Milan Kundera, el escritor venerado por quienes conocen el totalitarismo en carne propia, ha muerto en París a los 94 años y esa edad no nos libra de sentir la punzada que provoca una caída libre al vacío, ni el sentimiento de absurdo que contamina el vivir cuando nos llega una noticia de muerte.
El autor de “La broma” (1967) y “La insoportable levedad del ser "(1984) novela que lo catapultara a la fama a nivel mundial, emigró a Francia en 1975 tras haber sido expulsado en 1970 del Partido Comunista por su participación en la conocida como “Primavera de Praga”.
Nacido en Brno, ciudad de la antigua Checoslovaquia, el 1º de abril de 1929, Kundera se graduó en 1952 de la Facultad de Cine de la Academia de Praga, impartiendo clases en el Instituto Cinematográfico de Praga.
Hijo de Ludvik Kundera, un reconocido pianista, estudió música y como pianista de jazz Milan Kundera se ganaría la vida tras la invasión de las tropas soviéticas a Checoslovaquia en 1968.
Era reconfortante en La Habana leer “La insoportable levedad del ser”, forrado el libro con las páginas coloridas y brillosas de la revista “Mujer Soviética” durante las horas de bochornosa espera de una “guagua”. Te sentías menos solo y, sobre todo, comprendías que no estabas tan equivocado como pretendían hacerte creer.
Desde su exilio en Francia, Kundera, naturalmente introvertido, enemigo de la virtualidad y celoso de su soledad, rompía lanzas por la libertad de una entonces joven poeta cubana. Firmaba cartas y hacía declaraciones en favor de mi liberación.
Regresaba de visita a Praga tras el triunfo de la Revolución de Terciopelo que expulsara al régimen comunista. No daba entrevistas y se paseaba por las calles de la Mala Strana de incógnito.
Una tarde, según me contó el fallecido historiador cubano Juan Benemelis, se encontraba en un café de Praga, haciendo tiempo cuando, de pronto, todos los presentes, incluidos camareros y clientes, se levantaron a aplaudir. Cuando volvió el rostro para ver qué pasaba, vio a Milan Kundera que acababa de entrar en dicha cafetería y a quien los praguenses homenajeaban.
“El que quiera conocer el infinito, que cierre los ojos”, escribió en algún lugar Kundera quien, ahora, es posible esté evaluando la levedad de haber sido un escritor icónico para varias generaciones de prisioneros en una isla cárcel del Caribe.
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