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Virgilio Piñera: la urgencia de obra de varón o los peligros del alma


El escritor Virgilio Piñera.
El escritor Virgilio Piñera.

A los 33 años de la muerte, un día como hoy, de uno de los autores más originales, irreverentes e independientes de la literatura cubana.

Cuenta la negra leyenda acerca del escritor Virgilio Piñera que, encontrándose cierto día necesitado de recibir obra de varón, como a menudo acontecíale, salió un bólido a su búsqueda desesperada dispuesto a pagar en pesos, como acostumbraba, la ofrenda de la faena cuando, a mitad del camino de la vida, en la selva oscura de una cuartería se encuentra con un negro del oficio extraviado, ¡cuán dura cosa es decir cuál era esta salvaje selva, áspera y fuerte que le vuelve el temor al pensamiento!, y ni corto ni perezoso propone partir al etíope enhiesto en derechura hacia su habitáculo y, dice la negra leyenda, al desnudarse presto el poeta, y ante la vista de sus escuálida glútea, el etíope se espanta, deja de ser enhiesto para ir de capa caída y, al grito de ¡ñooooo qué cosa más fea!, arremete a patadas por el envés al escriba mientras se apodera de sus pocos pesos y sale a la calle despavorido, enfebrecido ante la visión del esmirriado fin de espalda virgiliano en que a punto estuvo de encajar el alargado y grueso aguijón ahora disminuido; del oficio casi arrepentido.

La anécdota, probablemente apócrifa, ilustraría no tanto la proverbial fealdad del poeta, aunque también, como su vida orbitando en los peligrosos márgenes de la sociedad isleña que pretendía convertirse en nueva y, de paso, convertir en hombres nuevos, es decir, en puros machotes, a unos puros amantes mercenarios como serían el negro analfabeto de alquiler y el aeda enclenque que lo alquila por unos pesos; explicaría además sus antológicas palabras de 1961, en el Primer Congreso de Escritores y Artistas: “Yo quiero decir que tengo mucho miedo. No sé por qué tengo ese miedo pero es eso todo lo que tengo que decir”; no ante el africano frustrado y enfurecido, sino ante el hijo de gallegos, dizque ilustrado, devenido máximo líder para ejercer la suprema mandancia bajo el lema de, ay, ¡maten al marica!

Y es que Virgilio Piñera, nacido en Matanzas en 1912 y muerto en La Habana en 1979, no sería precisamente un cobarde, a pesar de sus escuálida glútea maltratada, sistemáticamente sodomizada, a pesar de su pública y púdica declaración de miedo, pues en un país de hombres machos y revolucionarios, o que se proclaman machos y revolucionarios, ambas acciones, la del pene y la de la palabra, la de incorporar el pene y pronunciar la palabra en el pleno, en semejante pleno, implicarían no precisamente miedo, sino valor, es más, diríamos que el aeda, debido a semejante proceder, denotaría más valor no ya que sus azorados colegas en la escritura, a su lado en el pleno, sino que denotaría más valor que el mismísimo máximo líder que parecía proclamar como razón de estado aquello de, ¡maten al marica!, por miedo quizás a descubrir su propia condición de marica, marica no del cuerpo, sino del alma, maten al marica como salven al comandante; así las cosas en el sitio de nunca jamás, allí donde nada es lo que parece, o es lo que parece y mucho más; pequeño país que, estando en el Caribe, llegaría a tener su capital en Moscú y su cementerio en Luanda, un caballo que durante horas hablaba y once millones de carneros que sin descansar le aplaudían.

Quizá por ello el poeta, narrador y dramaturgo, considerado uno de los autores más originales e independientes de la literatura de la isla, ha sido a veces catalogado como integrante de la literatura del absurdo; bueno, absurda, absurda absoluta será la realidad que refleja su literatura. Aunque no siempre (al menos antes del arribo del castrismo) su existencia estuvo marcada por la realidad de lo infernal y sí estuvo, en cambio, marcada por numerosos viajes, sobre todo a Buenos Aires, donde vivió una larga temporada, entre 1946 y 1958.

En una primera etapa Piñera colaboró en publicaciones cubanas como la revista Orígenes, en la que figuraron escritores de la índole de José Lezama Lima y Cintio Vitier, con quien Piñera mantuvo más de una polémica y, en 1945, funda junto a José Rodríguez Feo la revista Ciclón.

En 1943 es que empieza el escritor su conexión con Argentina, mediante la correspondencia que mantenía con el director de Papeles de Buenos Aires, A. de Obieta, quien era hijo del intelectual Macedonio Fernández, a partir de lo cual Piñera se empieza a relacionar con el grupo de escritores argentinos encabezado por Macedonio; que incluía al gran Jorge Luis Borges. En 1946 marchó a Buenos Aires con una beca de la Comisión Nacional de Cultura de ese país, y allí presidió el comité de traducción de la novela Ferdydurke, del escritor polaco Witold Gombrowicz, con quien lo unió una profunda amistad.

Maestro en el arte de jugar con el absurdo, Piñera se forjó un merecido prestigio de poeta con obras como Las furias, 1941, o La isla en peso, 1943, pero cuya singularidad vino a hacerse evidente en La vida entera, 1968, libro que resume y antologa aquellos que serían los temas perennes de su obra. Por lo que su lírica se hizo un lugar, no ya en la isla sino en las letras hispanoamericanas, mediante una exploración inédita del inconsciente y sus posibilidades creativas; búsqueda que por otra parte mantuvo en los restantes géneros que cultivó.

En su novela La carne de René, Buenos Aires, 1952, el protagonista es enviado por su padre, a punto de cumplir veinte años, a una peculiar escuela para que, en vez de cultivar el espíritu, se adiestre en el castigo de la carne, y el cruento aprendizaje que allí se le imparte, cercano al suplicio, culminará con un grotesco rito de iniciación del que el protagonista, René, logra escapar.

A partir de entonces, en una sociedad cuyo motor es la carne, tanto como fuente de placer como de dolor, la vida de René se convierte en una constante huida, ya sea del legado de su padre y los adeptos al martirio, ya sea de la sensualidad de la señora Pérez y sus extraños amigos, Powlavski y Nieburg. Hasta que acepte la naturaleza cárnica de su cuerpo, René se las verá con dobles de su padre y de él mismo, intentará guardar su anonimato cambiando de trabajo y empleándose en un cementerio, y se verá acorralado una y otra vez por quienes se empeñan en conducirlo a la Sede de la Carne Acosada. ¿Les recuerda esto, por ventura, alguno de los múltiples ministerios de obligado mantenimiento en el mundo marxista?

Así, en su excelente drama Electra Garrigó, 1941, el Coro introduce la obra con el siguiente texto:

En la ciudad de la Habana,
la perla más refulgente
de Cuba patria fulgente
la desgracia se cebó
en Electra Garrigó

Más adelante un personaje proclama: “¡Aquí hace falta una
limpieza de sangre!”

Curiosamente, La carne de René y Electra Garrigó fueron escritas antes del arribo de la cosa castrista, esa que Lezama Lima definiría tontamente, la soga para su cuello, como “acontecimiento auroral”, y de cierto que estas obras parecían criticar de manera abierta a la sociedad isleña de la República pero, más que nada, a la luz y sobre todo a la oscuridad de los acontecimientos posteriores parecían anticipaciones, vislumbres del absurdo absoluto que advendría a Cuba a partir de 1959. Más curiosamente aun, esas anticipaciones y vislumbres ocurrían a pesar del mismo Piñera que habiéndose podido exiliar, en 1961, durante un viaje a Bélgica no sólo no lo hizo sino que, al regreso, no se le ocurre otra cosa que celebrar con ditirambos la victoria de los milicianos marxistas sobre los soldados de la libertad en las ensangrentadas arenas de Bahía de Cochinos.

Quizá no sea tan extraño y suceda que los auténticos autores, esos que asumen la escritura no como una virtud sino como un vicio, no como modo de vida sino como modo de muerte, el párrafo como renuncia a la vida, aproximación a la muerte, la muerte como vía, vida posible para quienes, estando en este mundo, no son de este mundo; quizá suceda que esa índole de escritores, como Lezama Lima y Virgilio Piñera, serían enemigos naturales de los regímenes marxistas, no por su propia decisión, sino por la decisión de los guardianes de la norma de dichos regímenes, léase policía política y burocracia, y sobre la burocracia, claro, el burócrata máximo, que no pueden permitir la herejía de seres situados por encima de los manuales para explicar, simplificar, el a b c de la vida y de la muerte; seres aguafiestas, incómodos no ya por lo que piensan sino por lo que puedan pensar, no por el peligro que representan sino por el peligro que puedan representar para una sociedad aséptica, despojada del alma; ese almacén de suciedades y supercherías.

Con el alma hemos topado, un marxista oye hablar del alma y saca su arma, hace bien en sacar su arma, en estar alerta frente al alma, con los peligros del alma hemos topado, perdón, con los peligros del alma el marxista ha topado, bueno, todos topamos alguna vez con los peligros del alma, pero especialmente los marxistas, puesto que en el alma no creen, ¡no hay alma!, dicen, pero el alma los asusta y, sas, sacan su arma. Piñera pudo haber escrito La carne de René y Electra Garrigó contra la sociedad burguesa, pero su alma escribía, sabía, el alma siempre sabe, que retrataba acontecimientos por venir; el absurdo absoluto de los acontecimientos por venir.
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