No todas las páginas de un periódico ejercen la misma atracción sobre sus lectores. Hay quienes se inclinan por las noticias de carácter político y económico; quienes se zambullen en las páginas de opinión; quienes sólo tienen tiempo para los deportes, y quienes lo dejan todo por la crónica roja, la farándula, el horóscopo, las páginas sociales o el obituario; verse incluido en él es una posibilidad y acaso sea, también, un alegrón.
No sé si hay mucha gente aficionada a los anuncios clasificados que no sea aquélla en busca oportunidades de trabajo, la anhelosa de encontrar vivienda, la que precisa ayuda en labores que exceden su capacidad o la adicta a la compra y venta de toda clase de objetos. Pero estos anuncios pueden llegar a tener el valor insospechado de retratar una sociedad, y ese retrato, visto con posterioridad, puede ser estremecedor.
Los oficios que desempeñamos, las necesidades que sufrimos, las cosas que incorporamos a nuestros hogares o expulsamos de ellos, las personas a quienes estamos dispuestos a recurrir para que nos ayuden a salir de un aprieto, sean éstas un agente de seguros, un albañil, una pareja para desfogar nuestra libido, un picapleitos o una quiromántica, cuentan una historia cuya significación excede nuestras previsiones. Uno también es el automóvil que conduce, la casa donde reside, los cachivaches que le rodean, los servicios que ofrece, y hasta sus propias limitaciones; quizás, ante todo, sus limitaciones.
Hay quien sitúa en una página de Michel de Montaigne (1533-1592) el origen de los anuncios clasificados. No seré yo quien lo contraríe. Quien lee a Montaigne queda tan agradecido que cualquier cosa útil que se le atribuya le parecerá más útil porque viene de él. El capítulo XXXIV del Libro I de sus “Ensayos” se inicia con una remembranza que explica la atribución:
Mi difunto padre, hombre que no contaba con otra ayuda que la de la experiencia y el natural, tenía sin embargo un juicio muy claro. Me dijo una vez que había deseado poner en marcha en las ciudades cierto lugar señalado donde, quienes necesitaran alguna cosa, pudiesen acudir y registrar el asunto ante un funcionario establecido a tal efecto. Por ejemplo: intento vender unas perlas, busco perlas que estén en venta, fulano quiere compañía para ir a París, mengano pregunta por un sirviente de tal calidad, tal otro por un amo, tal pide un obrero, uno esto, otro aquello, cada uno según su necesidad. Y parece que este medio para advertirnos entre nosotros aportaría no poco beneficio a la convivencia pública. Porque siempre hay condiciones que se buscan mutuamente, y que, por no conocerse entre sí, dejan a los hombres en extrema necesidad.
Traducción de J. Bayod Brau
Entre la memorabilia cubana que conservo gallea un pliego de la edición del Papel Periódico de La Havana correspondiente al domingo 29 de octubre de 1797. El documento, cuyo buen estado pasma y pone en ridículo el papel prensa utilizado después, incluye un parte meteorológico, la descripción pormenorizada de un remedio contra las viruelas, la relación de los buques de guerra y de carga que habían arribado al puerto desde el día 11 del mes en curso, los nombres de sus capitanes y, bajo el titular “Noticias particulares de La Havana”, una fe de erratas concerniente a la edición anterior y un buen número de anuncios clasificados.
Entre los objetos a la venta figuran un escaparate de cedro, una mesa de caoba y cantidades de papel cortado o por cortar. También se comunica el remate de más de una caballería de tierra, el alquiler de una casa en el barrio de la Salud, el deseo de alguien de comprar un rosario de oro y el hallazgo de un arete de diamantes que será devuelto a quien se presente en la platería de Don Pedro Estrada y muestre un documento que le acredite como propietario o propietaria de la prenda. Nada o casi nada que arroje una luz particular sobre los habaneros de entonces. Esa luz proviene de otras ofertas y solicitudes entremezcladas con las anteriores:
VENTAS. Un Negro de edad como de 10 años, carabalí, muy ladino, calesero, regular cocinero, en 340 pesos libres para el vendedor (…)
Otro, bozal, como de 11 o 12 años, en 300 pesos libres para el vendedor (…)
Una Mulata dominicana, con principios de todo, sana y sin tachas, coartada en 300 pesos libres para el vendedor (…)
Quatro negros de la costa de Guinea, de edad como de 13 á 18 años, sanos y sin tacha, en precio equitativo (…)
Una Negra de nación Mandinga, ágil para el servicio de una casa, en precio cómodo (…)
PÉRDIDA. Se ha extraviado una Negrita de siete a ocho años, con una mulatica de tres. En la casa de Don Juan de Arango, que está frente a la del Sr. Tesorero de Bulas, gratificarán completamente a quien entregare una y otra.
La ciudad donde resido es rica en medios de prensa donde los anuncios clasificados son legión. Hay semanarios que sólo ofrecen eso: anuncios. Los diarios del área tampoco son remisos a prodigarse en ellos, al contrario, he llegado a temer que un día el interés de esos anuncios supere el de los artículos de fondo y las columnas de opinión. Nada humano les es ajeno, y es probable que nada inhumano acabe siéndoselo. Me pregunto qué dirán de nosotros al futuro lector, qué dirán de nosotros que hoy no advertimos que dicen, y hasta qué punto seremos razón de escarnio o condena por culpa de ellos.
Los registros de necesidades imaginados por el padre de Michel de Montaigne son más actuales que los ensayos de su hijo.
No sé si hay mucha gente aficionada a los anuncios clasificados que no sea aquélla en busca oportunidades de trabajo, la anhelosa de encontrar vivienda, la que precisa ayuda en labores que exceden su capacidad o la adicta a la compra y venta de toda clase de objetos. Pero estos anuncios pueden llegar a tener el valor insospechado de retratar una sociedad, y ese retrato, visto con posterioridad, puede ser estremecedor.
Los oficios que desempeñamos, las necesidades que sufrimos, las cosas que incorporamos a nuestros hogares o expulsamos de ellos, las personas a quienes estamos dispuestos a recurrir para que nos ayuden a salir de un aprieto, sean éstas un agente de seguros, un albañil, una pareja para desfogar nuestra libido, un picapleitos o una quiromántica, cuentan una historia cuya significación excede nuestras previsiones. Uno también es el automóvil que conduce, la casa donde reside, los cachivaches que le rodean, los servicios que ofrece, y hasta sus propias limitaciones; quizás, ante todo, sus limitaciones.
Hay quien sitúa en una página de Michel de Montaigne (1533-1592) el origen de los anuncios clasificados. No seré yo quien lo contraríe. Quien lee a Montaigne queda tan agradecido que cualquier cosa útil que se le atribuya le parecerá más útil porque viene de él. El capítulo XXXIV del Libro I de sus “Ensayos” se inicia con una remembranza que explica la atribución:
Mi difunto padre, hombre que no contaba con otra ayuda que la de la experiencia y el natural, tenía sin embargo un juicio muy claro. Me dijo una vez que había deseado poner en marcha en las ciudades cierto lugar señalado donde, quienes necesitaran alguna cosa, pudiesen acudir y registrar el asunto ante un funcionario establecido a tal efecto. Por ejemplo: intento vender unas perlas, busco perlas que estén en venta, fulano quiere compañía para ir a París, mengano pregunta por un sirviente de tal calidad, tal otro por un amo, tal pide un obrero, uno esto, otro aquello, cada uno según su necesidad. Y parece que este medio para advertirnos entre nosotros aportaría no poco beneficio a la convivencia pública. Porque siempre hay condiciones que se buscan mutuamente, y que, por no conocerse entre sí, dejan a los hombres en extrema necesidad.
Traducción de J. Bayod Brau
Entre la memorabilia cubana que conservo gallea un pliego de la edición del Papel Periódico de La Havana correspondiente al domingo 29 de octubre de 1797. El documento, cuyo buen estado pasma y pone en ridículo el papel prensa utilizado después, incluye un parte meteorológico, la descripción pormenorizada de un remedio contra las viruelas, la relación de los buques de guerra y de carga que habían arribado al puerto desde el día 11 del mes en curso, los nombres de sus capitanes y, bajo el titular “Noticias particulares de La Havana”, una fe de erratas concerniente a la edición anterior y un buen número de anuncios clasificados.
Entre los objetos a la venta figuran un escaparate de cedro, una mesa de caoba y cantidades de papel cortado o por cortar. También se comunica el remate de más de una caballería de tierra, el alquiler de una casa en el barrio de la Salud, el deseo de alguien de comprar un rosario de oro y el hallazgo de un arete de diamantes que será devuelto a quien se presente en la platería de Don Pedro Estrada y muestre un documento que le acredite como propietario o propietaria de la prenda. Nada o casi nada que arroje una luz particular sobre los habaneros de entonces. Esa luz proviene de otras ofertas y solicitudes entremezcladas con las anteriores:
VENTAS. Un Negro de edad como de 10 años, carabalí, muy ladino, calesero, regular cocinero, en 340 pesos libres para el vendedor (…)
Otro, bozal, como de 11 o 12 años, en 300 pesos libres para el vendedor (…)
Una Mulata dominicana, con principios de todo, sana y sin tachas, coartada en 300 pesos libres para el vendedor (…)
Quatro negros de la costa de Guinea, de edad como de 13 á 18 años, sanos y sin tacha, en precio equitativo (…)
Una Negra de nación Mandinga, ágil para el servicio de una casa, en precio cómodo (…)
PÉRDIDA. Se ha extraviado una Negrita de siete a ocho años, con una mulatica de tres. En la casa de Don Juan de Arango, que está frente a la del Sr. Tesorero de Bulas, gratificarán completamente a quien entregare una y otra.
La ciudad donde resido es rica en medios de prensa donde los anuncios clasificados son legión. Hay semanarios que sólo ofrecen eso: anuncios. Los diarios del área tampoco son remisos a prodigarse en ellos, al contrario, he llegado a temer que un día el interés de esos anuncios supere el de los artículos de fondo y las columnas de opinión. Nada humano les es ajeno, y es probable que nada inhumano acabe siéndoselo. Me pregunto qué dirán de nosotros al futuro lector, qué dirán de nosotros que hoy no advertimos que dicen, y hasta qué punto seremos razón de escarnio o condena por culpa de ellos.
Los registros de necesidades imaginados por el padre de Michel de Montaigne son más actuales que los ensayos de su hijo.