Porque decía mi abuela que “es posible pasar a la historia como un famoso deportista, un relevante asesino, un guerrero irremplazable, un sanguinario tirano, un célebre pensador, un encumbrado soplón o un perfecto oportunista”; se me hace difícil creer que de manera espontánea alguien me escriba un email solicitando un comentario sobre este ejemplar ojiazul, delgaducho, misterioso, solitario, y orgulloso de llevar nombre de emperador y apellido de barón. Julio César Díaz Garrandés, fue un chico que con desmedida aspiración al estrado pero sin sangre real, escudriñó en vidas ajenas y, a fuerza de esa integridad presumida por quien puede vender a su madre a cambio de una recompensa, obtuvo la felicidad al ser concubino de Nilsa Castro Espín, una hija del General, soltera y sedienta de amor, delgaducha y más bien sosa, digno ejemplo de quien logra transformarse de serafín en demonio por la influencia nefasta de un medio cruel, servil y en exceso adulador.
La ausencia de un padre Coronel de las FAR fallecido, más una relación de miedo y culpa con su madre, creó en el torpe y frágil joven Julio lo que Freud conceptualizó como Complejo de Edipo. Estudió en el pre universitario del Ministerio del Interior “José Carlos Mariátegui”, sus amigos lo recuerdan como un chico sonriente, latoso y carente de felicidad a quién llamaban “El excéntrico en reposo”. A partir de este momento se comienza a construir una suerte de historia falsa que le sirve para complicar o simplificar su vida.
Olvidando que es mejor no jugar con la mentira sino dejarla en su lugar, viajó a París, Bogotá, San Juan, Miami y New York, siendo un agente especial de la seguridad del estado cubana y - según él me contó - sirviendo como oficial de enlace entre miembros de la extinta red avispa.
Fue realmente impresionante escucharlo hacer historias con vivencias alucinantes que describían paseos en Bentley descapotable bajo una fachada operativa como cirujano plástico, su apasionado romance con una esplendorosa artista que por vergüenza no menciono, y el chantaje a que tenía sometido al ex oficial del G2 hoy conductor de un conocido programa del canal Cubavisión después de ser sorprendido con un travesti en la cama de una habitación preparada para un contacto especial,… En fin, quién sabe si esto es fantasía, payasería, o realidad.
Lo cierto es, que al parecer, la chiripa lo liberó de ser atrapado por los chicos del FBI, y su misión terminó atrincherándose en La Habana, encerrado en el Vedado, en una casona colonial otrora casa de “contacto” con enormes puertas de hierro, a unos pasos de la esquina donde se encuentra el garaje de 12 y 17.
Llegó a Cuba cabizbajo, y porque es muy degradante pasar de las acciones sofisticadas de un espía a las maniobras sucias de un soldado; movió antiguas influencias y resolvió hacer espionaje entre las filas del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos). Para entonces su disfraz cambió de doctor a documentalista, escritor, periodista e inversionista. Algo más de seis cifras fue el monto de las compras que hizo en equipos audiovisuales para un nuevo canal de televisión en la Habana. Pero un espía es un espía, no fueron pocos los informes escritos por Julio cuestionando la moralidad de su amigo Alfredo Guevara quien ni lento ni perezoso ripostó redactando un perfil que de manera magistral describía al señor Garrandés: “Artista por evasión y escritor a tiempo perdido, este fantoche creído siente excesivo desprecio por los hombres de talento que no rinden tributo a su deformado arte”
Los truenos traen aguaceros, o cuando menos lloviznas. Como era de esperar, el enigmático Julio César, seductor de brazos cortos y uñas largas, salió echando del ICAIC y su misión mutó a empresario. Dispuesto a signar a filo de bayoneta en el libro Castro-Espín, conoció a Nilsa en el bar del Club Habana, se enamoró a primera vista y rápidamente decidió alternar su profesión de espía con el de enfermero curador de alcoholismo femenino. Limpió vómitos, recetó alka seltzer, sopa de pollo para matar la resaca, y después de 15 días montó a la novia en su corcel (Mercedes Benz E 320 de color verde botella) y terminó cumpliendo su ansiado sueño de hincarse frente al General.
Celos, intrigas, fuego entre concuños reales, lucha por el poder. Julio César hoy se encuentra secretamente retenido en un centro de instrucción para militares “confiables”. Presagio caos inminente, confesión escandalosa, nuevo cambio de estructura, disensión en el clan Castro Espín. Distante del estereotipo que nos ha legado el cine, la tele y la literatura; en un juego operativo entre espías y contraespías, es muy difícil saber cuándo ha llegado el final, el espionaje es el arte en que ganar no es triunfar.