Pasillos abarrotados, persianas que dejan pasar el calor y apenas si permiten correr la brisa a través de ellas. Son las diez de la mañana en cualquier oficina, en cualquier sitio de atención al público de esta Isla larga y estrecha con forma de lista de espera.
Un funcionario llama por sus nombres y apellidos a quienes aguardan, revisa los papeles, los hace pasar hacia un pequeño cubículo con paredes de cartón tabla. Cerca de mediodía, una señora de ropa y zapatos impecables atraviesa el salón y el propio director la prioriza por encima de todos y hasta la atiende en su despacho. Al marcharse, alguien cuchichea sobre ella: “esa es la hija del general Fulano de Tal… por eso no tiene que esperar”.
Nuevo Vedado, los feos edificios de concreto alternan con casonas de espacioso jardín y verjas altas. ¿Y de quién es ésa? pregunta el niño curioso que recorre por primera vez aquella calle. Las risitas de los padres, las cejas que se suben hasta la frente, para finalmente decirle : ésa se la dieron a la madre de un comandante que bajó de la Sierra, pero ahora la habitan sus nietos. Y justo al pasar por la otra esquina, un anciano conversa con su vecino en la acera.
Al acercarse, el chiquillo preguntón alcanza a oír “voy a ver a mi sobrino capitán de la policía para que le dé un susto, a ver si no vuelve a poner la música tan alta”. Cuando la curiosa familia va a cruzar hacia la calle Tulipán, un auto no les cede el paso en una esquina. Frente al timón, otro engreído de “sangre azul” que sabe nunca le van a poner una multa por llevarse una señal de “pare”.
El abolengo, el árbol genealógico, el compartir genes con otro, es en la Cuba de hoy un importante salvoconducto para casi todo. El nepotismo no se manifiesta sólo en la estructura laboral o en el alcance de ciertos cargos políticos. Ser “familia de…” agiliza los trámites, limpia historiales delictivos, coloca más alto en el escalafón para adquirir una vivienda o un auto, logra ingresos inmediatos en los mejores hospitales, provee de matrícula en ciertas apetecidas escuelas y hasta de una rápida incineración para algún allegado que haya muerto.
La parentela puede ser la carta de triunfo o de fracaso, el elemento para que en muchos colegios le toleren a un estudiante lo que jamás le aguantarían a otros. Porque ¿quién querría incomodar al poderoso papá? ¿Para qué complicarse diciéndole “no” a la caprichosa hermana del general? ¿Quién se atreve a demorarle un servicio al nieto de un alto dirigente? Todos saben que la cólera, cuando viene del Olimpo, lleva forma de rayo, de trueno que puede quitar empleos, meter en problemas y arruinar promisorias carreras.
Un funcionario llama por sus nombres y apellidos a quienes aguardan, revisa los papeles, los hace pasar hacia un pequeño cubículo con paredes de cartón tabla. Cerca de mediodía, una señora de ropa y zapatos impecables atraviesa el salón y el propio director la prioriza por encima de todos y hasta la atiende en su despacho. Al marcharse, alguien cuchichea sobre ella: “esa es la hija del general Fulano de Tal… por eso no tiene que esperar”.
Nuevo Vedado, los feos edificios de concreto alternan con casonas de espacioso jardín y verjas altas. ¿Y de quién es ésa? pregunta el niño curioso que recorre por primera vez aquella calle. Las risitas de los padres, las cejas que se suben hasta la frente, para finalmente decirle : ésa se la dieron a la madre de un comandante que bajó de la Sierra, pero ahora la habitan sus nietos. Y justo al pasar por la otra esquina, un anciano conversa con su vecino en la acera.
Al acercarse, el chiquillo preguntón alcanza a oír “voy a ver a mi sobrino capitán de la policía para que le dé un susto, a ver si no vuelve a poner la música tan alta”. Cuando la curiosa familia va a cruzar hacia la calle Tulipán, un auto no les cede el paso en una esquina. Frente al timón, otro engreído de “sangre azul” que sabe nunca le van a poner una multa por llevarse una señal de “pare”.
El abolengo, el árbol genealógico, el compartir genes con otro, es en la Cuba de hoy un importante salvoconducto para casi todo. El nepotismo no se manifiesta sólo en la estructura laboral o en el alcance de ciertos cargos políticos. Ser “familia de…” agiliza los trámites, limpia historiales delictivos, coloca más alto en el escalafón para adquirir una vivienda o un auto, logra ingresos inmediatos en los mejores hospitales, provee de matrícula en ciertas apetecidas escuelas y hasta de una rápida incineración para algún allegado que haya muerto.
La parentela puede ser la carta de triunfo o de fracaso, el elemento para que en muchos colegios le toleren a un estudiante lo que jamás le aguantarían a otros. Porque ¿quién querría incomodar al poderoso papá? ¿Para qué complicarse diciéndole “no” a la caprichosa hermana del general? ¿Quién se atreve a demorarle un servicio al nieto de un alto dirigente? Todos saben que la cólera, cuando viene del Olimpo, lleva forma de rayo, de trueno que puede quitar empleos, meter en problemas y arruinar promisorias carreras.