Existe un refrán que logra unir, la cúpula gubernamental con el mundo marginal. “No hay Victoria sin sacrificio, ni poder sin precio”. Pero yo conozco a un hombre que, generoso con sus aliados, indiferente a casi todos, y despiadado con quienes se atraviesan en su camino; ha hecho de éste una consigna de vida: el doctor Juan Escalona Reguera; charco de sangre, para sus amigos.
Siente fobia por las escaleras, y posee un brutal parecido a su amo Raúl Castro. Ocupa, sin dudas, un lugar cimero en mi lista de individuos letales.
El General Escalona nació en Santiago de Cuba, el 22 de junio de 1931. Su madre, ama de casa; su padre, un vendedor de seguros que en 1935 por razones políticas cayó preso en el Castillo del Príncipe. Este hecho debió lacerar al entonces joven Juanito, convirtiendo su vida en sed de venganza y odio.
Estudió leyes, se hizo abogado, y obtuvo su notaría después de pagar 3000 pesos a un funcionario corrupto del Ministerio de Justicia. En una palabra, soborno. A mediados de septiembre de 1958, tres meses antes de tan mencionado triunfo, Escalona subió por el poblado de San Luis hasta La Sierra Maestra y se integra al 2do Frente. No se alzó siguiendo los pasos de Raúl Castro, sino tras el trasero de alguna Espín. Se sabe que en La Revolución, llueven “infidelidades”.
Durante la guerra de Angola, fue designado Jefe del Puesto de Mando que se construyó en el tercer piso del MINFAR. Su tarea consistía en jugar a los soldaditos frente a una maqueta de palo. Allí comenzó la rivalidad con Ochoa, que luego transmutó en ataque de envidia y soberbia.
El General fusilado, Arnaldo Ochoa, era el militar más popular, el más condecorado, y muchos conocen que estando en el lugar de las operaciones militares, irrespetaba toda orden que le llegaba por radio desde una oficina con bocaditos de salmón, fondue de queso Gruyere, whisky escocés, y aire acondicionado en La Habana. Tal magnitud de insubordinación redujo el costo de vidas humanas en Angola, provocó el fin de esa guerra y ridiculizó al poder. La causa 1 no fue más que una revancha; y el funesto 13 de julio de 1989 fue todo un montaje organizado entre Raúl y Fidel, con la participación especial de un buen cómplice, el señor Escalona Reguera.
Con inmensa capacidad histriónica, Escalona ocupó en 1983 el cargo de Ministro de Justicia, desde donde dirigió personalmente el grupo que elaboró el espantoso Código Penal que padecemos los cubanos, y que ha hecho de la falta de libertad un problema mucho peor que la penuria alimenticia. Fue Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, y luego Fiscal General.
Pero la envestidura elegante no lo convirtió en Princesa. Posee todas las costumbres; obviamente, menos las buenas. Le oí decir una vez: “Hace años aprendí que lo fundamental es La Revolución”. Por supuesto, hay opiniones que importan; y otras tantas que preocupan. A mí me parece una pena ser tan bueno en lo que a nadie le interesa. Experto en inventar delitos.
Atrapado en su putrefacta vida, llevó el odio hasta su hogar. Racionando su cara de “yo no fui” y dosificando el embuste con codiciosa extravagancia; a la hora de pisar y de humillar, les toca a todos por igual, amigos, familia e hijos. Desconfiar de este señor, no es pecado, es precaución.