El sacerdote Alberto Reyes lamentó que los cubanos no puedan ser felices debido a la miseria y el dolor provocados por la dictadura y la falta de un futuro esperanzador.
“He estado pensando… que no somos felices aquí”, expresó el religioso en su perfil de Facebook, dando un repaso de su vida en la Iglesia católica.
“Una de las cosas que siempre tendré que agradecer es haber crecido en una Iglesia ‘aterrizada’, que me habló de la vida eterna pero que, continuamente, me recordaba que esta vida terrenal no era un simple ‘requisito’ de esa eternidad, que Dios amaba tanto la vida humana como la celestial, y que, aunque el sufrimiento era parte de la existencia, la vida se nos había dado para que fuéramos felices, para que buscáramos la mayor plenitud posible, para nosotros y para los demás”, recordó Reyes.
“Pero no me dijeron, tal vez con toda intención, que las circunstancias tienen un peso específico, y que cuando la adversidad se hace continua, el alma se cansa. Nunca me hablaron de cuán terribles pueden ser los asedios del desánimo, de la decepción, de la impotencia, del hastío”, dijo.
En ese sentido, el clérigo se refirió a la crisis que afecta a los cubanos, la escasez de alimentos y medicinas, la crisis sanitaria, y hasta al poco descanso que tienen los ciudadanos, ahora castigados con el calor y los mosquitos en las noches de largos apagones.
“Es un pueblo sin derecho a la comodidad, al disfrute, ni siquiera a la belleza…”, reflexionó el religioso, y más adelante escribió que, si bien los ciudadanos anhelan la libertad, también tienen el miedo a ser reprimidos, encarcelados, censurados.
Para el sacerdote, en Cuba sufren lo mismo los médicos, policías y los agentes que sirven a la cúpula castrista.
“No veo felices a los que nos sirven socialmente: ni a los de la empresa eléctrica, ni a los médicos, ni a la bodeguera… (…) No veo felices a los policías, ni a los de Seguridad del Estado. Los veo tensos, en perenne alerta, impacientes, agresivos”, precisó.
“Es un pueblo que se debate cada vez más entre la búsqueda de la libertad y el miedo, entre un ‘¡Basta ya!’ que le rompe el pecho y una autocensura tan inexplicable como cierta”, puntualizó el sacerdote.
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