocráticas y las paradas de ómnibus a los centros recreativos y de servicios. Pero el gran ganador del galardón a la “sangre de horchata”, es el propio gobierno: Tres años después de quedar conectado el cable de fibra óptica entre Cuba y Venezuela, aún no es posible contratar una conexión doméstica de Internet.
Dos décadas de dualidad monetaria y todavía no se ha publicado un cronograma para la eliminación de esa esquizofrenia económica. Cincuenta y cuatro años de monopartidismo y no se avizora un día en que podamos asociarnos libremente. Medio siglo de meteduras de pata y errores gubernamentales y ni siquiera han comenzado a esbozar una disculpa.
A este ritmo, un día se rebautizará la Isla como el país de “nunca jamás”, donde estarán prohibidos los relojes y los calendarios.
Publicado el 18 de febrero en el blog Generación Y.
“Si estás apurado tienes doble problema”, le advierte la empleada a un cliente apremiado por llegar temprano a su casa. El hombre suda, tamborilea los dedos, mientras ella corta sus larguísimas uñas antes de teclear siquiera un número en la máquina registradora. La cola tras él también lo mira con sorna, “otro que se las da de acelerado” llega a decirle con molestia una señora.
Habitamos un país, donde la diligencia ha llegado a interpretarse como grosería y ser puntual como una petulancia cercana a la rareza. Una Isla en cámara lenta, que debe pedirle permiso a un brazo para mover el otro. Un largo caimán que bosteza y bosteza tendido en las aguas del Caribe.
Aquel que en una jornada logre concluir dos actividades, podrá sentirse afortunado. Lo común es no poder llevar a vías de hecho ni siquiera una. A cada paso sobreviene un tropiezo, un cartel de “hoy estamos cerrados por fumigación”, “los viernes no atendemos al público” o la frase raulista “sin prisa pero sin pausa”. Demorar, aplazar, suspender, cancelar… los verbos más conjugados si de trámites se trata.
El paso de tortuga se divisa por todos lados. Desde las oficinas burocráticas y las paradas de ómnibus a los centros recreativos y de servicios. Pero el gran ganador del galardón a la “sangre de horchata”, es el propio gobierno: Tres años después de quedar conectado el cable de fibra óptica entre Cuba y Venezuela, aún no es posible contratar una conexión doméstica de Internet.
Dos décadas de dualidad monetaria y todavía no se ha publicado un cronograma para la eliminación de esa esquizofrenia económica. Cincuenta y cuatro años de monopartidismo y no se avizora un día en que podamos asociarnos libremente. Medio siglo de meteduras de pata y errores gubernamentales y ni siquiera han comenzado a esbozar una disculpa.
A este ritmo, un día se rebautizará la Isla como el país de “nunca jamás”, donde estarán prohibidos los relojes y los calendarios.
Publicado el 18 de febrero en el blog Generación Y.