Han levantado una tormenta de polémicas en la disidencia interna las recientes declaraciones a Martí Noticias de Lech Walesa, en las que el fundador y líder de Solidarnocz reprochó a los opositores cubanos la falta de unidad.
Antes que ponernos patrioteramente ofendidos por la bienintencionada opinión de Walesa, quien indudablemente es alguien que sabe de qué habla, y dedicarnos a enumerar las muchas diferencias entre los casos de Polonia y Cuba, sería preferible, dada la babélica incapacidad de los opositores cubanos para ponernos de acuerdo siquiera en los puntos que nos unen, aprovechar lo positivo que se pueda derivarse de ello.
Los tradicionales hándicaps de la oposición cubana, tales como la fragmentación, el individualismo, la improvisación, la espontaneidad, han hecho mucho más difícil el trabajo de los represores. Una oposición más unida hubiese sido para la Seguridad del Estado más fácil de descabezar. Pero los represores optaron por dividirnos. A costa de atizar las diferencias y los bretes para tenernos dispersos y enfrentados, la policía política se ha visto enfrascada en un rompecabezas en el que sus jefes pasan tanto trabajo como sus adversarios para seguir el hilo de las tramas creadas por sus infiltrados y provocadores o de las que brotan entre los opositores por celos, ansias de protagonismo, intolerancia, tentaciones autoritarias, etc.
Pero más importante que eso, es la pluralidad que ha alcanzado la oposición. Algo que no debemos perder de vista ni sacrificar en aras de lograr a como dé lugar una unidad para la que evidentemente no estamos preparados. Si hablamos de personas que luchan por la democracia, es preferible buscar consensos antes que unanimidades.
Muchas veces, algunas organizaciones del exilio (que tampoco están exentas de la infiltración del G-2) para adelanto de sus agendas, han provocado la fractura o duplicación de proyectos que tenían resultados tangibles que mostrar. Ojala las mismas agendas no lleven a unificar a como dé lugar.
La cuestión no es sacrificar o subordinar proyectos que funcionan por otros que están en veremos, a ver si resultan y qué sale de ellos. No necesariamente lo nuevo y lo novedoso (o novelero) es lo mejor.
No es que apostemos por el malo o el regular conocido (ya sabemos sus méritos, virtudes y también de la pata que cojean) antes que por el bueno por conocer. La vida nos ha enseñado a dudar de los tipos carismáticos, con condiciones naturales de liderazgo. También de los demasiado valientes y de labia fácil. Si vamos a buscar nuevos líderes, hay que tener mucho cuidado en manos de quién nos ponemos. ¿Para qué nos hace falta un Disidente en Jefe? ¿Y si nos pusimos fatales y precisamente a ese, con leyenda y todo, lo sembró la Seguridad del Estado?
Más que caudillos, necesitamos ciudadanos responsables y políticamente maduros, capaces de hallar soluciones mediante el consenso y el debate.
Cuando digo que no debemos perder la pluralidad, no es que abogue por la olla de grillos paranoicos en que a veces parece convertirse la oposición. Hablo de respeto, comprensión y tolerancia.
Es lógico que estemos cansados de los tantos documentos que periódicamente emiten determinados líderes opositores. Del lenguaje populista como para complacer a todos y la ingenuidad respecto a la posibilidad casi impracticable –al menos por ahora- de desmontar la dictadura a partir de sus propias leyes. Los mínimos resquicios que deja –más por descuido que por buena fe- la "legalidad revolucionaria", no son como para hacerse demasiadas ilusiones y creernos que la disidencia, aun sin acabar de salir de los muros del ghetto y sin conquistar las mentes y los corazones demasiado apáticos y asustados de la población, está en capacidad de imponer condiciones al régimen. ¡Qué decir entonces de proyectos que dictan su ultimátum a la dictadura como si las fuerzas rebeldes, luego de controlar varias provincias del país, estuviesen a las puertas de La Habana!
Para que los mandarines consideren seriamente la posibilidad de soltar el poder, deben sentir antes al pueblo rugir bien fuerte en las calles. Y no es con documentos y conceptos políticos que resultan abstractos ante tanto agobio cotidiano que se logrará la movilización popular.
Reunir en un proyecto a muchos de los más importantes nombres de la oposición y la sociedad civil pudiera resultar decisivo para conseguir la unidad, pero la experiencia nos ha enseñado que por sí solas las firmas no bastan. Pronto algunos de los firmantes empezarán a disentir de algunos puntos y hasta de las comas, o a argumentar que no leyeron bien el texto o que no están conformes con que su firma aparezca más arriba, más abajo o junto a la de fulano o mengana...Luego vendrá el regateo de méritos y la habitual sarta de insultos y descalificaciones mutuas. Entre ellas, la más socorrida: la acusación de que "el otro" trabaja para la Seguridad del Estado.
Me temo que pueda volver a ocurrir lo mismo a la hora de armar concertaciones improvisadas y a la carrera, que se repitan las historias de caciques y mamotretos destinados a la prensa extranjera.
Más que imponernos una falsa unidad bajo dudosos presupuestos, debemos buscar los puntos de concordancia y el modo de que los diferentes proyectos se complementen. Si las afinidades no son lo suficientemente fuertes para cohesionarnos, mantengamos entonces el pluralismo. En definitiva, si estamos en el camino de la democracia, debemos llegar a la meta en la mejor forma posible.
Antes que ponernos patrioteramente ofendidos por la bienintencionada opinión de Walesa, quien indudablemente es alguien que sabe de qué habla, y dedicarnos a enumerar las muchas diferencias entre los casos de Polonia y Cuba, sería preferible, dada la babélica incapacidad de los opositores cubanos para ponernos de acuerdo siquiera en los puntos que nos unen, aprovechar lo positivo que se pueda derivarse de ello.
Los tradicionales hándicaps de la oposición cubana, tales como la fragmentación, el individualismo, la improvisación, la espontaneidad, han hecho mucho más difícil el trabajo de los represores. Una oposición más unida hubiese sido para la Seguridad del Estado más fácil de descabezar. Pero los represores optaron por dividirnos. A costa de atizar las diferencias y los bretes para tenernos dispersos y enfrentados, la policía política se ha visto enfrascada en un rompecabezas en el que sus jefes pasan tanto trabajo como sus adversarios para seguir el hilo de las tramas creadas por sus infiltrados y provocadores o de las que brotan entre los opositores por celos, ansias de protagonismo, intolerancia, tentaciones autoritarias, etc.
Pero más importante que eso, es la pluralidad que ha alcanzado la oposición. Algo que no debemos perder de vista ni sacrificar en aras de lograr a como dé lugar una unidad para la que evidentemente no estamos preparados. Si hablamos de personas que luchan por la democracia, es preferible buscar consensos antes que unanimidades.
Muchas veces, algunas organizaciones del exilio (que tampoco están exentas de la infiltración del G-2) para adelanto de sus agendas, han provocado la fractura o duplicación de proyectos que tenían resultados tangibles que mostrar. Ojala las mismas agendas no lleven a unificar a como dé lugar.
La cuestión no es sacrificar o subordinar proyectos que funcionan por otros que están en veremos, a ver si resultan y qué sale de ellos. No necesariamente lo nuevo y lo novedoso (o novelero) es lo mejor.
No es que apostemos por el malo o el regular conocido (ya sabemos sus méritos, virtudes y también de la pata que cojean) antes que por el bueno por conocer. La vida nos ha enseñado a dudar de los tipos carismáticos, con condiciones naturales de liderazgo. También de los demasiado valientes y de labia fácil. Si vamos a buscar nuevos líderes, hay que tener mucho cuidado en manos de quién nos ponemos. ¿Para qué nos hace falta un Disidente en Jefe? ¿Y si nos pusimos fatales y precisamente a ese, con leyenda y todo, lo sembró la Seguridad del Estado?
Más que caudillos, necesitamos ciudadanos responsables y políticamente maduros, capaces de hallar soluciones mediante el consenso y el debate.
Cuando digo que no debemos perder la pluralidad, no es que abogue por la olla de grillos paranoicos en que a veces parece convertirse la oposición. Hablo de respeto, comprensión y tolerancia.
Es lógico que estemos cansados de los tantos documentos que periódicamente emiten determinados líderes opositores. Del lenguaje populista como para complacer a todos y la ingenuidad respecto a la posibilidad casi impracticable –al menos por ahora- de desmontar la dictadura a partir de sus propias leyes. Los mínimos resquicios que deja –más por descuido que por buena fe- la "legalidad revolucionaria", no son como para hacerse demasiadas ilusiones y creernos que la disidencia, aun sin acabar de salir de los muros del ghetto y sin conquistar las mentes y los corazones demasiado apáticos y asustados de la población, está en capacidad de imponer condiciones al régimen. ¡Qué decir entonces de proyectos que dictan su ultimátum a la dictadura como si las fuerzas rebeldes, luego de controlar varias provincias del país, estuviesen a las puertas de La Habana!
Para que los mandarines consideren seriamente la posibilidad de soltar el poder, deben sentir antes al pueblo rugir bien fuerte en las calles. Y no es con documentos y conceptos políticos que resultan abstractos ante tanto agobio cotidiano que se logrará la movilización popular.
Reunir en un proyecto a muchos de los más importantes nombres de la oposición y la sociedad civil pudiera resultar decisivo para conseguir la unidad, pero la experiencia nos ha enseñado que por sí solas las firmas no bastan. Pronto algunos de los firmantes empezarán a disentir de algunos puntos y hasta de las comas, o a argumentar que no leyeron bien el texto o que no están conformes con que su firma aparezca más arriba, más abajo o junto a la de fulano o mengana...Luego vendrá el regateo de méritos y la habitual sarta de insultos y descalificaciones mutuas. Entre ellas, la más socorrida: la acusación de que "el otro" trabaja para la Seguridad del Estado.
Me temo que pueda volver a ocurrir lo mismo a la hora de armar concertaciones improvisadas y a la carrera, que se repitan las historias de caciques y mamotretos destinados a la prensa extranjera.
Más que imponernos una falsa unidad bajo dudosos presupuestos, debemos buscar los puntos de concordancia y el modo de que los diferentes proyectos se complementen. Si las afinidades no son lo suficientemente fuertes para cohesionarnos, mantengamos entonces el pluralismo. En definitiva, si estamos en el camino de la democracia, debemos llegar a la meta en la mejor forma posible.