Estas mañanas de febrero en Barcelona han sido realmente gélidas pero, a pesar de ello, en ocasiones se presenta alguna situación que te hace olvidar el frío para pasar directamente al calor por culpa de un debate encendido.
Algo parecido fue lo que me pasó recientemente una mañana de lunes en una terraza de la capital catalana en donde coincidí con una persona a la que no conocía de antes y que, en ese momento, aprovechó para contar casualmente a un conocido en común que estaba en la misma mesa su relación con Cuba. Al parecer había estado en la Isla gracias a un viaje gratis, pagado por una universidad catalana, a la que le sobraron fondos [sic] para invitar a estudiantes a un congreso sobre la Teoría de la Incertidumbre en La Habana.
Esta persona comentó que, en realidad, lo menos que le importó de ese viaje a la Isla fue conocer los pormenores de la Teoría de la Incertidumbre, de la cual de hecho emitió algunos comentarios menospreciadores, preguntándose que a quién se le ocurría formular teorías sobre cuestiones tan raras. Pero en fin, ¿qué no sería capaz de hacer y de aguantar a cambio de disfrutar de una viaje a una Isla como Cuba? Un país que, para muchos españoles, figura en la lista de "sitios para conocer antes que hayas muerto".
Aunque no nos pondremos a analizar los detalles de la Teoría de la Incertidumbre, no podemos dejar pasar la oportunidad de subrayar la idoneidad de celebrar en un sitio como Cuba un congreso con semejante título. Vamos a decir que cuando juntas Cuba e incertidumbre si algo hay es tela para cortar.
Como esa persona desconocía mi interés por los asuntos cubanos y en realidad yo no tenía mucho tiempo para invertir en ella evité iniciar una discusión sobre este tipo de viajes a la Isla, algo que nos hubiese llevado a un debate acalorado en el que probablemente hubiese descubierto otro europeo más con ideas tan románticas como equivocadas sobre la Revolución cubana.
Lo que no pude evitar fue quedarme pensando en la inmensa cantidad de personas que, en los últimos cincuenta años, han viajado a la Isla con todos los gastos pagados o subvencionados. ¿De dónde han salido todos esos fondos que, como en el caso que nos ocupa, en algún sitio han llegado a sobrar?
También resulta inquietante pensar en la cantidad de gente de ambientes universitarios u otros que ha viajado a la Isla con tanta facilidad y recursos. Sea a cambio de la asistencia a un congreso sobre la Teoría de la Incertidumbre o por participar en un congreso de solidaridad con los Cinco, cualquier motivo ha sido suficiente para atraer a personas al país y, como aquellas campañas de márketing agresivas que concentran a potenciales compradores en hoteles a los que se les invita a pasar un día de excursión con gastos pagados a cambio de ofrecerles una gamma de productos en venta, estos congresos o eventos en la Isla han actuado de potentes campañas publicitarias a favor de la dictadura.
Ningún manual de relaciones públicas debería obviar las aportaciones que a este campo ha hecho el régimen castrista. Tanto es así que hoy, si te das un paseo por cualquier ciudad española no es nada difícil tropezar con alguien que haya estado en la Isla, sea en viaje de placer, académico o vinculado a alguna asociación.
Encuentras también la tipología de turista morboso o perverso que es, no solo el que viaja a la Isla con motivaciones exclusivamente sexuales y animado por las bajas tarifas de los servicios informales, sino aquel que con toda la tranquilidad del mundo te espeta en la cara que ha ido a Cuba o quiere ir "antes de que Fidel Castro muera".
En los últimos años muchas personas se me han acercado buscando consejos turísticos acerca de la Isla, acompañando habitualmente sus interrogantes con afirmaciones como la anterior, algo que nunca ha dejado de asombrarme. ¿Alguien se imagina que los turistas europeos de los años 60 viajaran a España con la idea de conocerla antes de la muerte de Franco? Es realmente perverso y da vergüenza. Pero lo que resulta a todas luces preocupante es que a estas alturas todavía existan actitudes de este tipo en ambientes doctos, asumidas por las personas consideradas las más brillantes de una sociedad -al menos eso se presupone de los que ocupan nuestras universidades- que aceptan prebendas de una dictadura a cambio de dejar en reposo su capacidad crítica durante siete u ocho días.