Una persona que en la isla tenga una casa confortable y con aire acondicionado en sus habitaciones, un auto moderno de segunda mano, cuenta bancaria de tres ceros en moneda dura, pueda hacer dos comidas diarias y desayunar café con leche y pan con mantequilla, es considerado 'rico' por sus vecinos.
A ese mismo hombre, sin embargo, el dinero no le alcanzaría para pasarse unos días de vacaciones en Miami Beach, Cancún o Marbella. Tampoco para tener un yate de su propiedad anclado en una dársena.
Y si su estándar de vida no es respaldado por el régimen, dormirá con sobresaltos y pesadillas. Una mañana cualquiera, un batallón de la policía especializada lo puede conducir esposado a un calabozo, acusado de 'enriquecimiento ilícito'.
No sería el primero ni el último. Hacer dinero en Cuba es algo mal visto. En enero de 1959, Fidel Castro diseñó un modelo social orientado a lo espartano y el colectivismo. Sus primeras cacerías de brujas estuvieron dirigidas contra la burguesía criolla, donde había más o menos ricos y millonarios.
A casi todos les confiscó sus bienes. Y los rotuló como 'una amenaza para la seguridad nacional'. Les dio dos opciones: o hacían las maletas, o en silencio, y con la cabeza gacha, desde sus mansiones debían observar la ola de cambios, que como un huracán fuerza cinco, arrasaba con las personas y las empresas privadas que habían generado riquezas.
Se creó una oficina de expropiación de recursos que a destajo ocupaba propiedades de familias acaudaladas. La mayoría de esos cubanos con fortuna y talento creativo fueron marcados como 'antisociales'.
Decían que su dinero era mal habido, igual que las joyas, porcelanas y obras de arte. Los barbudos se apoderaron de ellas, las destinaron a museos o vendieron a bajos precios en 'tiendas de recuperación de valores'.
Se produjo un 'traspaso de propietarios'. Con su varita mágica, el comandante transformó soberbias mansiones y palacetes en escuelas para campesinas, milicianos y comisarios políticos. O en empresas y cuarteles de la policía secreta.
Desde hace años, esas propiedades enclavadas en los repartos Nuevo Vedado, Miramar y Cubanacán, suelen ser las residencia de generales, ministros y funcionarios leales al gobierno.
Recorran esas zonas e indague sobre sus dueños. Se han transformado en barrios de una nueva casta: los poderosos de verde olivo.
Si usted hizo dinero con la venia del poder, está autorizado a tener una canasta mensual de alimentos y exquisiteces. Antena por cable. Internet de banda ancha. Dos o más coches. Y hasta un yate fondeado en una marina.
Puede que cuando presida un acto del sindicato o la inauguración de un chapucero edificio de apartamentos en alguna barriada pobre, se vista con una camisa a cuadros de factura nacional o con la guayabera oficial. Pero en casa, a buen recaudo, tiene un closet con ropa de etiqueta y una buena cantidad de billetes en dólares, euros, francos suizos y hasta libras esterlinas.
El dinero es la ventana de futuro de los “esforzados líderes de la revolución”. Su capital no es avalado por el esfuerzo y el talento. Ni por haber generado riquezas con el trabajo. Para nada. Han hecho su botín a golpe de comisiones de empresarios capitalistas y trucos financieros. Cuando menos.
Cuando usted mira sus salarios, notará que devengan jornales ridículos. Fidel Castro asegura que no tiene ni un solo dólar en una cuenta bancaria. Sin embargo, era capaz de donar escuelas o centrales azucareros a otras naciones y sin consultar con nadie. También regalaba casas y autos a sus allegados.
La revista Forbes lo ubicó entre los políticos más ricos del planeta. Y en 2005, en Suiza fue detectada una cuenta del gobierno cubano de cuatro mil millones de dólares, a nombre de empresas fantasmas.
Muchos 'hijos de papá' estudian en prestigiosas universidades europeas y estadounidenses. Viajan por medio mundo. Como Mariela Castro, quien sin ningún obstáculo migratorio y a costa del erario público, puede recorrer el Barrio Rojo de Amsterdam, Holanda, o las empinadas calles de San Francisco, California.
Los cubanos que han logrado acumular decenas o miles de pesos convertibles al margen del Estado, suelen tomar sus precauciones. Desde 1968, cuando en una sola noche Fidel Castro nacionalizó todos los timbiriches y bodegas particulares, tener mucho dinero en Cuba se convirtió en un estigma.
Cortando caña como un esclavo, mediante un bono cedido por el Estado, podías viajar dos semanas a la otrora URSS o adquirir un auto soviético. El gobierno otorgaba cartas de buena conducta a los proletarios. Y los respectivos premios. Que lo mismo podía ser un diploma o un reloj despertador.
En esa etapa, la única revista femenina no mencionaba a Coco Chanel ni la moda de París. Lo 'políticamente correcto' era vestirse de gris y de manera uniforme, como los chinos. Era un sacrilegio lucir un vaqueros Levi’s 501. Esa prenda, junto al Rolex GMT, se convirtió en seña de identidad de los mandarines.
Con los años, esa teoría de un hombre nuevo, pobre y obediente, ha cambiado. El 80% de las familias cubanas tiene hoy un pariente al otro lado del charco.
Y gracias a la ropa y dólares girados, muchos cubanos se visten igual que en el mundo occidental. Si algo no ha podido aniquilar la revolución de Castro es la innata capacidad de subsistir y hacer dinero entre los ciudadanos de a pie.
En eso nos parecemos a los judíos. En los malos tiempos, en barrios y pueblos siempre han existido personajes que venden lo que el Estado no oferta.
Desde carne de res, móviles inteligentes hasta botellas de whisky escocés. Con sus cacareadas reformas económicas, Raúl Castro no ha hecho más que legalizar el trapicheo de toda la vida que en Cuba se efectuaba por debajo de la mesa .
Eso sí, con una regla sagrada: el que haga una fortuna de seis ceros será considerado 'enemigo a la patria'.
Cíclicamente se realizan operativos para encarcelar a los “macetas enriquecidos ilícitamente”. Es uno de los motivos por el cual la gente emprendedora que legal o ilegalmente hace dinero, lo guarda debajo de los colchones. Los bancos cubanos no son fiables. Son una fuente de información de la policía técnica y los servicios especiales.
Por tanto, aunque en la isla le llamen 'rico' a un tipo que todas las noches tome cerveza importada, cene lo que le plazca y una vez al año pueda hacer turismo en Viñales o Varadero, está lejos de ser un acaudalado de calibre.
El problema es que esos 'lujos' o placeres no están al alcance de una mayoría. Incluso de nada vale tener una mente privilegiada al estilo de Bill Gates. Si el Estado no da luz verde, usted corre el riesgo de infringir las reglas de juego.
En Cuba el gobierno no solo es árbitro. También es el dueño del club.
A ese mismo hombre, sin embargo, el dinero no le alcanzaría para pasarse unos días de vacaciones en Miami Beach, Cancún o Marbella. Tampoco para tener un yate de su propiedad anclado en una dársena.
Y si su estándar de vida no es respaldado por el régimen, dormirá con sobresaltos y pesadillas. Una mañana cualquiera, un batallón de la policía especializada lo puede conducir esposado a un calabozo, acusado de 'enriquecimiento ilícito'.
No sería el primero ni el último. Hacer dinero en Cuba es algo mal visto. En enero de 1959, Fidel Castro diseñó un modelo social orientado a lo espartano y el colectivismo. Sus primeras cacerías de brujas estuvieron dirigidas contra la burguesía criolla, donde había más o menos ricos y millonarios.
A casi todos les confiscó sus bienes. Y los rotuló como 'una amenaza para la seguridad nacional'. Les dio dos opciones: o hacían las maletas, o en silencio, y con la cabeza gacha, desde sus mansiones debían observar la ola de cambios, que como un huracán fuerza cinco, arrasaba con las personas y las empresas privadas que habían generado riquezas.
Se creó una oficina de expropiación de recursos que a destajo ocupaba propiedades de familias acaudaladas. La mayoría de esos cubanos con fortuna y talento creativo fueron marcados como 'antisociales'.
Decían que su dinero era mal habido, igual que las joyas, porcelanas y obras de arte. Los barbudos se apoderaron de ellas, las destinaron a museos o vendieron a bajos precios en 'tiendas de recuperación de valores'.
Se produjo un 'traspaso de propietarios'. Con su varita mágica, el comandante transformó soberbias mansiones y palacetes en escuelas para campesinas, milicianos y comisarios políticos. O en empresas y cuarteles de la policía secreta.
Desde hace años, esas propiedades enclavadas en los repartos Nuevo Vedado, Miramar y Cubanacán, suelen ser las residencia de generales, ministros y funcionarios leales al gobierno.
Recorran esas zonas e indague sobre sus dueños. Se han transformado en barrios de una nueva casta: los poderosos de verde olivo.
Si usted hizo dinero con la venia del poder, está autorizado a tener una canasta mensual de alimentos y exquisiteces. Antena por cable. Internet de banda ancha. Dos o más coches. Y hasta un yate fondeado en una marina.
Puede que cuando presida un acto del sindicato o la inauguración de un chapucero edificio de apartamentos en alguna barriada pobre, se vista con una camisa a cuadros de factura nacional o con la guayabera oficial. Pero en casa, a buen recaudo, tiene un closet con ropa de etiqueta y una buena cantidad de billetes en dólares, euros, francos suizos y hasta libras esterlinas.
El dinero es la ventana de futuro de los “esforzados líderes de la revolución”. Su capital no es avalado por el esfuerzo y el talento. Ni por haber generado riquezas con el trabajo. Para nada. Han hecho su botín a golpe de comisiones de empresarios capitalistas y trucos financieros. Cuando menos.
Cuando usted mira sus salarios, notará que devengan jornales ridículos. Fidel Castro asegura que no tiene ni un solo dólar en una cuenta bancaria. Sin embargo, era capaz de donar escuelas o centrales azucareros a otras naciones y sin consultar con nadie. También regalaba casas y autos a sus allegados.
La revista Forbes lo ubicó entre los políticos más ricos del planeta. Y en 2005, en Suiza fue detectada una cuenta del gobierno cubano de cuatro mil millones de dólares, a nombre de empresas fantasmas.
Muchos 'hijos de papá' estudian en prestigiosas universidades europeas y estadounidenses. Viajan por medio mundo. Como Mariela Castro, quien sin ningún obstáculo migratorio y a costa del erario público, puede recorrer el Barrio Rojo de Amsterdam, Holanda, o las empinadas calles de San Francisco, California.
Los cubanos que han logrado acumular decenas o miles de pesos convertibles al margen del Estado, suelen tomar sus precauciones. Desde 1968, cuando en una sola noche Fidel Castro nacionalizó todos los timbiriches y bodegas particulares, tener mucho dinero en Cuba se convirtió en un estigma.
Cortando caña como un esclavo, mediante un bono cedido por el Estado, podías viajar dos semanas a la otrora URSS o adquirir un auto soviético. El gobierno otorgaba cartas de buena conducta a los proletarios. Y los respectivos premios. Que lo mismo podía ser un diploma o un reloj despertador.
En esa etapa, la única revista femenina no mencionaba a Coco Chanel ni la moda de París. Lo 'políticamente correcto' era vestirse de gris y de manera uniforme, como los chinos. Era un sacrilegio lucir un vaqueros Levi’s 501. Esa prenda, junto al Rolex GMT, se convirtió en seña de identidad de los mandarines.
Con los años, esa teoría de un hombre nuevo, pobre y obediente, ha cambiado. El 80% de las familias cubanas tiene hoy un pariente al otro lado del charco.
Y gracias a la ropa y dólares girados, muchos cubanos se visten igual que en el mundo occidental. Si algo no ha podido aniquilar la revolución de Castro es la innata capacidad de subsistir y hacer dinero entre los ciudadanos de a pie.
En eso nos parecemos a los judíos. En los malos tiempos, en barrios y pueblos siempre han existido personajes que venden lo que el Estado no oferta.
Desde carne de res, móviles inteligentes hasta botellas de whisky escocés. Con sus cacareadas reformas económicas, Raúl Castro no ha hecho más que legalizar el trapicheo de toda la vida que en Cuba se efectuaba por debajo de la mesa .
Eso sí, con una regla sagrada: el que haga una fortuna de seis ceros será considerado 'enemigo a la patria'.
Cíclicamente se realizan operativos para encarcelar a los “macetas enriquecidos ilícitamente”. Es uno de los motivos por el cual la gente emprendedora que legal o ilegalmente hace dinero, lo guarda debajo de los colchones. Los bancos cubanos no son fiables. Son una fuente de información de la policía técnica y los servicios especiales.
Por tanto, aunque en la isla le llamen 'rico' a un tipo que todas las noches tome cerveza importada, cene lo que le plazca y una vez al año pueda hacer turismo en Viñales o Varadero, está lejos de ser un acaudalado de calibre.
El problema es que esos 'lujos' o placeres no están al alcance de una mayoría. Incluso de nada vale tener una mente privilegiada al estilo de Bill Gates. Si el Estado no da luz verde, usted corre el riesgo de infringir las reglas de juego.
En Cuba el gobierno no solo es árbitro. También es el dueño del club.