Cuba es un país en claro retroceso, políticamente instalado en el siglo XVIII, reviviendo en una especie de régimen de despotismo, cuya famosa máxima Todo por el pueblo, pero sin el pueblo, se puede asociar aquí al castrismo, aunque con una ligera libre adaptación "que parezca que todo es por el pueblo pero, por favor, sobre todo, sin el pueblo, (así nos mantenemos a salvo)". El último discurso con motivo del 26 de julio en Ciego de Ávila sigue confirmando que la esperanza, a pesar de las altas temperaturas que se registran a diario en la Isla, se mantiene en la cámara y a varios grados de temperatura bajo cero. Mucha repetición de eternas consignas, mucho estribillo revolucionario, repetido incansablemente en estos años, y al mismo tiempo, muchos silencios, como el abultado chitón de Raúl Castro, parapetado detrás de Machado Ventura.
El monólogo de Machado en Ciego de Ávila es muy parecido a todos los monólogos sostenidos por el club revolucionario, que jamás pueden ser replicados. Es importante el contraste de esta democracia popular que ellos aseguran dirigir frente a las democracias de los principales países desarrollados en donde cualquier discurso o declaración presidencial o política puede ser replicada y rebatida. Prefiero el estruendo y la polémica, la declaración y la contradeclaración del oponente, que este régimen de voces únicas. En el actual Antiguo Régimen cubano nada de esto es posible. No busquemos análisis críticos en la prensa. En las democracias hay varios periódicos y en cada uno de ellos posibles puntos de vista. En Cuba, hay menos variedad de periódicos, -que está sólo en el número-, pero la línea editorial es una, todos coinciden. Ventajas del control de los medios que caracteriza el despotismo del siglo XXI.
Así pues, los líderes de este Antiguo Régimen continúan siendo monologuistas políticos, ellos se lo guisan y ellos se lo comen, dejando poco o nada a los estamentos que están por debajo, la gente de la calle. No se habla con el pueblo, no se comunica, para la prensa los líderes son personas inasequibles, no se les puede preguntar ni entrevistar, las instituciones no pueden ser consultadas, no hay mecanismos para conseguir información de interés general, todo permanece oculto, los designios del país están encomendados a los monologuistas que ocupan sus respectivas jefaturas, y el pueblo debe permanecer en una absurda posición de espectador, tener fe en ellos y profesarles admiración. El paternalismo llega a un nivel extremo e insultante.
El desprecio hacia el pueblo se convierte entonces en una manera consentida de ejercer el poder. Raúl Castro es como el rey absolutista al que se le concede un poder casi ilimitado y se presupone que sus decisiones están guiadas por la razón correcta, en su caso, la comunista. La Revolución, que es dictadura, ha generado desde hace tiempo la necesidad de una revolución democrática, que aún está por llegar a Cuba. Esperamos la entrada de la historia del país en una nueva fase, una nueva fase que sea definitiva para el ingreso de los cubanos al mundo moderno, una escalada de la Isla hacia la autonomía de sus ciudadanos, con una administración estatal concebida como la organización que da un conjunto de servicios a la ciudadanía, sin ningún tipo de vasallaje ideológico entrometido. ¿Quién desencadenará la entrada a esta nueva fase? Pues está por ver. En una ocasión escuché a Carlos Alberto Montaner asegurar que el cambio en Cuba debería venir desde dentro del régimen. Alguien de dentro, que no son los Castro, deberá, en algún momento, soltarse del asidero totalitario. Ese papel ya no lo desempeñarán ni Fidel, ni Raúl Castro ni Machado Ventura, quienes en el plazo de cinco o diez años tendrían que haber desaparecido del mapa. Está por ver si sus sucesores se empeñarán en la política del monólogo, dando una continuidad fatal al despotismo del siglo XXI.