Los cubanos, que casi nunca nos ponemos de acuerdo en nada, suscribimos que el poeta y humanista José Martí (1853-1895) es la figura insigne de la nación cubana.
Pocos lo ponen en duda. Cuando usted visita la casa de algún disidente notará que en sus anaqueles no faltan las obras completas del prócer. En la otra acera, los seguidores del gobierno, también se ufanan de conocer a fondo a Martí.
Por supuesto, hay quienes tienen sus escritos por ser lo políticamente adecuado, pero jamás los revisan y los libros duermen plácidamente, repletos de polvo y telaraña en el último piso de la estantería.
Otros no. Y antes de escribir cualquier ensayo o artículo de fondo, recurren a las obras martianas. Algunos usan sus textos de manera brillante, como el historiador Rafael Rojas, otros al estilo del ideólogo castrista Armando Hart, puede provocar esquizofrenia y angustia si uno se ve obligado a leer sus farragosos escritos.
Si algo sobra en Cuba son citas de José Martí. Las hay para todos los gustos. A la carta. En cualquier conferencia, simposio, debate o lanzamiento de un proyecto político o social, los organizadores se las agencian para colocar un busto o foto a tamaño gigante del Apóstol rematada con uno de sus pensamientos
Se ha escuchado aludir a Martí en la inauguración de un torneo nacional de boxeo, en la apertura de un festival de ballet o en un encuentro de especialistas sobre la dislexia.
A las nuevas generaciones tantas menciones suele molestarlos. “El señor que sabe de todo”, me dijo una tarde con un mohín de disgusto mi hija de 9 años. Sin intentar predicar, le repasé algunos aspectos interesantes del célebre patriota.
La animé a que viese el soberbio filme, El ojo del canario, del realizador Fernando Pérez, quien magistralmente desmonta del pedestal a José Martí. Mi hija no cambió de opinión, pero le gustó ver que Pepito Martí sabía sonreír. “Es que siempre sale en las fotos muy serio y vestido de negro”, argumentó.
Esa noción sobre el más prominente cubano la comparten muchos adolescentes y jóvenes. Todos tenemos algo de culpa. Los medios por vendernos a una estatua. Y los padres y educadores por presentar clichés.
Creo que fue Sénecas quien alertó sobre el peligro de arrimarse a efigies heladas. Y claro que Martí también fue una persona ordinaria. Fuera de los discursos brillantes y su pasión demócrata en pos de la independencia de Cuba, era una habanero que bebía demasiada ginebra y llevó una vida sentimental con María Mantilla, los dos casados, y según evidencias tuvieron una hija ilegítima.
A los medios oficiales no les gusta abordar esos temas humanos e incómodos. Ellos prefieren forjar un ídolo. Tampoco se habla en la prensa oficial del ingrato papel desempeñado por el hijo de Martí, coronel y jefe del Estado Mayor del Ejército Nacional, durante la matanza alevosa de 3 mil negros durante el alzamiento del Partido Independiente de Color, en mayo de 1912.
Y en letras pequeñas se suele sobre las diferencias de José Martí con los líderes independistas Máximo Gómez y Antonio Maceo. Pero el haber tenido una hija bastarda, sus discrepancias políticas o su afición a beber ginebra -un viejo jubilado dice que le llamaban Pepe Ginebrita- no disminuye la figura del Apóstol. Todo lo contrario. Hace a nuestro héroe más cercano.
Desde su muerte inesperada en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, los encargados de divulgar en Cuba las ideas martianas optaron por ofrecer la imagen impoluta y sin fisuras de un tipo entregado en cuerpo y alma a la independencia de la isla.
Con la llegada de Fidel Castro en enero de 1959, la manipulación del ideario martiano ha sido mayúscula. De apaga y vámonos. Y así podemos leer sin sonrojo tratados que aseguran que el actual Partido Comunista es la prolongación del Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí en 1892.
A ratos no los pintan de rojillo, de izquierdoso. Sin embargo, algunos escritos de Martí sobre determinados conceptos, dejan entrever que él no aplaudía con entusiasmo al filósofo alemán Carlos Marx.
Me quedo con una cita: "Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas y el de la soberbia y la rabia disimulada de los ambiciosos de poder, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados".
Traernos de vuelta a un José Martí creíble es la tarea de los encargados de velar por su obra. Sobre todo para convencer a la más reciente generación de cubanos, que aquel hombre formidable fue mucho más que un diletante, poeta o político vestido de luto y mirada triste. Niños, como mi hija de 9 años, lo agradecerían.
Pocos lo ponen en duda. Cuando usted visita la casa de algún disidente notará que en sus anaqueles no faltan las obras completas del prócer. En la otra acera, los seguidores del gobierno, también se ufanan de conocer a fondo a Martí.
Por supuesto, hay quienes tienen sus escritos por ser lo políticamente adecuado, pero jamás los revisan y los libros duermen plácidamente, repletos de polvo y telaraña en el último piso de la estantería.
Otros no. Y antes de escribir cualquier ensayo o artículo de fondo, recurren a las obras martianas. Algunos usan sus textos de manera brillante, como el historiador Rafael Rojas, otros al estilo del ideólogo castrista Armando Hart, puede provocar esquizofrenia y angustia si uno se ve obligado a leer sus farragosos escritos.
Si algo sobra en Cuba son citas de José Martí. Las hay para todos los gustos. A la carta. En cualquier conferencia, simposio, debate o lanzamiento de un proyecto político o social, los organizadores se las agencian para colocar un busto o foto a tamaño gigante del Apóstol rematada con uno de sus pensamientos
Se ha escuchado aludir a Martí en la inauguración de un torneo nacional de boxeo, en la apertura de un festival de ballet o en un encuentro de especialistas sobre la dislexia.
A las nuevas generaciones tantas menciones suele molestarlos. “El señor que sabe de todo”, me dijo una tarde con un mohín de disgusto mi hija de 9 años. Sin intentar predicar, le repasé algunos aspectos interesantes del célebre patriota.
La animé a que viese el soberbio filme, El ojo del canario, del realizador Fernando Pérez, quien magistralmente desmonta del pedestal a José Martí. Mi hija no cambió de opinión, pero le gustó ver que Pepito Martí sabía sonreír. “Es que siempre sale en las fotos muy serio y vestido de negro”, argumentó.
Esa noción sobre el más prominente cubano la comparten muchos adolescentes y jóvenes. Todos tenemos algo de culpa. Los medios por vendernos a una estatua. Y los padres y educadores por presentar clichés.
Creo que fue Sénecas quien alertó sobre el peligro de arrimarse a efigies heladas. Y claro que Martí también fue una persona ordinaria. Fuera de los discursos brillantes y su pasión demócrata en pos de la independencia de Cuba, era una habanero que bebía demasiada ginebra y llevó una vida sentimental con María Mantilla, los dos casados, y según evidencias tuvieron una hija ilegítima.
A los medios oficiales no les gusta abordar esos temas humanos e incómodos. Ellos prefieren forjar un ídolo. Tampoco se habla en la prensa oficial del ingrato papel desempeñado por el hijo de Martí, coronel y jefe del Estado Mayor del Ejército Nacional, durante la matanza alevosa de 3 mil negros durante el alzamiento del Partido Independiente de Color, en mayo de 1912.
Y en letras pequeñas se suele sobre las diferencias de José Martí con los líderes independistas Máximo Gómez y Antonio Maceo. Pero el haber tenido una hija bastarda, sus discrepancias políticas o su afición a beber ginebra -un viejo jubilado dice que le llamaban Pepe Ginebrita- no disminuye la figura del Apóstol. Todo lo contrario. Hace a nuestro héroe más cercano.
Desde su muerte inesperada en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, los encargados de divulgar en Cuba las ideas martianas optaron por ofrecer la imagen impoluta y sin fisuras de un tipo entregado en cuerpo y alma a la independencia de la isla.
Con la llegada de Fidel Castro en enero de 1959, la manipulación del ideario martiano ha sido mayúscula. De apaga y vámonos. Y así podemos leer sin sonrojo tratados que aseguran que el actual Partido Comunista es la prolongación del Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí en 1892.
A ratos no los pintan de rojillo, de izquierdoso. Sin embargo, algunos escritos de Martí sobre determinados conceptos, dejan entrever que él no aplaudía con entusiasmo al filósofo alemán Carlos Marx.
Me quedo con una cita: "Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas y el de la soberbia y la rabia disimulada de los ambiciosos de poder, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados".
Traernos de vuelta a un José Martí creíble es la tarea de los encargados de velar por su obra. Sobre todo para convencer a la más reciente generación de cubanos, que aquel hombre formidable fue mucho más que un diletante, poeta o político vestido de luto y mirada triste. Niños, como mi hija de 9 años, lo agradecerían.