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Pobrefobia, injusticia de la Cuba actual


Un trabajador estatal barre las calles en Centro Habana.
Un trabajador estatal barre las calles en Centro Habana.

La realidad es que hoy en Cuba, salvo raras excepciones, al cubano no se discrimina por negro, ni por mujer, por viejo, por gay, ni por religioso, se le discrimina por pobre.

Las denominaciones raciales y de género fueron fundamentales en la dinámica de la política internacional, dominada básicamente por hombres blancos; pero afortunadamente, y como el desigual proceso de una lavadora Aurika, son ciclos con fecha de caducidad.

La mayor parte de los códigos penales de los países occidentales condenan el racismo, la homofobia y cualquier tipo de exclusión al ser humano; pero, desgraciadamente, existen personas y grupos que, aferrados a conceptos gastados, se empeñan en enarbolar banderas que, al menos en Cuba, andan de bajada y sin freno.

Está claro, la mala noticia siempre es la mejor morbo noticia y, la segregación, del tipo que sea, es una imagen que por desagradable, seduce a los medios y a ciertos grupos politizadores; pero no creo que el cubano que vive en la isla sea racista ni homófobo; es más bien clasista.

La discriminación, ya sea racial, de sexo, religión, ideológica o condición social, es un fenómeno que llegó a nuestro hemisferio mucho antes que Colón. No lo inventó Fidel Castro ni lo creó la llamada Revolución, aunque, sin dudas, en determinado momento la utilizó; el "divide y vencerás" estimuló el resentimiento y generó una cruel individualidad que, paradójicamente, terminó dinamitando la esencia de "nación igualitaria".

Demonizar la riqueza provocó un efecto contrario al deseado por los líderes revolucionarios, ridiculizó la "manera de actuar que se había establecido como propia del proletariado" y creó una imagen negativa de la clase trabajadora. Comenzaron a irrespetar el sacrificio del periodista, el militar, el ama de casa, el ingeniero, el constructor, el barrendero y el de todo aquel que trabajara; dignificando, entonces, la labor de quienes hábilmente delinquían.

La pirámide se invirtió y el persistente espectáculo de adoctrinamiento saturó. A fuerza de repetición, el eco de la palabra discriminación nos contaminó a todos y nos convirtió en transmisor de un pensamiento que, no digo que sea mentira, pero sí que exageró la verdad, tanto, que hoy lo considero digno de estudio.

Es cierto, Cuba es una dictadura donde el consumo de cualquier alucinógeno es mejor que Raúl Castro para la salud social. No tenemos multipartidismo, mucho menos prensa libre y es vergonzoso ver cómo aumenta, por día, el porcentaje de la población que encuentra como solución el acto de huir de la isla. Pero decir que el apartheid y la homofobia se incrementan es un error o una bien elucubrada manipulación de quienes analizan el fenómeno desde un solo lado de la sociedad, y que identifican como generalidad.

Es una falta grave, creo yo, el hecho de ver las cosas con mirada pueblerina, claramente partidista, y no asumir en primera persona nuestra responsabilidad social, pero eso, al parecer, es un tema que interesa tanto como los problemas de apareamiento entre el zángano y la abeja reina.

Nadie puede negar que en Cuba existen racistas, homófobos y toda una jauría de gente que se siente superior o con derecho a excluir, pero no es mayoría. Lástima que el PCC, el CENESEX e incluso algunas organizaciones opositoras parecen estar empujando estrategias que en lugar de ayudar, estimulan la fractura de la sociedad cubana.

La realidad es que hoy en Cuba, salvo raras excepciones, al cubano no se discrimina por negro, ni por mujer, por viejo, por gay, ni por religioso, se le discrimina por pobre y máxime cuando el desvalido comparte las condiciones mencionadas. Lo que sin dudas espanta es rechazar, marginar y diferenciar por el estatus social.

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    Juan Juan Almeida

    Licenciado en Ciencias Penales. Analista, escritor. Fue premiado en un concurso de cuentos cortos en Argentina. En el año 2009 publica “Memorias de un guerrillero desconocido cubano”, novela testimonio donde satiriza  la decadencia de la élite del poder en Cuba.

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