Cuando Fidel Castro y sus barbudos llegaron al poder en enero de 1959, en Cuba existía una desarrollada industria textil, del calzado y las confecciones.
Los zapatos usados por la inmensa mayoría de los cubanos eran fabricados en la isla, algunos de fama internacional, como Ingelmo y Amadeo. La vestimenta femenina, masculina e infantil también tenía calidad, igual que las sábanas y toallas (las Telva eran de primera). Todos los uniformes de las escuelas públicas y privadas se hacían en el país.
En las tiendas usted podía adquirir prendas de vestir importadas, baratas o caras, según su bolsillo. De toda la vida, a los cubanos nos han gustado los 'trapos'. La 'coba' es tan criolla como el guarapo. Echarnos el escaparate encima. Siempre después de bañarnos, echarnos desodorante, talco y colonia
Cuando llegó el comandante y comenzó a desbaratar, no había barrio donde no hubiera modistas, sastres o costureras remendonas. Proliferaban las escuelas de corte y costura, a módicos precios las clases. Si tenías interés, en poco tiempo aprendías a coser. El método más popular era el de María Teresa Bello.
Una de los grandes aficiones de las habaneras era ir de compras a la calle Muralla, en la parte vieja de la ciudad. Allí se concentraban decenas de tiendas de tejidos, casi todos los dueños eran extranjeros (españoles, portugueses, libaneses, polacos, judíos).
El nombre de ese tipo de comercio es mercería, pero nosotras le decíamos 'almacenes'. Ibas con una idea de lo que querías o necesitabas, pero era tanta la variedad de telas, encajes, botones, zippers... que te costaba trabajo escoger. Vendían tejidos de todas partes del mundo, desde los más refinados y costosos hasta los más sencillos y económicos.
Voy a cumplir 71 años y en mi época, aunque fueras pobre, para las grandes ocasiones -cumpleaños, bodas, fin de año, celebración del 20 de Mayo- lo que se estilaba era ponerse ropa hecha a la medida, por un sastre, una modista o uno mismo. Es que no era lo mismo vestirte con cierta exclusividad, a ir todos iguales o parecidos, con los modelos de los anuncios de los periódicos o los que veías en las vidrieras de El Encanto, Fin de Siglo, La Época, Ultra, Flogar...
Quienes no sabían coser, en el Ten Cent compraban moldes, de Lana Lobell y otros, procedentes de Estados Unidos. Diseñaban los modelos o los copiaban de Vanidades y Romances o revistas de modas americanas, vendidas en las esquinas, en cualquier estanquillo. En los hogares había tantas máquinas de coser Singer como radios RCA Victor.
Entre tantas cosas que la revolución destruyó, se encuentran los talleres y fábricas de calzado y confecciones textiles. Los escaparates y closets se fueron vaciando. La gente trataba de guardar su mejor 'muda' 'de ropa para cuando tuviera que ir al médico, inclusive para cuando se muriera.
Faltaba la comida, la escasez era inmensa, pero el mayor sufrimiento para muchas personas, ha sido tener que andar mal vestidos. Tener que ponerse ropa vieja, usada y requeteusada. Y eso para un pueblo presumido ha sido igual o peor que no poder desayunar café con leche todas las mañanas. O no poderse un bistec con papas fritas de vez en cuando.
El culpable de que Cuba hoy no tenga una industria ligera capaz de vestir y calzar a 12 millones de habitantes es el régimen de los hermanos Castro.
Si los cubanos se han habituado a la pacotilla y las 'trapishopping' es porque no les ha quedado más remedio. Y ahora se las quieren quitar. Que se vistan ellos, pero que dejen vestir a los demás.
Los zapatos usados por la inmensa mayoría de los cubanos eran fabricados en la isla, algunos de fama internacional, como Ingelmo y Amadeo. La vestimenta femenina, masculina e infantil también tenía calidad, igual que las sábanas y toallas (las Telva eran de primera). Todos los uniformes de las escuelas públicas y privadas se hacían en el país.
En las tiendas usted podía adquirir prendas de vestir importadas, baratas o caras, según su bolsillo. De toda la vida, a los cubanos nos han gustado los 'trapos'. La 'coba' es tan criolla como el guarapo. Echarnos el escaparate encima. Siempre después de bañarnos, echarnos desodorante, talco y colonia
Cuando llegó el comandante y comenzó a desbaratar, no había barrio donde no hubiera modistas, sastres o costureras remendonas. Proliferaban las escuelas de corte y costura, a módicos precios las clases. Si tenías interés, en poco tiempo aprendías a coser. El método más popular era el de María Teresa Bello.
Una de los grandes aficiones de las habaneras era ir de compras a la calle Muralla, en la parte vieja de la ciudad. Allí se concentraban decenas de tiendas de tejidos, casi todos los dueños eran extranjeros (españoles, portugueses, libaneses, polacos, judíos).
El nombre de ese tipo de comercio es mercería, pero nosotras le decíamos 'almacenes'. Ibas con una idea de lo que querías o necesitabas, pero era tanta la variedad de telas, encajes, botones, zippers... que te costaba trabajo escoger. Vendían tejidos de todas partes del mundo, desde los más refinados y costosos hasta los más sencillos y económicos.
Voy a cumplir 71 años y en mi época, aunque fueras pobre, para las grandes ocasiones -cumpleaños, bodas, fin de año, celebración del 20 de Mayo- lo que se estilaba era ponerse ropa hecha a la medida, por un sastre, una modista o uno mismo. Es que no era lo mismo vestirte con cierta exclusividad, a ir todos iguales o parecidos, con los modelos de los anuncios de los periódicos o los que veías en las vidrieras de El Encanto, Fin de Siglo, La Época, Ultra, Flogar...
Quienes no sabían coser, en el Ten Cent compraban moldes, de Lana Lobell y otros, procedentes de Estados Unidos. Diseñaban los modelos o los copiaban de Vanidades y Romances o revistas de modas americanas, vendidas en las esquinas, en cualquier estanquillo. En los hogares había tantas máquinas de coser Singer como radios RCA Victor.
Entre tantas cosas que la revolución destruyó, se encuentran los talleres y fábricas de calzado y confecciones textiles. Los escaparates y closets se fueron vaciando. La gente trataba de guardar su mejor 'muda' 'de ropa para cuando tuviera que ir al médico, inclusive para cuando se muriera.
Faltaba la comida, la escasez era inmensa, pero el mayor sufrimiento para muchas personas, ha sido tener que andar mal vestidos. Tener que ponerse ropa vieja, usada y requeteusada. Y eso para un pueblo presumido ha sido igual o peor que no poder desayunar café con leche todas las mañanas. O no poderse un bistec con papas fritas de vez en cuando.
El culpable de que Cuba hoy no tenga una industria ligera capaz de vestir y calzar a 12 millones de habitantes es el régimen de los hermanos Castro.
Si los cubanos se han habituado a la pacotilla y las 'trapishopping' es porque no les ha quedado más remedio. Y ahora se las quieren quitar. Que se vistan ellos, pero que dejen vestir a los demás.